Nunca había oído hablar de John Bolton hasta que lo vi entrando en la Sala de Prensa de la Casa Blanca, con la apariencia de uno de esos vaqueros del Oeste norteamericano orgullosos de haber disparado a alguien por la espalda, y con la misma cara de pocos amigos del típico redneck sureño que se pone a mirar la hierba cuando tiene que cuidar del ganado, sin recordar que no ha cerrado las verjas por una preocupante consanguinidad, que le ha privado de los recursos intelectuales necesarios para respirar y procesar una información visual al mismo tiempo.
Las apariencias engañan, dicen. Si lo hacen, en Bolton se encontraron con una excepción. Como si de un acosador de instituto se tratase, junto a su expresión, que buscaba aparecer como alguien duro, con pulso firme, pero que al final daba la impresión de ser un abuelo enfurruñado por haber perdido el autobús, llevaba una carpeta en la que, de manera demasiado obvia se dejaba ver “5.000 tropas a Colombia“. High School style.
No repasaré aquí la hoja de servicios de John Bolton como asesor de seguridad de la Administración de Donald Trump, porque sería repetir, y además llegando tarde, lo que ya han dicho otros medios de comunicación. Sin embargo sí me voy a centrar en desarrollar una idea que no se ha abordado en ellos: la salida de John Bolton no cambia nada en la situación de Venezuela, porque las dinámicas que han llevado en esa situación existían desde mucho antes de que él llegase al cargo.
Bolton solo se subió en la rueda imperialista y la mantuvo en movimiento. ¿Que se esforzó por hacerla girar más rápido? Sí. Lo que no cambia que los mecanismos ya estaban implementados previamente.
Lo que quiero decir es que existen elementos en la más alta institucionalidad de Estados Unidos, y también en los más altos representante de su oligarquía, con empresas que suponen unos lobbys con unos intereses imposibles de obviar al poder ejecutivo, relacionados con la oposición venezolana, que ha sabido convencerlos, ya sea por afinidad política o por negocios relacionados con el petróleo, para crear una dinámica, ya asentada, de ataque y derribo contra la Revolución Bolivariana.
Lograron que la administración de Barack Obama crease el marco jurídico que le ha servido a Donald Trump para aplicar todas las sanciones posibles. Incluso consiguieron el visto bueno del expresidente para llevar adelante las guarimbas, guerrillas callejeras que asesinaron a cientos de ciudadanos y miembros de las fuerzas de seguridad.
“Obama tiene la culpa de haber elevado a rango de Orden Ejecutiva, en 2015, la “Ley Pública de Defensa de los Derechos Humanos y la Sociedad Civil en Venezuela”, con la que el Congreso había establecido pocos meses antes el marco jurídico de todas las futuras sanciones de EEUU (y de los países que operan bajo su esfera de influencia) contra nuestro país. Es lo que se conoce como el famoso “Decreto Obama”, con el que Venezuela pasó a considerarse una “amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad nacional y la política exterior de EEUU”. Ricardo Capella, Cónsul General de Venezuela en Barcelona, en declaraciones en exclusiva para ElEstado.Net.
La responsabilidad de lo que acontece no compete a una sola persona, y menos que ocupe el cargo de Consejero de Seguridad Nacional, sin capacidad real -no solo por falta de competencias, sino porque aunque las tuviera, las dinámicas en lo interno del Estado norteamericano impedirían que accediera al cargo alguien que no compartiera la Doctrina Monroe que han aplicado todas las administraciones tanto demócratas como republicanas-, de cambiar la línea seguida hasta ahora.
El sustituto de John Bolton puede que considere el lenguaje de su antecesor demasiado agresivo, o que su estrategia con Juan Guaidó haya sido un error, pero los golpes de estado se llevan dando -o intentando- desde 2.002, con diferentes enfoques (militar, callejero, mediático, diplomático…), el boicot empresarial desde 2.003, la ofensiva mediática de 1.998 y la violencia en las calles desde 2.014 de una manera pública y sostenida. Y en ninguna de esas iniciativas estaban las manos de Bolton.
El recién expulsado del gobierno de EEUU solo ha continuado lo que Barack Obama había comenzado. El próximo que venga podría decidir regresar a la vía diplomática e intentar aplicar el TIAR para derrocar a Maduro con una pseudo credibilidad institucional, o presionar desde el Grupo de Lima. Podría endurecer el problema del dólar paralelo y construir un liderazgo opositor que transite por los cauces democráticos aprovechando la debilidad -lograda artificialmente por esos ataques detallados en líneas previas- del gobierno bolivariano, hoy liderado por Nicolás Maduro.