Culopropismo
Pensé en el culopropismo hace pocos días en medio de una conversación de fútbol que devino en el recurrente dilema de si un pobre puede ser de derechas o si un rico puede ser socialista. El concepto de culopropismo emergió entonces para validar y entender, para explicar y aceptar.
Vamos con aquello de los ricos socialistas. O si prefieren, de izquierdas. Para tratarlo voy a echar mano del fútbol, ese holograma de las sociedades contemporáneas. Y dentro del fútbol, vámonos a Recife, en el norte de Brasil, donde en 1975 nació Juninho Pernambucano, quien a lo largo de su carrera conquistó cerca de 30 títulos nacionales e internacionales y amasó una importante fortuna económica luego de jugar en equipos de primer nivel de Brasil, Francia y Catar.
Bueno, sucede que Juninho Pernambucano es un hombre de izquierdas. Y no solo lo es sino que además lo predica, lo profesa, lo hace público.
En las últimas elecciones presidenciales de Brasil, cuando exfutbolistas afrodescendientes surgidos en entornos de pobreza como Ronaldinho y Rivaldo tomaron partido por Jair Bolsonaro, Juninho Pernambucano les salió al frente en redes sociales:
“Yo me altero cuando veo a un jugador o a un exjugador apoyar a la derecha. Nosotros somos los de abajo, fuimos criados con las masas. ¿Cómo nos vamos a cambiar de bando? ¿Apoyarás a Bolsonaro, mi hermano?”
Esa no fue su única intervención. De hecho, Juninho Pernambucano es un activista por movimientos de la izquierda brasileña y un defensor del legado ideológico y político de Lula da Silva.
¿Cómo y por qué un hombre acaudalado como Juninho Pernambucano milita en las izquierdas?
Vamos ahora al archipiélago de Guadalupe, en las Antillas francesas, año 1972. Allí nació Lilian Thuram, nieto de esclavos negros, campeón del mundo con Francia en 1998 y múltiple campeón con Parma y Juventus. Thuram en la actualidad es activista político, escritor, defensor de lenguas ancestrales y severo combatiente de la discriminación racial.
Se conoce que en 2001 Lilian Thuram declinó ante una oferta millonaria de la Lazio, cuyos directivos y barras bravas eran confesos ultraderechistas. “Yo no juego para fascistas”, habría dicho el antillano y luego cerró afirmando “el dinero no me ha cambiado. Yo vine del otro lado y no olvido”.
Más adelante enfrentó públicamente a Nicolas Sarkozy, de quien dijo “juega con los prejuicios y los miedos, que alimenta y exacerba”, para luego apostillar “debemos elegir entre continuar con estos abusos -xenofobia, islamofobia, el acoso a los inmigrantes- y la integración. Yo siempre voy a votar por la integración”.
¿Cómo y por qué un hombre acaudalado como Lilian Thuram milita en las izquierdas?
Entonces entra el juego aquello del culopropismo, que podría ser definido como la actitud de una persona que solo piensa en proteger su culo. Si le molesta la palabra, cámbiela por espalda, ombligo o cuenta bancaria.
Una persona culopropista se siente a gusto en el sálvese quién pueda. Las acciones colectivas la incomodan, la solidaridad le es ajena. No importa cuánto dinero tenga sino el alcance de sus intereses de vida.
Al culopropista le molestan los impuestos, las regulaciones, la igualdad de oportunidades y la redistribución de la riqueza, salvo, claro, que algo de aquello lo beneficie de forma directa y prioritaria.
La filantropía, sin embargo, le agrada. La filantropía le permite lucirse, exhibir su culo como algo noble y desprendido; además le da poder para decidir a quién ayuda y a quién no.
Es el culopropismo -y no si se es rico o pobre- lo que define si una persona se siente más atraída por el discurso de las derechas o de las izquierdas.
En el fútbol, que por definición es un deporte colectivo, no hay espacio para culopropistas; en el fútbol no es posible que un jugador trascienda si no hay otros diez junto a él que lo hagan posible. Es el colectivo lo que logra que, aunque unos ganen más notoriedad que otros, al final todos salgan campeones. Un culopropista en el equipo garantiza la derrota.
Jugadores como Juninho Pernambucano o Lilian Thuram profesan, a pesar de su muy cómoda posición económica actual, que la superación de la pobreza debe ser masiva y no excepcional, que la primera desigualdad que se debe vencer es la de las oportunidades y que el camino es la acción colectiva institucionalizada, es decir, a través de la intervención del Estado.
Es maravilloso que el fútbol, cuando se lo libera del oropel del show business, nos regale entrelíneas inspiradoras surgidas de su esencia misma: el colectivo.