A pocos días de celebrarse un nuevo catorce de abril, la monarquía española atraviesa una crisis institucional sin precedentes.
Tras años de autocensura editorial y silencios entorno a la figura del anterior monarca, en los últimos años han ido saliendo a la luz detalles de su vida que han puesto en entredicho la imagen modélica que se forjó desde la transición.
Lo que durante décadas fueron meras suposiciones, se han convertido hoy en día en confirmaciones sobre su vida privada, revelación de prácticas poco éticas e investigaciones sobre presuntas actuaciones irregulares.
En este sentido, hace escasos días, Felipe VI renunció, en un comunicado sin precedentes, a la herencia de Juan Carlos I y le retiró la asignación de los presupuestos de la Casa del Rey, asumiendo como ciertas las supuestas vinculaciones de su padre con cuentas en Suiza de procedencia incierta.
Mientras la ciudadanía respondía con caceroladas, el gobierno ponía a disposición de Felipe VI un blanqueamiento vergonzoso en forma de discurso televisado con la excusa del coronavirus. El rey se dirigió a los ciudadanos a través de un comunicado encorsetado, frío e innecesario en el que en ningún momento mencionó las investigaciones que se ciernen sobre su progenitor ni su conocimiento sobre las acusaciones.
A la habitual corte mediática, empresarial y política que constituyen el muro de contención de la monarquía de forma habitual, se une de esta forma un blanqueamiento al amparo gubernamental en el marco de una crisis sanitaria global que permite esconder aquello que conviene pase desapercibido.
Sin embargo, ¿empieza a estar la ciudadanía harta de la monarquía y de sus excesos? ¿El éxito de la cacerolada al rey indica el inicio de un cambio? ¿Hasta cuándo vamos a mantener la imagen idílica de una corona cuyas propias actuaciones hacen que se tambaleen sus cimientos más básicos?
La pandemia global que estamos padeciendo hace que quizás no sea momento de poner sobre la mesa la necesidad de un nuevo proceso constituyente. De la misma forma, tampoco es momento de blanquear la monarquía y aprovechar una situación excepcional para pasar por alto acusaciones muy graves contra el rey emérito.
La monarquía, heredera del franquismo, no se ha mantenido al margen de un sistema de corrupción estructural propio de la dictadura. La investigación sobre el presunto pago de comisiones al rey emérito en la construcción del Ave a La Meca seguirá su curso; y esperamos que la clase política de este país esté a la altura del veredicto, sin blanqueamientos ni defensas que no tendrían explicación para gran parte de la ciudadanía española.
A pocos días del 14 de abril, recordemos que República es sinónimo de lucha por los derechos sociales y la educación pública, honestidad, ética, compromiso con los trabajadores, justicia, igualdad y bien común.
Cuando la crisis del coronavirus haya pasado, va a resultar más necesario que nunca el planteamiento de un nuevo proceso constituyente que dirima entre monarquía y República; será la única respuesta posible ante el hartazgo de una sociedad que ya no quiere más excusas para seguir blanqueando una institución heredera del franquismo y con claros síntomas de no haber mantenido conductas ejemplares.