Mariana Pineda, la heroína del pueblo
Mariana Pineda, la heroína granadina, es un símbolo de libertad. Asesinada a los 26 años por el rey absolutista Fernando VII el 26 de mayo de 1831 por bordar una bandera, la bandera de la libertad. Luchó junto a los liberales de su época, superando el papel que una mujer tenía asignado en el siglo XIX. Al final plantó cara a la muerte con valentía. Nadie vino a salvarla, pese a que ella sí rescató de la muerte a un buen número de hombres.
Federico García Lorca, el granadino más conocido, la inmortalizó en una obra de teatro en 1925. Mucha gente conoce a este personaje gracias a al poeta, pero hay cosas que no son como Lorca nos lo contó.
¡Oh, qué día tan triste en Granada,
que a las piedras hacía llorar
al ver que Marianita se muere
en cadalso por no declarar!
Marianita, sentada en su cuarto,
no paraba de considerar:
«Si Pedrosa me viera bordando
la bandera de la Libertad»
¡Oh, qué día tan triste en Granada,
las campanas doblar y doblar!
La joven Mariana
La pequeña Mariana Rafaela Gila Judas Tadea Francisca de Paula Benita Bernarda Cecilia de Pineda Muñoz no tuvo una niñez fácil. Su padre nació en Guatemala y se llamaba Mariano Pineda Ramírez. Era capitán de navío de la Armada Española, retirado, y caballero de la Orden de Calatrava. Su madre era María de los Dolores Muñoz y Bueno, natural de Lucena (Córdoba). Si bien su padre era noble, no era el caso de la madre de Mariana, y esto, según los usos y costumbres de la época, impedía su matrimonio.
La pareja tuvo una primera hija, viviendo en Sevilla, pero murió muy joven. En 1803, y ya a punto de nacer su segunda hija se trasladaron a Granada, y de hecho fue a raíz del nacimiento, el 1 de septiembre de 1804, cuando empezaron a convivir.
Mariano no solo reconoció a su hija legalmente (por lo que Mariana fue noble de nacimiento), sino que, al diagnosticársele una enfermedad crónica, hizo herencia a favor de su hija. María Dolores seguramente no se tomaría esto muy bien, pues perdería sus beneficios, y de hecho Mariano la denunció por intentar apoderarse de la herencia de Mariana.
Con sólo 15 meses de edad, Mariana queda huérfana de padre. Dados los enfrentamientos de sus progenitores, Mariano había acordado que, a su muerte, ella quedaría bajo la custodia de su hermano José Pineda. Sin embargo, éste pronto contrajo matrimonio con una prima suya, quien le impuso que la niña no viviría con ellos. José arregló entonces que Mariana pasaría a vivir con una pareja de amigos suyos.
La casa natal de Mariana es actualmente un hotel de propiedad privada. Sin embargo, su última vivienda en la ciudad es actualmente el Centro Europeo de Estudios de la Mujer.
Mariana, la libertaria
Él ama la libertad,
y yo la quiero más que él.
Lo que dice es mi verdad agria,
que me sabe a miel (…)
Por este amor verdadero,
que muerde mi alma sencilla,
me estoy poniendo amarilla
como la flor del romero.
Con 15 años, a Mariana la casan con Manuel de Peralte y Valte, 11 años mayor que ella. fallecido en 1822. Pese a que su relación fue muy corta, apenas 3 años, ésta la marcaría de por vida.
Aunque se trataba de un matrimonio concertado, típico en la época, las referencias que llegan hasta nuestros días nos indican que Mariana trabó una honda relación con su primer marido. Manuel era liberal y masón, ambos hechos delictivos bajo Fernando VII, y en este matrimonio Mariana fue trabando relación con los círculos de librepensadores de la época.
Mariana tuvo con Manuel dos hijos, José María y Úrsula María, antes de que su marido falleciera.
Un año después de enviudar se tiene constancia de que Mariana se implicó personal y profundamente en la causa liberal y masónica. Justo entonces acontecían la Década Ominosa y, a continuación, el Trienio Liberal. Tiempos de cambios ideológicos que darían lugar, entre otras cosas, a la Junta Suprema de Andalucía. Mariana fue una de las primeras piedras que se pusieron en este camino contra el totalitarismo.
