El actual contexto político de América Latina responde a lo sucedido en la región durante la década que abarcó los años 1999 y 2009. La victoria de Hugo Chávez en Venezuela supuso un punto de inflexión desconocido en la política hasta ese momento porque respondió a una cuestión que otros procesos revolucionarios fueron incapaces de resolver: ¿Qué pasaría si un gobierno rupturista sobreviviera al golpe de estado que EEUU le da en sus primeros años de existencia?
Ni Árbenz, ni Velasco, ni Allende, ni el joven Ortega pudieron resistir los embates antidemocráticos de la poderosa nación del Norte para responder a la importantísima cuestión. Hugo Chávez lo hizo en abril de 2002. La respuesta fue la conquista política de América Latina.
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Una vez superado el golpe de estado, Hugo Chávez decidió abrazar el socialismo como herramienta para lograr el bienestar de los venezolanos, suponiendo un ejemplo para otros pueblos que no pudo ser deslegitimado por los medios de comunicación. Hasta ese momento, solo existía un bloque político en todo el continente, el de la derecha. Una prueba de ello es que en el momento en que el tratado neoliberal ALCA fue propuesto, solo tuvo una contestación en contra, la de Hugo Chávez.
Su carisma produjo dos movimientos importantes en la geopolítica americana: la alineación de presidentes progresistas con las propuestas del venezolano, que logró interpelarlos gracias al impacto logrado en sus sociedades, que se preguntaban por qué sus presidentes no actuaban como Chávez si su discurso era cercano al suyo; y por otro lado la victoria de candidatos bolivarianos en Bolivia (Evo Morales), Ecuador (Rafael Correa), Nicaragua (Daniel Ortega), Fernando Lugo (Paraguay), Mauricio Funes (El Salvador), el Frente Amplio (Uruguay), los Kirchner (Argentina), que junto a Manuel Zelaya (Honduras), Lula (Brasil) y Fidel y Raúl Castro (Cuba) consolidaron un nuevo bloque.
Esto supuso que la derecha del continente, comandada por los gobiernos turnistas de Estados Unidos (EEUU) se viera, por primera vez desde que se independizaron, en inferioridad de fuerzas con respecto a la izquierda, ya que la influencia de la misma era tan alta, que se permitía imponer su agenda a los gobiernos de derecha, que aceptaban propuestas como la UNASUR y la CELAC para impedir que sus ciudadanos dieran la victoria a las propuestas bolivarianas en las urnas.
Era Hugo Chávez el que lideraba ese Bloque Antineoliberal que integraba tanto a bolivarianos -los países que se unieron al ALBA-, como a progresistas, por lo que el campo de la izquierda actuaba de manera conjunta, ganando mayor fuerza, y en base a las propuestas de su parte interna situada más a la izquierda. Esta situación permitió que todos los países, de Suramérica primero, y de América Latina y el Caribe después conformasen nuevas organizaciones supranacionales sin la presencia de Estados Unidos ni Canadá.
Un hito soberanista que favoreció la paz en la región en cuanto a que los conflictos no servían a intereses políticos y se resolvían mediante diálogos, acuerdos diplomáticos que permitieron a cualquier ciudadano de cualquier país viajar y trabajar en cualquier país desde México hasta Argentina, y el principio de una formación militar que excluía a la Escuela de las Américas en favor de una alianza Sur-Sur basada en preceptos democráticos y de respeto a la institucionalidad emanada de las urnas.
Fue en el año 2009 cuando EEUU, gobernado por el expresidente Barack Obama, recuperó su agenda golpista para romper el avance de la izquierda en América Latina. El primer golpe de estado, de estilo clásico, se dio en Honduras, creando una dictadura fascista que se mantiene hoy en el poder en base a fraudes electorales y represión.
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Tras él llegaron los golpes, revestidos como constitucionales pese a ser juicios políticos sin pruebas ni base legal, contra Fernando Lugo y Dilma Rousseff. El lawfare pudo con Cristina Fernández de Kirchner y con el FMLN, y la traición de Lenín Moreno acabó con la Revolución Ciudadana de Rafael Correa. La izquierda no fue capaz de evitar un nuevo golpe contra Lula que dejó el camino libre al fascista Bolsonaro, ni superar el fraude electoral en Honduras, ni superar la arremetida golpista en Bolivia.
Sin embargo el campo progresista ha visto resistir a Nicolás Maduro pese al golpe estado continuado en Venezuela, que incluye bloqueo económico, especulación monetaria, violencia callejera y campaña mediática de alta intensidad de manera constante. Ha observado que el intento de golpe contra Daniel Ortega no pudo frente a la organización del nicaragüense FSLN, y que Cuba ha realizado satisfactoriamente la transición de liderazgo. Igualmente en México y Argentina el progresismo ha vuelto al poder.
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Tras haber roto el Bloque Antineoliberal comandado por la izquierda rupturista, y en el que estaba integrado también la izquierda reformista, Estados Unidos no ha conseguido el objetivo principal: regresar a un Bloque de Derecha hegemónico, que fuera capaz de cercenar mediante un golpe de estado temprano -con la impunidad otorgada por el silencio de la OEA- cualquier gobierno que pusiera en duda la protección de sus intereses.
Pese a ello, el escenario actual, pese a ser más favorable para la Administración de Donald Trump que hace diez años, está variando en favor de la izquierda, que ahora se encuentra dividida en dos bloques, por un lado el bolivariano (Cuba, Venezuela y Nicaragua), y por el otro el progresista (México y Argentina). Ambos bloques ya han comenzado a mostrar importantes puntos de encuentro, y a acercar posiciones de cara a eventos importantes.
En la actualidad es Andrés Manuel López Obrador (AMLO) el presidente mejor posicionado para representar una posible unidad diplomática de ambos bloques -la unidad conseguida en la pasada década ni siquiera se puede valorar ahora, no solo por una falta de voluntad política del progresismo, que no está interesado en impulsar dinámicas que superen el capitalismo, sino más bien en reformarlo para que el impacto del neoliberalismo sea menor-; sino porque no existe una correlación de fuerzas favorable que lo permita, siempre entiendo que el objetivo del campo progresista sea variar la política internacional de América Latina en favor del diálogo y el respeto a las democracias electas por el pueblo, ya que de otra manera existen mecanismos como el ALBA que permitirían llevar esa unidad al campo económico, político, cultural y social.
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Es el mexicano el líder natural de esta nueva entente, y por lo tanto el que pueda imponer sus líneas de actuación por encima de los demás, porque su país posee una enorme influencia diplomática, porque no ha sufrido una persecución mediática que haya anulado su carisma, y porque ha tenido la oportunidad de posicionarse en varias ocasiones en asuntos complicados e importantes -reconoció a Nicolás Maduro tras la autoproclamación de Juan Guaidó, acogió a Evo Morales tras el golpe de estado, y ha manejado las relaciones con Donald Trump sosteniendo la soberanía de México por encima de los intereses de EEUU-, lo que le ha valido para ocupar el hueco que dejó Hugo Chávez en 2013.