Llevábamos toda la semana especulando y, al final, ayer se confirmó. Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional, se ha autoproclamado este miércoles presidente interino de Venezuela, en sustitución de Nicolás Maduro. Una sustitución que no viene dada por unas elecciones ni validada en sufragio por el pueblo venezolano, sino por la imposición de unas élites que llevan años intentando derrocar al presidente electo y legítimo del país. Lo que estamos presenciando en estos momentos es un auténtico golpe de estado.
La jugada de Guaidó, anunciada durante las últimas semanas y amparada por el mismísimo vicepresidente de los Estados Unidos, Mike Pence, unos días antes, cuando pidió públicamente y sin avergonzarse que Venezuela necesitaba un golpe de estado, está irremediablemente destinada al fracaso, por el control que todavía ejerce el gobierno de Maduro de la mayor parte de los cuerpos militares y policiales, así como por el apoyo que aún mantiene entre la población civil.
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Así pues, el objetivo de Guaidó y sus seguidores es generar malestar, provocar enfrentamientos y muertes, para luego culpar a Maduro de los hechos, intentando así ganar más apoyo popular. Con ello también se pretende vender un relato de los acontecimientos en el exterior, aduciendo la necesidad de apartar a Maduro y al chavismo del poder, y alinear otra vez el país con los postulados liberales del mundo capitalista.
Estos años, Estados Unidos ha intentado hacer caer al chavismo con todas sus fuerzas. Ha probado multitud de estratagemas, entre las que destaca la financiación de personajes que han acumulado bienes de primera necesidad, causando que una de las economías más potentes de la región entrase en crisis. Evidentemente, Nicolás Maduro ha cometido errores; en este artículo no se valora los aciertos o equivocaciones de su gobierno, pero eso no es motivo suficiente para sustituir por la fuerza un gobierno democrático.
Parece mentira, pero pasan los años y se repiten los mismos patrones. Cuando a Estados Unidos no le gusta un gobierno, hace todo lo posible por desestabilizarlo y hacerlo caer. Es una vergüenza que en pleno siglo XXI la principal potencia mundial y supuesta defensora de los derechos humanos siga practicando estrategias propias de la Guerra Fría. Lo que vemos hoy en Venezuela es lo mismo que vimos en Chile, Argentina, Brasil y Cuba en el pasado. Estrategias que pasan por el apoyo a unas élites enriquecidas y a los principales medios de comunicación, la financiación y apoyo de golpes de estado, o el intento de invasión armada. Pasan los años pero siguen las mismas doctrinas.
No hay que retroceder demasiado para comprobar lo poco que gusta a Estados Unidos la democracia si choca con sus intereses. En 2013, un golpe de estado liderado por Abdul Fatah al-Sisi, líder de las fuerzas armadas egipcias, derrocó al presidente electo del país africano, Mohamed Morsi, contando con el apoyo implícito de la mayoría de “democracias” occidentales. En Egipto han llegado a asesinar a periodistas europeos, pero parece que al-Sisi es muy peligroso, pues nadie se atreve ni a toserle. Será que en el golpe de estado participaron más las potencias europeas de lo que nos han contado.
Aunque no sorprenda la postura de Estados Unidos, es más preocupante la reacción de otros estados que se autodefinen como democracias avanzadas, pero no han dudado en reconocer a Juan Guaidó como presidente interino de Veneuela. Entre estos países es triste que sobresalga el Canadá de Justin Trudeau, abanderado de la inserción de migrantes; no sorprende la posición del Brasil de Jair Bolsonaro, que ya ha avisado que pretende ser el Donald Trump de su país. Ahora falta saber cuál será la posición de la Unión Europea y de España.
Sobre este último, en los últimos años, hemos presenciado como en España se hablaba más de Venezuela que de los problemas del país. Los partidos neoliberales, liderados por Ciudadanos, centraron su discurso en demonizar el gobierno de Maduro para atacar a Podemos, realizando Albert Rivera viajes al país sudamericano en plena campaña electoral española.
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Convirtieron en héroes a delincuentes como Leopoldo López, instigador de otro golpe de estado, este fracasado, en 2014, en el que murieron más de 40 personas. Hay que tener en cuenta también los importantes intereses económicos que tienen las grandes empresas españolas en la región, principalmente los medios de comunicación, como el Grupo Prisa, o las empresas energéticas como Repsol.
En cualquier caso, habrá que esperar y observar cómo se desarrollan los acontecimientos. Todavía es muy pronto para afirmar que el golpe ha fracasado. También habrá que estar pendiente, con los años, del material que vaya desclasificando Estados Unidos, porque parece evidente su participación, de otra forma, en la situación política actual de Venezuela.