Mariana asistía a las reuniones de los grupos liberales y masónicos, conseguía pasaportes falsos, hacía de enlace postal con las personas exiliadas en Portugal o escondidas en Gibraltar, asistía a los presos en la cárcel… Y también llevaba a cabo labores de inteligencia. Podríamos, si hubiera obedecido a algún gobierno, incluso afirmar que fue la primera espía de éxito y renombre, casi un siglo antes que Mata Hari.
Un día se percató de que los frailes podían entrar y salir del recinto sin que se les controlara. Por ello, se hizo varios hábitos, y entraba en los calabozos disfrazada y, en ocasiones, con un segundo hábito para sacar a algún prisionero. Así actuó con su primo, Don Fernando Álvarez de Sotomayor, con quien se le atribuye un romance.
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La causa contra Mariana
¡No puede ser! ¡Cobardes! ¿Y quién manda
dentro de España tales villanías?
¿Qué crimen cometí? ¿Por qué me matan?
¿Dónde está la razón de la Justicia?
En la bandera de la Libertad
bordé el amor más grande de mi vida.
Ramón Pedrosa y Andrade llegó a Granada después de que Mariana Pineda enviudara, en 1825. Fernando VII le da el cargo de Alcalde del Crimen de la Real Chancillería de Granada. Desde el principio, consideró a Mariana, como mujer, el eslabón más débil de la cadena de la conspiración que sabía en marcha. Sabiendo que tenía causas que se habían cerrado sin podérsele probar nada en contra, intentó reabrirlas, pero en vano.
Está probado que intentaba cortejar a Mariana, sin éxito, por lo que intentó chantajearla. Finalmente, Pedrosa encuentra la bandera, a medio bordar, en la casa de Mariana, si bien todo parece indicar que la encontraron en el Albayzín y la colocaron durante un registro para poder incriminarla. De hecho, la bandera, morada y con letras verdes que pedían “Ley, Libertad e Igualdad”, fue la única prueba por la que se le condenó.
Mariana estuvo presa primero en su domicilio durante 9 días, después en el monasterio de María la Egipciaca, y los últimos 2 días en la audiencia, pues las autoridades tenían miedo de un levantamiento popular. Pese a todos los intentos, Mariana Pineda no delató a ninguno de sus compañeros liberales.
Después del registro, Fernando VII depone al hasta entonces Alcalde de Casa y Corte, Andrés Oller, liberal y amigo de Mariana, a favor de Ramón Pedrosa. Este súbito ascenso capacita al segundo para condenar a la presa a muerte. En 1833, dos años después, Pedrosa es depuesto y vuelve a ostentar el cargo Andrés Oller.
Mariana nunca fue juzgada por masonería. Pese a que existía este cargo en ese momento, y era uno muy grave, Pedrosa y Fernando VII sabían bien que ningún tribunal se creería que una mujer era masona, pese a tener pruebas de ello. El machismo de la época, en ese sentido, ayudó a Mariana a evadir la justicia en ocasiones. Al final, el cargo que acabó con ella fue por bordar, algo mucho más asumible para los hombres de la época que tener a una mujer conspirando contra el rey, burlando a guardias y extrayendo información sensible.
Aunque el proceso duró 2 meses, el abogado solo tuvo 24 horas para preparar la defensa que se le permitió: presentar un escrito. No se le permitió apelar, y nunca se le notificó el cargo. Por su parte, la acusada no testificó en el juicio. El 26 de abril de 1831 se confirmaba la sentencia a muerte, que firmaría a finales de mayo el rey.
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Mariana fue ajusticiada fuera de las puertas de la ciudad. La comitiva salió en silencio, cortejada por un destacamento militar, pues se esperaba un intento de salvarla que, por causas desconocidas, nunca se dio. La ajusticiada tuvo una serie de privilegios por su origen noble: ir montada en una mula y no en un burro, y tener el cadalso adornado con tela negra. El cura que le dio la extrema unción lo hizo sin parar de llorar, pues fue el mismo que la bautizó.
