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¿Soberanía alimentaria para qué? ¿Y cómo? (I)

En estas últimas semanas oímos hablar con cierta frecuencia, en determinados círculos, del concepto soberanía alimentaria. La definición la hace el Movimiento Campesino Internacional (Vía Campesina). Quizás baste con revelar qué quiere decir este concepto vinculado al consumo y la producción agraria local.

  • Priorizar la producción agrícola local para alimentar a la población, el acceso de los campesinos y de los sin tierra a la tierra, al agua, a las semillas y al crédito.
  • El derecho de los campesinos a producir alimentos y el derecho de los consumidores a poder decidir lo que quieren consumir y cómo y quién se lo produce.
  • El derecho de los países a protegerse de las importaciones agrícolas y alimentarias demasiado baratas. Unos precios agrícolas ligados a los costes de producción.
  • La participación de los pueblos en la definición de política agraria.

En el Estado español este concepto ya hace tiempo que se emplea como reivindicación de la necesidad de producir en casa como mejor antídoto contra el hiperconsumo y la mejor salud de todos nosotros.

No es fácil, para nada, consumar esta idea en efectos prácticos. Nuestros gobiernos, incluido la actual coalición progresista PSOE-UP, siguen una misma línea de trabajo que es la de hablar de la grandes cuentas de exportación e importación de nuestros productos alimentarios.

No es banal hablar para un político rendir cuentas al final de año con los medios de comunicación sobre los buenos números “del campo español“. Hay grandes potenciales que no voy a descubrir ahora: la huerta valenciana, andaluza y murciana, la producción de aceite andaluz, catalán, la ganadería del norte.

La cultura política, aunque en estos últimos años parece que empieza a incorporar conceptos nuevos en lo respeta al mundo agrícola, mantiene la idea muy básica y ancestral de “disponer de mucho a bajo precio, sin importar el origen“.

El mundo está cambiando y el consumo local parece ganar más aceptación entre las generaciones clave para hegemonizar un cambio en el consumo, la generación entre los 25 y 50 años. 

Pero, la pandemia del coronavirus nos ha hecho ver que por mucho que queramos productos locales por convicción, por seguridad alimentaria o por calidad, la producción agrícola local es escasa, y en infinidad de municipios está controlada por grandes corporaciones que se dedican a vender sus bienes al extranjero.

Si empezamos la casa por abajo, el consumidor antes que el productor, quizás podríamos ampliar nuestro foco visual y abordar con más realismo el por qué la soberanía alimentaria necesita avanzar de otra manera.

La distribución sigue siendo la clave no sólo para el productor, sino para el consumidor que no llega a poder acceder a todos los productos de su entorno porque la distribución de estos es escasa o muy local.

En contra de lo que se dice en el “manual oficial de la producción agraria local“, la emergencia de distribuidores locales es fundamental. No queda otra. Y con esto, no quiero decir que la distribución a gran escala sea necesaria, pero sí que se necesitan inercias para poder unir agricultores y consumidores en un mismo espacio, como las antiguas cooperativas agrarias, que en el caso de la distribución en las grandes urbes es fundamental unir esfuerzos para conseguir llegar a un público exponencial relevante.

Como ejemplo de lo que no quiero decir, para que se me entienda, me viene a la cabeza cómo en Cataluña los productos ecológicos están creciendo abruptamente (un 20% de facturación en 2018 según datos de CCPAE). Y con esas, se decide construir una planta de 8900 metros cuadrados en la central de compras Mercabarna para la gran distribución de productos ecológicos. ¿De dónde saldrán estos productos? ¿Serán productos para vender en el mercado interno o exportar? ¿Qué se entiende por producto ecológico y local creando plantas como esta? La confusión es inmensa, y esto sólo confunde al consumidor.

Por otro lado, como consumidores debemos sacarnos la idea deque en este mundo, tal y como está montado, no tenemos tiempo para ir a buscar productos a nuestras granjas locales. Sin duda, comer bien significa hacer el esfuerzo de entender nuestro territorio y eso requiere tiempo.

Además, no es sólo disponer de buenos productos lo que hace cumplir todos los requisitos de un buen consumidor,  también debemos saberlos cocinar y conservar en estas neveras del demonio que todo lo secan, y que son tan pequeñas que no cabe ni una col entera.

¡Ah! Me olvidaba, y eso que es un tema fundamental. Con salarios por unidad familiar que sólo alcanzan para pagar el alquiler de la vivienda, agua, luz y telefonías no esperemos un cambio relevante en el consumo. El cambio debe ser estructural y no sólo en las formas de consumir.

Por lo que respeta a los agricultores locales ya sería hora que el Estado, como hizo hace siglos Francia, asuma que la producción agrícola es estratégica en los intereses nacionales por mucho que los números de facturación o de ocupación sean malos. Se debe entender que si la agricultura enferma todos nos ponemos malos.

Diría más sobre la relación entre gobierno y agricultores. No basta con grandes proclamas políticas, el mercado agrario se está debilitando porque nadie frena la llegada de productos importados masivamente, y la imposición de normas carga enormemente el trabajo del agricultor. Vivir de la agricultura se está convirtiendo en un privilegio cuando debería ser una necesidad para nuestro bienestar.

Y por último, esa gran Reforma Agraria que no llegó y que fue una excusa más de latifundistas y fascistas para llevarnos a una sangrienta Guerra Civil, algún día se deberá poner sobre la mesa. El patrimonio sigue siendo un debate que no abordamos como país pero que es fundamental para el futuro de una agricultura sólida y justa.