Al hablar de lawfare deberíamos tener la cortesía de definir los términos iniciales, a ver si nos embarcamos en el análisis. Cabe la advertencia: no vamos a abordar la fenomenología del lawfare como táctica política sin vincular algunas causas que no se abordan en las referencias bibliográficas; hablaremos de la táctica y también su mecánica.
Según se mire, el “lawfare” puede entenderse como la utilización de la justicia (con esto quiero decir el aparato represivo del estado) con fines políticos. También puede entenderse como una estrategia que se enmarca dentro de la doctrina de guerra psicológica de IV Generación. No es por casualidad que sus paradigmas contengan ejes transversales en todas sus aplicaciones: “desacreditar al enemigo, investigarlo-espiarlo, corromperlo, socavar la legitimidad de las instituciones”, entre un sinfín de lóbregas instrucciones que no resisten una mirada ética o jurídica.
Asistimos, en mi opinión, a una mecánica de la opresión, que es el resultado de una fusión de procesos de sabotaje e inteligencia perpetados casi siempre por los poderes hegemónicos, y en este contexto latinoamericano, la corrupción que permea a la política cruda.
Si usted me sigue hasta este punto, podemos ser sinceros: el lawfare es el arma política por excelencia, es imparable. Lo descubre Cristina Kichner con decenas de causas pendientes, lo entiende Lula grabando vídeos de ejercicios en prisión.
Decía Hugo Chávez que el que crea que la política es un campo de pureza, no puede hacer política. La corrupción puede ser entendida de diversas maneras, pero siempre es injustificable el robo al erario público, a la cosa colectiva.
Pero la simbología del Robin Hood, del malandro legitimado como el vengador de los pobres, la necesidad de ayudar, los adoradores del becerro de oro, las negociaciones secretas y a espaldas, la “viveza” y la obtención de dinero fácil, son signos sociólogicos de la política latinoamericana y por qué no (que lo diga el PP en España) el “entorno político” es definitivamente un campo fértil para el lawfare. Es un paraíso para la investigación cuando tienes al poder, a los medios y al imperio norteamericano a tu lado.
Es necesaria, dirán aquellos que apuestan por una purga de la izquierda en la política latinoamericana. Mediáticamente, es bastante fácil de posicionar en el imaginario colectivo debido a que utiliza “recursos” informativos producto de la investigación judicial, el espionaje, la utilización sin autorización de información personal de los perseguidos.
Se basa en causas escandalosas, a veces sin asidero jurídico y otras veces letales. Lo cierto es que son actividades que se ha vuelto una constante en estas tierras, ante la permisividad de los gobiernos progresistas de la región contra la injerencia norteamericana en asuntos de inteligencia.
Hoy nuestros representantes en este caldo de cultivo en ebullición del nuevo mundo son sistemáticamante vigilados por la CIA. Es un secreto a voces. Pero entiéndase que esta suerte de “vivir espiado“, es decir, en conocimiento asertivo de que su actividad política está siendo monitoreada por los servicios de inteligencia norteamericana, es una variable que no se circunscribe al aspecto pasivo de la fórmula.
El “monitoreo” de esta agencia no procesa la vigilancia como una acto calculador, para recabar datos antropológicos del sujeto político. Se trata de alterar las condiciones del “target” para moldear su conducta de manera favorable ante el agresor. Se le considera enemigo en todo momento. El lawfare produce realidades. Elabora teorías para vincular lo que investiga con lo que quiere.
Por tal motivo, el mejor amigo del lawfare es el tiempo.
El lastre de un capitalismo de estado, o la co-existencia de dos sistemas, no deja puros a los que laboren en él. Aunque nos neguemos a admitirlo, la eficiencia del capitalismo no puede ser discutida sino en el análisis de su capacidad de fagocitación: de apropiación de los símbolos populares, manifestaciones políticas, luchas simbólicas y también armadas. El capitalismo compra la conciencia, regatea la virtud, cosifica los valores, apuesta a la necedad de la justicia, socava la moral y siembra necesidades.
Un sistema entero, mecantilizándolo todo al ritmo de los emprendimientos digitales en internet. Una competencia encarnizada, sin cuartel por el afecto popular pero a su vez, la necesidad siempre ejercitada por la mecánica del capital de obtener provecho económico a toda costa. Mala hora para los corazones rojos y bolsillos sin fondo en cualquier parte de América Latina.
La vaina es que el lawfare también tiene una cara oculta, que es la más interesante: la alegría con la que “desaparecen” los bienes malhabidos de los pobres mortales a los que elige. Sobre todo a nivel internacional, los procesos judiciales que trae el combo neoliberal son medievales, para cualquier país que vire su camino político a la derecha.
Basta observar el linchamiento moral y político de funcionarios del gobierno de Lula Da Silva y Dilma Rousseff en Brasil en manos del gobierno de Jair Bolsonaro. La persecución judicial contra políticos de Correa en Ecuador. La demolición de cualquier político que represente a las FARC en Colombia, (de hecho y hablando claro, político que confronte al uribismo es
amenazado de muerte).
La descarga de odio contra Cristina y su tren en Argentina (activada nuevamente por la victoria de Fernández en las elecciones presidenciales, prepárense a ver una Carnicería aderezada con los comentarios misóginos de Lamata).
Como un castigo por su intrepidez y desparpajo, el lawfare permite que la Banca Internacional (fundamentalmente) le arrebate el capital fugado al que le toque, por igualado. La Europa vampira puede contarnos mucho sobre su inyección de capitales “decomisados” a funcionarios corruptos de regímenes antidemocráticos vinculados con el barcotráfico, y bla bla bla.
Por ahora, la convulsión que sufre el continente ha invisibilizado estos procesos pero están allí, agazapados esperando el tiempo preciso. Son la hoguera de nuestro tiempo, y nuestras manos aplauden al caer la guillotina.
Son los motores del morbo, espoleados por la decepción, la falta de sapiencia política de los pueblos. Cuando la sangre salpica al lente seguimos leyendo, absortos en los detalles. Caen los famosos, los héroes, los enemigos, los políticos y algo en nosotros lo celebra, como un resorte mecánico cuando alguien tira del botón.