D. Pedro Almodóvar.
Palabras mayores.
Para este cronista quizás el director cinematográfico actual más grande. El culmen de los directores de este país (con permiso de Buñuel, y porque no decirlo, de García Berlanga).
Pero así no.
Zapatero a tus zapatos, solía decirse.
Les cuento; resulta que, todavía con la miel en los labios por la reciente contemplación de su última y genial creación, obra maestra si duda, “El dolor y la gloria” nos dirigimos ilusionados, contagiados de ese espíritu festivo navideño, y con el ánimo de disfrutar a tope con su anunciada exposición, la primera y esperemos que la última como pintor, al edificio de la antigua Tabacalera, en Madrid.
Hay que decir primero que ya de por sí resultaría difícil encontrar en las naciones civilizadas de Occidente un espacio más gélido, mas contraproducente y más inadecuado para la exposición de obras de arte que el Reina Sofía. Pues bien, los madrileños, haciendo alarde de nuestra proverbial inventiva, hemos encontrado uno en los aledaños del citado templo: las ruinas de la antigua Tabacalera (y digo bien, siguen siendo ruinas), un lugar aún mas inhóspito para ser dedicado a un fin tan encomiable como puede ser la contemplación de obras de arte.
Ignoro los euros dilapidados por nuestro querido ayuntamiento en la perpetración de este ensayo de transmutación de este antiguo paradigma de la explotación en su día de las pobres cigarreras en aras de la naciente industrialización del XIX. Fue posteriormente refugio de sintecho, camellos y buscavidas, y que si bien albergó en sus comienzos alguna manifestación artística marginal, vanguardista, comprometida y ciertamente interesante, desde el mismo momento en que se oficializó (suele pasar), devino en una especie de cámara de los horrores, con sus antiguas paredes (desconchadas) respetadas, con orificios sospechosos entre las estancias que parecen pasos de ratas, con restos mobiliarios con la pretensión de ser antiguos y solo son viejos enseres y escritorios, con sus humedades originales y con ausencia absoluta de calefacción.
Y hay que decir también que nos sorprende este asesinato de la pintura por parte de Almodóvar, al que suponíamos, como autor de unas magnificas y bellísimas fotografías de floreros, cuencos, jarras y recipientes, tan poéticas, tan sublimes casi como sus películas (que por otra parte ya conocíamos), que se atisban en esta última, y sobre todo tras la fugaz aparición en su película de unas cuantas obras que suponemos de su propiedad y que deben formar parte de su colección (al menos eso nos gustaría, este hombre sabe apreciar el arte y la belleza). Obras que en la misma se muestran de pasada; aparte de las esculturas de Miquel Navarro, hablamos nada menos que de lienzos de Maruja Mallo, de Sigfrido Martin Begué, Manolo Quejido, Campaño, Dis Berlín, de Pérez-Villalta (aunque este último me parece que no es suyo, al menos por el momento).
Sí, vale, lo habéis reconocido, parece que la movida es casi el denominador común. Es que fue una época gloriosa.
Pues con esos antecedentes, que parece que el buen gusto se le supone, como antaño el valor a los quintos, nos resulta inaudito e incomprensible que sobre esas magníficas fotografías a que antes nos referíamos con tanta admiración, se haya permitido afearlas, destrozarlas en suma, merced a la aplicación de desaforados brochazos sin sentido, como un nuevo Klein manchego, y además todo ello a tamaño monumental.
Y no ha sido él solito; ha contado con la colaboración de Jorge Galindo, el pintor (este sí), autor si no me equivoco del cuadro que aparece en “el dolor y la gloria” y que constituye el leitmotiv de la genial cinta.
Creo que no exagero:
Cometiendo el vil fotocidio:
Menos mal que era domingo y disfrutamos del Rastro y de sus indispensables caracoles.
Como le dijo Petronio, el árbitro de la elegancia, a Nerón (naturalmente, antes de suicidarse):
“Cesar, incendia Roma, incendia el mundo entero, pero no toques mas la lira”.
Pues eso.
Por favor, D. Pedro, no lo hagas más.