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Las elecciones europeas y el problema de la abstención

Los resultados electorales del próximo 26 de mayo marcarán la configuración de Europa para los próximos cinco años.

Conscientes de que cada convocatoria ha tenido una participación menor que la anterior, las instituciones europeas han redoblado sus esfuerzos cada vez para intentar concienciar a los ciudadanos de la necesidad e importancia de su participación electoral. Esto ha llevado, por ejemplo, a que este año se haya iniciado una potente campaña mediática y en las redes sociales, especialmente destinada a motivar a los votantes, y hacernos ver que nos jugamos gran parte de nuestro futuro en ellas.

A pesar de todo, no se puede decir que la ciudadanía no esté pendiente de la política europea. Cada vez estamos más interesados en los procesos electorales que se dan por todo el mundo, de los debates políticos de Estados Unidos, China, JapónCorea; seguimos con gran interés los debates relacionados con el Brexit; y analizamos el ascenso de la extrema derecha en el mundo. Es decir, que somos “expertos” en alta política internacional, pero participamos menos que nunca en las elecciones europeas. ¿Paradójico?

Desde las primeras elecciones europeas, en 1979, el número de ciudadanos que participa en los procesos electorales se ha ido reduciendo dramáticamente. Desde 1994 participa menos de la mitad de los votantes europeos en cada convocatoria; esta situación, lógicamente, no afecta a aquellos países en los que, como Bélgica, LuxemburgoGrecia, el voto es obligatorio: en 2014 la mayor participación se registró en Bélgica (casi el 90%) y Luxemburgo (85%), frente al nivel de Eslovaquia (el porcentaje más bajo, con poco más del 13%). Resulta paradójico este nivel de desinterés, teniendo en cuenta que ha estado inversamente relacionado al incremento de poder del Parlamento Europeo, que se ha convertido en un auténtico legislador, al mismo tiempo que decrecía su legitimidad electoral.

Este año 2019 tenemos una nueva convocatoria para escoger el Parlamento Europeo, a la que estamos llamados a las urnas 360 millones de votantes, de una población total de 508 millones de ciudadanos europeos. Además, se podría considerar que las elecciones de este año pueden ser las más importantes de la historia de la UE, debido al contexto político, el Brexit, los desafíos de la extrema derecha o el problema de la inmigración. La incógnita es si esta sensación de excepcionalidad se traducirá en una mayor participación electoral. Lo que sí parece que será una realidad es que el futuro Parlamento Europeo será el más fraccionado de su historia, teniendo además que hacer frente al crecimiento de las fuerzas euroescépticas en su interior.

Si analizamos el perfil del votante vemos que, en general, los hombres suelen votar más que las mujeres; que la participación es más alta entre los sectores de población mayores (el grupo de edad de mayores de 50 años llegó en 2014 al 51%, y el de 18-24 años fue del 27%). Si analizamos el perfil socioeconómico podemos ver que los trabajadores por cuenta propia, jubilados y personal directivo participan más que los estudiantes, trabajadores, desempleados o amas de casa.

>>Principales propuestas de los partidos españoles para las elecciones europeas<<

Si analizamos las cifras de participación en España podemos ver que nuestro país se ha situado, tradicionalmente, en unos niveles también descendentes desde mediados de los 1990, aunque la cifra de participación de la última convocatoria (2014) fue la más baja del histórico español (43.81%).

Este año se espera que la participación en las elecciones europeas se incremente en España por el “efecto llamada”. Si el pasado 28 de abril se superaba el récord histórico del 75% de la participación en las urnas, se espera que el 26 de mayo, las múltiples convocatorias programadas (municipales, autonómicas en 12 casos, y europeas) provoquen una afluencia que, si no masiva, será importante a las elecciones europeas.

Esto tiene una contrapartida negativa, y será que la población española votará más aún en clave nacional, para reforzar la tendencia actual de las elecciones generales: según el CIS, el 60% de los españoles decide su voto en las europeas a partir de las cuestiones nacionales que más le afectan. Otro efecto negativo es que se hayan confundido los mensajes en las diferentes temáticas, de forma que algunos especialistas consideran que el debate está contaminado por este efecto llamada.

En este sentido se está también comenzando a hablar del “voto escoba”: la ciudadanía vota a su partido preferido en diferentes comicios, sin tener en cuenta qué ámbito o qué funciones está votando realmente. Esto supondría que la representación española en Europa tendría una composición prácticamente igual que la del nuevo Congreso de Diputados.

