Las agresiones geopolíticas siempre están acompañadas de temas de opinión que son la plataforma conceptual para desmovilizar, confundir y justificar la agresión. Al menos así lo han demostrado los ataques que ha sufrido Venezuela a través de casi veinte años por parte de Estados Unidos, en su Guerra de IV Generación contra el país caribeño.
Estos temas son circunstanciales, es decir que dependen de las condiciones socio-políticas del momento. Pueden variar de objetivo, entre funcionarios de alto nivel, y situaciones relativas a la gobernanza o al ejercicio del poder. Pero tienen en común una direccionalidad destructiva. Su naturaleza es erosionar la credibilidad del aparato estatal.
En la práctica, la guerra psicológica contra el pueblo venezolano ha dejado profundas cicatrices, imposibles de cuantificar ahora mismo porque se ha intensificado. La maquinaria propagandística del gobierno de Donald Trump ha decidido volver a insistir en la agresión militar, cercando las costas de Venezuela con algunos barcos de su flota.
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Consecuentemente, las condiciones actuales de la pandemia, el descubrimiento de una compleja operación de golpe de estado contra el presidente Nicolás Maduro, y el desvelamiento de sus operadores logísticos y económicos nos permiten vislumbrar al menos dos matrices sólidas de operaciones psicológicas que se están aplicando hoy a la población venezolana, y por supuesto son el prototipo de lo que van a hablar los medios internacionales.
En primer lugar se está implantando a contracorriente la matriz “el gobierno venezolano miente con la información de los afectados por el coronavirus“. Digo a contracorriente porque si algo ha caracterizado a la gestión de la Revolución Bolivariana contra el COVID-19 ha sido su capacidad de comunicar a través de medios tradicionales y digitales los resultados y los avances, únicos en Latinoamérica.
A pesar de las constantes transmisiones en cadena nacional, donde se exponen detalladamente las operaciones logísticas, cantidad de contagiados, suministro de materiales, puntos de atención y demás particularidades de la lamentable situación, pareciera que las órdenes del Pentágono pasan por utilizar fake news, y potenciar la habitual suspicacia y desdén de la derecha criolla a través de las redes sociales y plataformas telefónicas (WhatsApp).
Está claro que la base conceptual de esta agresión radica en el odio, puro y simple, contra el chavismo. Los resortes emocionales que se pulsan en una foto de un cadáver en la calle, (al mejor estilo de la política de salud ecuatoriana), pasan por la indignación (rabia) y la lástima (empatía). Lo justo para iniciar “olas” de solidaridad automática de militantes de la derecha y conocidos antagonistas del proceso bolivariano, exógenos y endógenos.
Poco importa para esta operación que Venezuela tenga el índice más alto de exámenes gratuitos. Que haya sido el primer país latinoamericano en implantar las políticas de aislamiento social, con resultados muy exitosos hasta la fecha.
No interesa que el sistema automatizado de Carnet de la Patria, con más de diecinueve millones de venezolanos inscritos haya permitido la realización de 19.337.850 encuestas sobre los síntomas posibles del virus. Que se haya realizado 4.492 pruebas por millón de habitantes, con 136.000 pruebas casa a casa en casi todos los municipios del país.
Pero lo más importante: que Venezuela mantenga relaciones internacionales de alto nivel con naciones que brindan su mano amiga y solidaria para apoyar, en el caso de Cuba con sus delegaciones de médicos comunitarios, Rusia con suministros y China con suministros médicos.
Vale la acotación: Venezuela no controla a los medios de información. Eso está más que claro. ¿Sería factible que ocurriera uno de estos casos sin que algún reportero de la infinidad de medios digitales y tradicionales que se oponen a la revolución lo tomara como noticia?
¿O es que acaso los familiares del difunto no acuidirían de manera inmediata a las autoridades o medios de comunicación, en un país hiperconectado? La invisibilización de los avances contra el coronavirus es endémica en los medios de la derecha, controlados y financiados (en muchos casos) por el gobierno de Estados Unidos.
La otra matriz tiene que ver con los ataques que se están incubando desde Miami, bastión de la contrarevolución contra el Fiscal General de la República, Tarek William Saab.
El comando antichavista de Florida ha enfilado las baterías contra el funcionario venezolano, que acaba de denunciar con nombres y apellidos a los implicados en la operación que comandaba Cliver Alcalá, conocido ex-militar asociado al narcotráfico colombiano para asesinar al presidente Maduro.
Con la experiencia de veinte años en lucha, no dudo de la capacidad del gobierno norteamericano para embaucar a la opinión pública con falsos testimonios, sabotajes a la gestión, corrupción de funcionarios y deslegitimación demoledora contra Saab.
Ya Venezuela se vistió de luto con el asesinato del fiscal valiente Danilo Anderson, por atreverse a señalar y perseguir jurídicamente a los autores intelectuales del golpe de estado del 2001 contra Hugo Chávez.
Sabemos de lo que son capaces, pero también hemos aprendido tanto en esta guerra, que estamos en capacidad de decirle al mundo que vamos a resistir. Que somos un fuego libertario y rebelde, con el cuchillo en los dientes.
Sumergidos en un colapso con una narrativa de terror, bloqueados financieramente, y bloqueadas las empresas que quieran hacer negocios con nosotros. Impedidos de comprar medicinas y alimentos.
Con ocho bases militares al lado y rodeados de gobiernos hostiles vamos a dar la pelea hasta el último aliento y después vendrán nuestros hijos.
Estamos decididos a escribir nuestra historia. Y contra esa virtud no hay campaña ni guerra psicológica que valga.
Sólo para que se enteren de qué va la cosa.
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