Segunda parte de una serie de tres reportajes en los que se valora el escenario más probable que intentará configurar el sistema capitalista en su actual fase neoliberal, tras la superación del COVID-19. Para entender bien este contenido, se recomienda leer antes el primero haciendo click aquí.
La pandemia del COVID-19 llegó para quedarse
Los cambios sociales, estructurales y económicos que sufrirá el sistema-mundo capitalista, del que nos mencionaba Immanuel Wallerstein, se van a caracterizar por la desigualdad y el desequilibrio.
Este sistema se ajusta al 1% más rico, el cual posee más que el 88% de la población, gracias a los factores políticos que le abren paso al poder. A través del tiempo se ha permitido que la brecha entre ricos y pobres sea más grande, y a su vez el poder de tomar decisiones y transformar la misma estructura. Todo ello se ha logrado de manera sumamente fácil.
Por ende, es normal que dentro de la estructura del mundo existan divisiones de zonas, que representan la desigualdad de riquezas distribuidas en naciones, y se traspase la explotación capital-trabajo al sistema internacional.
Ahora, el capitalismo siempre ha sufrido crisis, y como bien explicaría Marx: las crisis en el sistema son necesarias ya que la relación capital-capital es expropiación, quiere decir, que mientras existan crisis el más débil quiebra, dejando a su paso un nuevo mercado para detener la crisis causada por la sobreproducción de mercancías.
En este juego, que se parece mucho al de monopoly, se ven inmiscuidas las clases sociales jerarquizadas, definidas como explotadas y explotadores. Siendo así, el gobierno de los más ricos necesitaría un método de coerción sobre la sociedad, en esto entraría el Estado como administrador de la clase burguesa.
Para profundizar, Weber nos hablaba de un Estado que monopoliza la fuerza con la finalidad de coaccionar. Pues sí, este sistema-mundo capitalista ha adaptado al Estado de acuerdo a sus necesidades.
A cada crisis del capital, deviene una transformación del mismo junto con una monopolización aún mayor y una brecha más extensa entre los ricos y pobres. Se puede apreciar a través de la historia cómo esto ha ocasionado dos guerras mundiales.
El desarrollo de este sistema histórico se dota de tendencias seculares, que lejos de ser un ciclos, son un largo período generando cambios, dejando atrás lo tradicional por lo “innovador”.
Así fue en 1970, cuando empezó el nuevo ciclo del sistema-mundo capitalista, dejando morir el estado-nación, que respondía en medida a la población y regulaba el mercado, para dar paso al inicio de la Globalización Neoliberal.
Marcada esta transformación por la recuperación de la economía europea y japonesa -que al final desencadenó en una saturación del mercado-, decaen considerablemente las ganancias del capital, que desataron una serie de medidas que pretendían proteger a las empresas. Una de las decisiones fue el despido de trabajadores junto a la bajada salarial.
Esto trajo como consecuencia las revoluciones en el tercer mundo y la decadencia del imperio estadounidense, pues agotó las reservas de oro invirtiendo en herramientas militares que conllevaban a guerras en zonas periféricas en busca de recursos energéticos, ya que en ese momento contaban con un alza de precios considerables.
Con esta crisis, llega el Nuevo Orden Mundial, siendo la globalización un medio para alcanzar la autorregulación del mercado. El mismo fue definido por Margaret Thatcher como el modelo que pretende revertir la redistribución del estado benefactor, a una riqueza que acabará en clases altas, en lugar de las clases inferiores, llevando este nuevo ciclo del capital a un conservadurismo liberal.
Esta crisis marcó un momento de transformación para la nueva acumulación del capital. A partir de allí las transnacionales utilizaron los aparatos estatales para hacer avanzar la globalización neoliberal, caracterizada por la apertura de las fronteras estatales, representando estas un elemento para la acumulación del capital. A su vez, se transnacionaliza la banca fuera del control de los gobiernos, lo que permitía evadir impuestos.