>>¿Por qué tenemos que votar en las elecciones europeas?<<

La causas

Ante la cuestión ¿qué nos puede ofrecer la Unión Europea?, es cuando los ciudadanos comienzan a plantearse el sentido de la misma. Si la UE nació con la intención de acabar con los conflictos que habían asolado a Europa hasta su nacimiento, y ese objetivo se ha mantenido (en mayor o menor medida) durante casi setenta años, y teniendo en cuenta que la mayoría de los ciudadanos no vivieron de primera mano el último gran conflicto europeo, se plantean cuestiones importantes. ¿Hemos superado el concepto de que “más Europa es igual a mejor”? ¿El proyecto europeo sirve para calmar las ansiedades de las nuevas generaciones? La imagen debilitada y fragmentada que la UE está mostrando desde el comienzo de la crisis está, en mi opinión, fuertemente enraizada en la desafección de la ciudadanía con el proyecto europeo.

Un ejemplo de ello es el hecho de que no se haya podido consensuar una política unitaria en referencia a los refugiados. O que cuando se ha hecho, las instituciones europeas no hayan sido capaces de “castigar” a los estados díscolos en este tema. Se aprecia la debilidad de sus estructuras cuando, por ejemplo, Austria cierra sus fronteras a los refugiados y la UE no toma en consideración algún tipo de represalia contra ese país.

Las elecciones europeas han sido, por regla general, un terreno abonado para el llamado “voto de castigo” con el que dar un toque de atención a “tus políticos”, pero sin perjudicarlos en el gobierno nacional que, como ya se ha señalado, es considerado el verdadero ámbito que nos afecta directamente. La percepción de que estos procesos son “menos importantes” es lo que permite emitir ese “voto de castigo”, ponderando que tendrá menos consecuencias. Pero también permite evitar el “necesario” voto útil: ya no es necesario tener en cuenta tantas estrategias electorales a la hora de votar.

Son las elecciones consideradas, por la mayoría, más lejanas al entorno cercano de los ciudadanos y, por tanto, consideradas las menos importantes. Un ejemplo claro ha sido el tema del Brexit, que ha colapsado el interés de los políticos europeos. Mientras tanto, los españoles, según el CIS, consideraban que los temas prioritarios en la UE deberían ser el desempleo (63%), la economía (64%), el paro juvenil (69%), la inmigración (47%) o la sanidad (26%); por su parte, el Brexit era un tema prioritario para el 0.7% de los españoles. Por tanto, es posible que la desafección con Europa provenga de los intereses manifestados por sus dirigentes, y no por la falta de interés de la ciudadanía.

Algunos especialistas han señalado que el problema principal es que ha fallado la comunicación entre las instituciones europeas y la ciudadanía. Otros señalan que el problema es que los partidos políticos realizan campañas a nivel nacional, reflejando el día a día de sus países, dejando de lado los temas europeos, lo que no ayuda a la implicación ciudadana.

Existe también la creencia, falsa en gran medida, de que el Parlamento Europeo no importa, o que sus decisiones no afectan directamente a la población de cada Estado miembro. Esta idea está muy extendida, por ejemplo, en España. Pero los datos desmienten esa idea: de las 58 leyes y decretos aprobados desde junio de 2018 hasta finales de esta legislatura, más del 60% son trasposiciones de directivas europeas acordadas por la Eurocámara: el control de la jornada laboral, los permisos de paternidad mínimos de cuatro meses, el “roaming”, etc. Además, el Parlamento Europeo también aprueba los fondos destinados a diferentes países y sectores, y que tanto afectan directamente a la vida de sus ciudadanos, como las ayudas al sector agrícola, los fondos estructurales y de cohesión, el apoyo a la I+D, a las renovables, etc.

Pero no se trata sólo que la baja participación deje a los ciudadanos fuera del juego electoral. Para las instituciones europeas se trata también de un problema de su propia legitimidad, porque refleja un bajo apoyo de la ciudadanía. Este es un problema especialmente importante teniendo en cuenta el cuestionamiento que sufren esas instituciones por parte de los partidos euroescépticos, que aglutinan a sectores cada vez más importantes de descontentos.

Esta tendencia contrasta poderosamente con los resultados de las últimas encuestas del CIS sobre Europa, en las que se refleja que el 70% de los españoles considera que España debería tener más influencia en Europa; el 57% cree que votar en las próximas elecciones europeas tiene mucha o bastante importancia.