La condena a muerte se ejecutó por el cruel método del garrote vil. Más aún, cuando el cadáver fue recuperado e inspeccionado, se vio que la ejecución no fue limpia, y durante la misma se le rompieron varios dientes. Hasta el último momento se pensaba que iba a ser indultada. Mientras se cumplía la sentencia, Pedrosa tiró la bandera delante suya y le prendió fuego, para que en sus últimos momentos viera aquello por lo que había luchado desaparecer con su vida. El lugar actualmente tiene un monumento a la heroína y se le llama Plaza de la Libertad.
El cadáver de Mariana fue enterrado, como mandaba la causa de traición que pesaba contra ella, en una fosa sin marcas, fuera de la ciudad. Sin embargo, un par de asistentes a su entierro acudieron esa noche y marcaron la tumba con una cruz. De este modo, a la muerte del rey pudieron desenterrar su cadáver.
Sus restos mortales han cambiado en numerosas ocasiones de lugar dentro de la ciudad. Del Cementerio de Armengol, pasaron en primer lugar a la Basílica de las Angustias, patrona de la Granada, y después al Sagrario. Los gobiernos más de izquierdas han querido mostrar a Mariana como símbolo de sus mandatos, por lo que sus restos mortales han descansado en varias ocasiones en el ayuntamiento de la ciudad andaluza, mientras que cuando han gobernado otros más conservadores la han trasladado a diferentes iglesias.
Actualmente está enterrada en las criptas subterráneas, como uno de los personajes más ilustres de la ciudad, y solo se puede acceder una vez al año, el 2 de noviembre.
Festividad de Mariana Pineda
Tras la muerte de Fernando VII y el cambio de régimen de 1836, la gente de Granada estaba acostumbrada a ir a la conocida como Plaza de Mariana Pineda para recordar a su heroína. En 1839 se construyó la estatua que adorna la plaza y que, irónicamente, está protegida por una verja que poca gente sabe que perteneció a la antigua cárcel.
En Granada, la mañana del 14 de abril la gente no acudió al ayuntamiento para celebrar el advenimiento de la república, sino a esta plaza. La celebración se vio interrumpida por una violenta carga de la guardia civil, que no se saldó sin víctimas.
Durante la II República el 26 de mayo era fiesta local. Fernando de los Ríos, el ministro de esta ciudad, a menudo presidía los actos. El franquismo lo sustituyó por el Día de la Toma. La estatua fue cubierta por sacos y andamios.
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Aunque tras la dictadura se volvió a celebrar de manera popular el 26 de mayo, los sucesivos ayuntamientos de la capital granadina se han resistido a devolverle su carácter de fiesta local, potenciando en cambio, la fiesta promovida por el franquismo, el Día de la Toma, que actualmente es la fecha que recoge más grupos de ultraderecha en Granada. Más aún, ahora la Junta de Andalucía quiere blindar la festividad del 2 de enero y el Partido Popular ha pedido en varias ocasiones que se declare Bien de Interés Cultural.
Lorca y Mariana
En la obra, Lorca nos presenta a Mariana en su última residencia, junto con Clavela, la criada, y Doña Angustias, una de las personas que se hiciera cargo de ella. Pasan a visitarla las jóvenes del Campillo, Amparo y Lucía, hermanas de Fernando, un joven que está enamorado de ella. Mientras se desarrolla la historia, se desvela que ella está enamorada de Don Pedro de Sotomayor, un liberal fugado, quien encarna para ella la libertad. Éste acude a visitarla junto con unos conspiradores, seguidos del juez Pedrosa, que intenta cortejarla a la fuerza, chantajeándola, y finalmente la toma presa por bordar una bandera en contra de las leyes y del rey.
Las escenas finales se centran en una Mariana presa en un convento, donde recibe la condena y la visita de los personajes anteriores, hasta finalmente ser llevada al cadalso. Mariana, que espera que la rescaten, se da cuenta de que Don Pedro, su enamorado, nunca la quiso, y ella misma se convierte en la personificación de la libertad.
En toda la obra Mariana es el personaje principal, querida por todos, de una manera u otra, encarnando el amor y los ideales. Pero esta obra, a nuestro parecer, hay que leerla (o verla) al menos dos veces: en la primera indefectiblemente consideramos a la protagonista una mujer enamorada, que todo lo hace por estar con su enamorado, traicionada en un juego de poderes, poco más que un peón o un objeto a codiciar.