Es así como empieza el desmantelamiento del estado-nación, que antes había servido para poder regular el mercado y la población. Ahora esto queda en manos de un Estado transnacionalizado, que se hace de herramientas como los Tratados del Libre Comercio, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, entre otros. Estos entes existen para marcar las pautas y reglas de la economía dictadas al beneficio del 1%. El Estado pasó de responder ante lo nacional para rendir cuentas ante lo global.
Es así como el mundo conoce una nueva era de conquista, similar a la de 1492, con la diferencia de que estos nuevos actores están siendo representados por empresas, grupos industriales y financieros privados, pues se proponen dominar, más que estados, mercados. Así empieza el pillaje planetario.
Los grandes grupos empresariales saquean el entorno con medios abusivos, el FMI y el BM -en agencias particulares al servicio de cobro de deuda- hacen de la OMC un instrumento para asegurar la tasa de acumulación de países exportadores. Otro ejemplo sería la ONU, que permite de una u otra forma acciones bélicas; estos son los organismos que dirigen la globalización y el Estado transnacional.
Esta nueva organización especial de las relaciones y transacciones sociales, generan redes interregional y transcontinentales de interacción y de ejercicio del poder. El estado-nación es desplazado y traspasa sus funciones a estos órganos transnacionales, dejando solo al estado como un sistema coercitivo sobre la población.
Hay algo más, y es que la globalización trajo consigo no solo métodos económicos, sino también culturales, políticos, y sociales. Un ejemplo de ello serían los medios de comunicación, el 96% de estos entes informativos pertenecen a cuatro dueños, representando el cuasi-monopolio informativo y la visión única del mundo.
Con este nuevo ciclo del capital a causa de la crisis de la década de los ’70, para 2004 las Naciones Unidas estimaban que para cubrir las necesidades básicas de toda la población del mundo, bastaría con retener menos del 4% de la riqueza acumulada por las 225 grandes fortunas del mundo. La quinta parte más rica de la población dispone del 80% de los recursos, mientras que la quinta parte más pobre solo dispone del 0,5%.
La relación capital-capital se basa en la expropiación y la acumulación, por eso vemos que, a pesar de las crisis cíclicas y repetitivas, solo queda como consecuencia un menor número de personas manejando una inmensa fortuna y ahora el poder mundial. Ejemplo de ello fue la crisis financiera del 2008, pues de los cuatro mega capitales de Wall Street, Fidelity deja de representar una competencia para los demás, y a su vez el Departamento del Tesoro Norteamericano emitió, en abril del 2008, un billón de dólares para salvar el sector financiero; y al mismo tiempo se auguraba un déficit en la seguridad social justamente por un billón de dólares.
¿Quién es este 1%?
Este círculo económico se ha hecho a raíz de casi toda la riqueza del planeta, manejando transnacionales que van desde lo energético a lo comunicacional, teniendo en sí el control de los recursos geopolíticos, militares y de masas. Esta desregulada globalización financiera conlleva a una plutocracia mundial, compuesta por Black Rock, State Street y Vanguard Group, que a su vez forman parte de los tres megabancos de Wall Street.
En la crisis del 2008 se dejó de invertir en fondos mutualistas, para poder hacerlo en los índices manejados por estos tres directivos, generando de esta forma una concentración de la propiedad de las transnacionales.
En los índices de referencia S&P 500, el cual capitaliza 500 grandes empresas, sus principales accionistas (Black Rock, State Street y Vanguard Group) representan el 90% de las inversiones en las bolsas. Incluyendo transnacionales como Apple, Microsoft, Exxon Móvil, General Electric y Coca-Cola.
Diversos estudios se han hecho referente a esta concentración de capital, uno de ellos es el que tres profesores de Amsterdam escribieron para la revista The Conversation, donde analizan que las mismas tres empresas se han adueñado de Estados Unidos; otro ha sido el del Coghlan y Mackensie, quienes para el 2011 relacionan 43.000 transnacionales manejadas por un reducido grupo de empresas, principalmente bancos. Profundizando en su estudio, resulta que 147 empresas están estrechamente conectadas en el manejo de estás miles de transnacionales, lo que representa un dominio del 40% de la riqueza global total.
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