>>Sobre el fracaso y el futuro de la Unión Europea<<

¿Soluciones?

Conscientes del problema que supone esa elevada abstención, las instituciones europeas han iniciado una campaña para evitarlo, y se han multiplicado los llamamientos a la participación, haciendo hincapié, sobre todo, en la importancia y trascendencia que estas elecciones tienen para la mayoría de los ciudadanos europeos. Por eso, el principal llamamiento se basa en resaltar el hecho de que el 70% de la legislación que afecta a sus vidas emana de Bruselas.

Ese llamamiento se ha basado en una campaña de información y comunicación sin precedentes en los procesos electorales europeos. Esos esfuerzos para fomentar la participación se han centrado, en esta ocasión, en los menores de 35 años, un sector de la población que se siente especialmente desafecta con Europa y que vota poco en sus elecciones. Esta campaña transnacional trata de concienciar a los más jóvenes de su responsabilidad hacia las políticas europeas: en las elecciones de 2014 la franja de 18-24 años fue la que menos votó (27%), y por eso se ha convertido en una tarea esencial motivarlos a participar.

Esto se debe, en gran medida, a la falta de conocimiento de la idea de Europa y a la desconfianza sobre la capacidad de sus instituciones políticas de responder a sus preocupaciones y los retos de la sociedad en la que viven: Europa se encuentra demasiado lejos de sus problemas cotidianos. Las preocupaciones de los jóvenes están más ligadas a sus ámbitos nacionales que a las competencias europeas. Además, consideran que su participación no cambiará la sociedad, y que no tiene capacidad de influencia en los retos que realmente les interesa. Una muestra de esto ha sido el debate sobre la inmigración o sobre el medioambiente.

Sin embargo, esos esfuerzos no siempre han tenido el resultado esperado. En España, por ejemplo, se han organizado debates en directo con los candidatos en diferentes medios de comunicación. Sin embargo, en muchas ocasiones ese debate ha derivado casi exclusivamente a temas de ámbito nacional.

Una posible solución es la que señalan algunos expertos: vincular mucho más estrechamente las políticas locales y las europeas; otros hablan de listas únicas a las elecciones europeas (y no nacionales) y de la formación de partidos políticos europeos (y no agrupaciones de partidos nacionales, como hasta ahora).

Otros especialistas consideran que una solución a este declive en la legitimidad electoral sería lograr un mejor equilibrio entre el Parlamento Europeo y los diferentes parlamentos nacionales, y conseguir que la Comisión Europea no ignore las propuestas de esos parlamentos nacionales. Eso podría evitar el sentido de “desconexión” que los ciudadanos sienten hacia el proyecto europeo.

El objetivo de las instituciones europeas para este 2019 es conseguir que los ciudadanos europeos ejerzan su derecho al voto, más allá de unas consideraciones ideológicas determinadas. Se trata de participar en el proceso democrático, de manera consciente e informada, que implique a la ciudadanía en el fundamento mismo de la democracia y que su conjunto decida en qué Europa queremos vivir.

Actualmente, las grandes decisiones económicas, sociales, fiscales, etc., ya no se fijan exclusivamente en los parlamentos nacionales, sino en las instituciones europeas, a través de las directivas europeas. Por tanto, nos guste o no, las decisiones que más nos afectan se toman en el Parlamento Europeo, el Consejo Europeo, la Comisión Europea, etc. Por ejemplo, las decisiones de aplicar políticas de austeridad o de expansión económica se toman en Europa: la Política Agraria Comunitaria (PAC); las negociaciones del Tratado Transatlántico de Comercio e Inversión (TTIP) que supondrá la privatización de los servicios públicos; la autorización de practicar el fracking, con los graves problemas medioambientales que supone, etc.

Es por estos motivos que no podemos dejar de participar en las elecciones europeas, porque se deja vía libre a los mercados que se producen en las altas instancias europeas y que han llevado a la ruina a algunos de sus estados miembros, que han provocado las mayores tasas de desempleo, pobreza y desigualdades jamás conocidas.

El mejor “voto de castigo” para esta situación no es la abstención, la falta de participación. Por el contrario, participar es un derecho al que no debemos renunciar, porque nos lo quitarán. Si no participamos seguiremos teniendo una Europa que se rige por los intereses de los mercados y no por las necesidades de la sociedad, controlada por los intereses financieros y las multinacionales. ¡Si no participamos, luego no podremos quejarnos!