Editorial: el “Caso Assange” demuestra la debilidad de los medios alternativos
Reflexionaba en el pasado editorial sobre el papel de resistencia de los medios de comunicación alternativos, al que califiqué como necesario pero insuficiente, si lo que pretendemos es conformar una matriz de opinión que se oponga a la del sistema capitalista. En la defensa no sostenemos la posición, y en la ofensiva no existimos.
Un nuevo ejemplo de nuestra debilidad lo supone lo acontecido con Julian Assange, que no solo evidencia nuestra absoluta falta de fuerza en la batalla por la conquista de la hegemonía cultural, sino que nos demuestra que estamos, queramos asumirlo o no, influidos por la manipulación mediática.
El “Caso Assange” debería haber hecho que nos volcásemos en informar sobre la situación, puesto que es una persona que ha puesto su vida en peligro para que nosotros, el pueblo -en la concepción más políticamente revolucionaria del término-, tuviéramos poder. En grandes cantidades.
Mediante su organización Wikileaks, Julian Assange nos regaló información que debería haber supuesto el fin del imperialismo, si la lógica que gobierna el mundo no estuviera contaminada por la corrupción del sistema capitalista. Si los gobiernos afectados por las revelaciones fueran dueños de su soberanía, en vez de haberla vendido al imperialismo por simple interés personal en forma de mantener una posición de poder, y de conseguir más dinero del que se necesita para vivir lujosamente, el gobierno de EEUU habría caído al, no revelarse porque la diplomacia mundial ya lo sabía, sino salir a la luz pública, su perversa política exterior.
Quizás por una ingenuidad fruto de una falta de formación política, Julian Assange pensó que su masiva filtración realmente traería un Nuevo Orden Mundial multipolar. No calculó que la corrupción del sistema capitalista podía más que la dignidad política de los principales gobernantes del mundo, que se limitaron a hacer alguna declaración a la prensa expresando que no les gustaba lo que el imperialismo estadounidense había hecho, con el clásico y patético tono del vasallo que no quiere desgradar a su señor.
Tras los hechos que todos conocemos, cuyo epicentro de encuentra en Quito, Julian Assange finalmente se dirige a su final. Muchos de los dieciocho delitos que la justicia estadounidense le imputa conllevan la pena de muerte. Y no estamos diciendo casi nada. No hemos sido capaces ni de hacer que la sociedad sepa el nombre de su verdugo: Lenín Moreno. Ni mucho menos hemos conseguido volver a traer el “Caso Assange” a la agenda mediática.
Ya ni hablamos de imponer en la hegemonía cultural la idea-fuerza de que la persecución a Julian Assange responde a una venganza de EEUU, y que los cargos de Suecia y Reino Unido no eran más que excusas para apresarlo y obedecer a la exigencia del país hoy gobernado por Donald Trump de entregárselo. ¿Por qué Suecia y Reino Unido se han olvidado de las acusaciones dependiendo de la situación del australiano?
Lo peor que se podría decir en este momento es que no hemos sido capaces de posicionar el asunto en el candelero porque no le hemos dado importancia. Esto supone una colosal victoria del sistema sobre las fuerzas que lo enfrentamos en el apartado mediático. Significa que a la hora de elegir los temas de nuestra línea editorial, los pocos que hemos pasado a la ofensiva, tenemos en cuenta la agenda mediática de las posiciones neoliberales.
El mismo imperialismo al que Julian Assange quiso evidenciar revelando cómo derrocan gobiernos aunque cueste vidas inocentes, cómo sumen en la miseria a países enteros para que sus empresas puedan explotar los recursos de esos lugares, y cómo cometen chantajes a diferentes países para someter a terceros con asfixia diplomática, nos ha convencido de que el hacktivista australiano ha pasado de moda, ya no interesa.
De esta manera, EEUU puede cobrar con absoluta impunidad su venganza por las filtraciones que tanto año le hicieron en América Latina, ya que la diplomacia de los países bolivarianos la aprovecharon para avanzar posiciones, expulsando de la región a Estados Unidos gracias a la conformación de nuevas instituciones como CELAC y UNASUR, que sustituyeron a la OEA.
Además, el Imperio ya ha arrebatado de nuestras manos el poder que nos hizo llegar Julian Assange, ya que nos ha convencido de que no merece la pena gastar recursos no ya en traducir y publicar los cables diplomáticos, sino defender a la persona que tiene altas posibilidades de morir por luchar contra el sistema establecido.
¿Acaso hemos normalizado tanto la derrota, que hasta hemos perdido el sentimiento que nos hace temblar de indignación ante las terribles injusticias cometidas contra cualquiera, en cualquier parte del mundo? Me niego a que nos deje de importar el destino de quien lucha junto con nosotros por evitar la injusticia.
Debemos aprender de estos errores, y no solo aumentar temporalmente nuestros contenidos sobre el “Caso Assange” con una perspectiva de ofensiva que nos permita ganar posiciones en la disputa mediática, también ser capaces de decidir los temas de nuestras líneas editoriales sin las influencias del capitalismo que esperamos derribar, porque si los que ejercemos de informadores de la alternativa no somos capaces de marcar un camino diferente, ¿cómo vamos a esperar que nadie transite por él?