No más Lauras ni Bernardos
“Mamá, quiero una cocinita“, le dice, pongamos que se llama Bernardo– a sus padres. Sus padres, perplejos, le responderían algo así como “¡Adónde vas tú con una cocinita! ¡Un coche de carrera, como a tu hermano!“.
La mente de un niño es como un joven río que va, con los años, erosionando el valle del pensamiento, llegando a veces hasta la convicción de que es más que una mujer por tener un par de cojones. La inocencia de un niño le dicta, en sus primeros años de vida, que ha de ser libre para elegir con qué quiere jugar, pero en muchos casos esa inocencia y esa libertad chocan frontalmente con un valle ya erosionado por los años de sus padres, de la sociedad.
Desde pequeños, en muchos casos inconscientemente, nuestros adultos y nuestra sociedad nos enseñan que un Action Man siempre se pone encima de una Barbie, y que el que se baja del coche de carreras es él mientras ella está en la cocinita.
Pero si a este germen del machismo que se le inocula a un niño le sumamos violencia física o verbal, además en medio de un ámbito doméstico y social en el que predomina el golpe en lugar del beso, va creciendo un monstruo. Un monstruo que un día puede acorralar a una chica -pongamos que su nombre es Laura-, para intentar abusar de ella y acabar por asesinarla.
No sé con qué juguetes jugaban Bernardo y Laura, pero lo que sí es más predecible es que Laura pidió durante toda su vida que la mujer pudiera ser libre de una vez, que un niño pudiera jugar con lo que le diera la gana sin intromisión de nadie, sin la vergüenza de sus padres de pasear con su hijo con un carrito de bebé, o con su hija con un coche de carreras. Que ambos recibieran una educación en igualdad antes de que el río actuara sobre la tierra.
Esto es problema de toda una sociedad que aún vive bajo la sombra del más repugnante machismo, -que una buena parte de ella incluso justifica-. Con unos mayores que quitan gravedad al asunto, ¿Cómo no van a crecer “Bernardos“, “Manadas” y “Rafitas” que se arroguen el derecho de arrancarle la vida a una muchacha, con tal de satisfacer unas necesidades sexuales que solo consiguen mediante la fuerza, y esa falsa valentía frente a una mujer paralizada?
Y para más inri, todo este brebaje va condimentado con una justicia, la española, que penaliza a una víctima en lugar de castigar al maltratador, al asesino. Deseo fervientemente que el nombre de Laura, Sandra, Anabel, y el de tantas y tantas otras asesinadas, no se olviden nunca. Y difícilmente no evitemos tener que recordar más nombres en el futuro. Una pandemia invisible.
Pero ni muchísimo menos han conseguido acallar la voz de Laura ahora, ya que somos más quienes gritamos contra esta lacra, gritaremos más fuerte hasta reventar los oídos a los “Bernardos“, “Manadas” y “Rafitas“.
Como dijo Eduardo Galeano: “Hay criminales que proclaman tan campantes “la maté porque era mía”, pero ninguno, ni el más macho de los supermachos, tiene la valentía de confesar “la maté por miedo”. Porque al fin y al cabo, el miedo de la mujer a la violencia del hombre, es el espejo del miedo del hombre a la mujer sin miedo“.