La segunda vez tenemos que tener claro que Mariana no es una mujer: es la libertad, como ella misma se declara hacia el final de la tercera estampa. Lorca, exquisitamente, denuncia a todo el mundo, que no hace nada, que utiliza a la libertad para sus propios fines, la traiciona o la quiere solo para sí mismo.
Doña Angustias es la mujer conservadora de la época, que ve con malos ojos las actividades liberales de su protegida y le echa continuamente en cara que no se ocupe de sus hijos: “Si el rey no es buen rey, que no lo sea. Las mujeres no deben preocuparse”.
Fernando es demasiado joven; idealiza a Mariana, que está fuera de su alcance. Se cree el único que la ama y, por protegerla, le insta a delatar a los conspiradores: “Dentro de unos instantes vendrán a por ti, Mariana. ¡Sálvate y di los nombres!”.
Pedrosa, el juez, solo quiere poseerla, amedrentarla, dejar que sea quien es y que sea suya, y finalmente su asesino al no someterse: “Yo te quiero mía, ¿lo estás oyendo? Mía, o muerta. Me has despreciado siempre; pero ahora puedo apretar tu cuello con mis manos, este cuello de nardo transparente, y me querrás porque te doy la vida”.
Don Pedro es el falso liberal, el líder de los conspiradores, que solo quiere la libertad para su gloria personal. De verbo fácil y discurso enardecido, supuestamente enamorado y comprometido, huye en cuanto fracasa el Levantamiento de Torrijos y abandona a la libertad y la causa para buscar refugio en el extranjero: “España entierra y pisa su corazón antiguo, su herido corazón de península andante, y hay que salvarla pronto con manos y con dientes”.
Las monjas idealizan a Mariana, pero hay una barrera entre los dos mundos, como bien plasma Lorca presentándolas mientras la espían a través de un agujero.
Por último, el pueblo. Federico, siempre genial, convierte a la audiencia en mudos espectadores que observan la muerte de Mariana sin hacer nada, les convierte en el pueblo callado e inactivo, que comentan la injusticia sin mover un dedo.
Licencias literarias
Federico, gran conocedor de la historia verdadera e incluso los lugares en que vivió, se tomó licencias literarias, que sin embargo tuvo cuidado en señalar para quien sepa seguir las pistas.
– Mariana era culta, leía y escribía, y sabía varios idiomas, pero no bordaba; o, al menos, no bordó la bandera por la que se le mató. La mandó hacer a una bordadora del Albayzín. Lorca hace este cambio conscientemente, y nos lo deja saber:
La he mandado
a casa de una vieja amiga mía,
allá en el Albaicín, y estoy temblando.
Quizá estuviera aquí mejor guardada.
– Otro de los hechos más llamativos es que Lorca desdobla a Don Fernando de Sotomayor en dos personajes diferentes: Fernando, joven, ingenuo y enamorado de Mariana, pero no correspondido por ella; y Don Pedro de Sotomayor, liberal, que tiene el amor de Mariana, pero no es digno de él.
– Aunque en la obra se menciona que Mariana tuvo dos hijos, en realidad poco antes de los hechos que se dramatizan Mariana dio a luz a un tercero, al que reconoció plenamente, y que era muy pequeño cuando murió su madre. Lorca nos lo oculta porque es un personaje sin trascendencia en los hechos.
¡Amparo!
¡Viudita y con dos niños!
– Mariana no pasó los últimos momentos antes de cumplirse la sentencia en el monasterio; debido a que Pedrosa temía una rebelión popular, los dos últimos días los pasó en presidio.
Amas la libertad por encima de todo,
pero yo soy la misma Libertad. Doy mi sangre,
que es tu sangre y la sangre de todas las criaturas.
¡No se podrá comprar el corazón de nadie!
Ahora sé lo que dicen el ruiseñor y el árbol.
El hombre es un cautivo y no puede librarse.
¡Libertad de lo alto! Libertad verdadera,
enciende para mí tus estrellas distantes. (…)
¡Yo soy la Libertad porque el amor lo quiso!
¡Pedro! La Libertad, por la cual me dejaste.
¡Yo soy la Libertad, herida por los hombres!
¡Amor, amor, amor y eternas soledades!