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La nueva paternidad no cambia el machismo, es un poco más de lo mismo

Es indudable que en la actualidad es posible ver un cambio en la actitud de ciertos hombres. Si bien persisten los comportamientos violentos y degradantes, también hay la evidencia de un cambio de progresivo, paulatino, lento, pero visible. Definitivamente todavía hay mucho por hacer, pero se advierte una diferencia.

Uno de los espacios donde ha sido más notable el cambio, es en la paternidad. Este ha sido un rol que ciertos hombres han sabido aprovechar para expresar una masculinidad diferente, una manera distinta de ser padre. El compartir el cuidado de las hijas y los hijos, el preparar biberones, cambiar pañales, llevarlos a la escuela, acompañarlos en las tareas, y una infinidad de otras cosas, ha hecho que los hombres compartan más con sus hijos y que lo hagan de una manera amorosa.

Este es un comportamiento nuevo, que las generaciones pasadas no teníamos. Muchas personas de mi edad crecimos con un padre estricto, distante afectivamente y poco involucrado en nuestras tareas cotidianas. En la actualidad, muchos padres son diferentes y nuestros hijos e hijas han podido disfrutar de una figura paterna completamente distinta.

Ahora bien, no todo es tan bueno. La inclusión de los hombres en el cuidado de los hijos ha sido más importante, o más generalizado, que su participación en el cumplimiento de tareas domésticas. De hecho, la mayoría de mujeres trabajan más en casa que sus parejas, haciendo la limpieza, la comida, el lavado de ropa, etc, etc, etc; la brecha salarial sigue vigente (ellos siguen ganando más que ellas por el mismo trabajo) y los problemas de violencia de género, en términos físicos, piscológicos y sexuales siguen siendo muy significativos en la mayoría de sociedades, inclusive en los países más desarrollados.

Entonces es interesante preguntarse ¿por qué los hombres están más dispuestos a involucrarse en el cuidado de los y las hijas que en las tareas del hogar, o en la lucha por un salario equitativo y justo para ambos sexos, o en la reducción de la violencia de género? Esta pregunta ha dado vueltas en mi cabeza durante mucho tiempo, sin respuestas claras.

Sin embargo, hace pocos días escuché una charla de dos conferencistas españoles sobre nuevas masculinidades, y ahí encontré una pista: la comprensión tradicional de lo que es ser un hombre implica ser valientes, protectores de la familia, proveedores del sustento, fuertes, galantes, sexualmente dispuestos, involucrados en actividades que les den orgullo y prestigio, entre muchas otras cosas. Dentro de este recetario, el tema de prestigio es un elemento clave para entender las nuevas paternidades y una aspiración a la que los hombres no han renunciado.

Para muchos, estar al cuidado de sus hijos e hijas es motivo de orgullo y prestigio porque ante los ojos de la sociedad esta actividad implica que son buenas personas, son buenos padres, son menos machistas, en fin….., mejores hombres que sus antecesores.

De hecho, cuidar a los niños es socialmente más recompensado que lavar los platos o planchar la ropa. De alguna manera entonces, el cuidado de los y las hijas se ha convertido en una actividad que la sociedad actual reconoce y recompensa. Muchos padres lo han detectado y cumplen con este rol cual denigra a las madres, convierten al cuidado de los hijos en una tarea que generalmente se utiliza motivada por la recompensa social, que por la idea de alcanzar una situación más igualitaria dentro del hogar y con sus parejas.

La apropiación de la tarea del cuidado como fuente de orgullo y reconocimiento en los padres divorciados puede incluso llegar a convertirse en otra forma de violencia contra la mujer. En efecto, muchos hombres en la actualidad no quieren ser el padre ausente de la vida de sus hijos e hijas, después de un divorcio, y realmente están interesados en su bienestar y en su futuro. No obstante, el divorcio y las generalmente malas relaciones con la “ex”, convierten al cuidado de los y las niñas en un arma para denigrar constantemente la labor de la madre.

Cada vez veo a mi alrededor, más y más padres que se niegan a poner límites a los hijos en ningún sentido y dan rienda suelta a los caprichos más descabellados. Desde comprarles comida chatarra todos los días, hasta apoyarlos de manera irreflexiva y a temprana edad, a que se perforen órganos sensibles para decorarlos con piercings. Y mientras cumplen con placer los desenfrenados deseos de sus críos/as (sobra decir que estos deseos pueden ser muy dañinos), critican la rigidez de la madre por haberse negado a hacer lo que ellos materializan, y al mismo tiempo se vanaglorian por estar en sintonía con los y las pequeñas y se atribuyen una verdadera cercanía afectiva, que según ellos no tiene la madre. Sin embargo, ¿qué niño no demuestra cercanía con quien cumple todos sus deseos a cualquier costo?

He llegado a pensar que esta actitud es más una lucha de poder con la ex pareja que un deseo legítimo de bienestar de los hijos, sin desconocer esto último. Hay casos peores, hay padres que logran quitar a los hijos del cuidado de la madre, aduciendo cualquier razón denigrante -no siempre verdadera- y con el apoyo de los sistemas judiciales. Esto es devastador para ellas, porque gran parte la femenidad, como constructo social, dicta que una de las más importantes fuentes de orgullo para las mujeres consiste en mantener relaciones saludables, amorosas, y de cuidado con su entorno, lo que obviamente incluye a los chicos. Sobrevivir a la penalización social, o deconstruir el estereotipo de la maternidad podrían ser tareas verdaderamente titánicas para quienes enfrentan esta situación.

Hay miles de ejemplos de estas nuevas formas tóxicas de paternidad, solo basta con mirar a nuestro alrededor. Esto es posible, porque generalmente la sociedad elogia con elocuencia la labor que cumplen los padres, mientras es indiferente, incluso crítica con el cumplimiento de la misma tarea por parte de la madre. Este tratamiento diferenciado hacia hombres y mujeres frente a su paternidad y maternidad, ha hecho que la paternidad activa, en lugar de ser un acto de afirmación de que otra masculinidad es posible, se convierta en un elemento más de violencia e injusticia contra la mujer y su ejercicio de la maternidad.

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