El Caribe, refleja en sus costumbres tanto en el arte como en sus diversas formas de expresarse el intenso magnetismo del África Madre, esa raíz que resistió los embates de la esclavitud y de la desigualdad cantando y llorando a todo pulmón.
El golpe del tambor en Venezuela está profundamente adherido a la espiritualidad del Pueblo, y existe una asombrosa diversidad que recuerda el impacto de la diáspora africana que desde distintos países de ese continente se esparció por toda la América meridional.
El Chimbangle, ritmo adosado a la identidad del occidente venezolano, conforma en sí mismo un testimonio de resistencia que busca permanecer muy cerca de su origen transoceánico, abriendo la posibilidad de soñar con un retorno al punto de partida, de la diáspora africana.
La diáspora y el holocausto
Nestor Gutiérrez Eljuri, es un conocido percusionista venezolano que se ha dedicado a investigar el fenómeno la diáspora africana, persiguiendo la conservación de la memoria de este pueblo que desde varios países del África llegó a Latinoamérica esclavizado por los españoles, experiencia a partir de la cual, surgieron múltiples expresiones musicales de llanto, de alegría y sobre todo, de fuerza para resistir.
Afirma Nestor, que la diáspora africana equivale a una especie de holocausto, donde entre órdenes de Papas Católicos y papeles escritos se consideraban a los africanos como personas sin alma, por ello podían ser usados como animales. Los africanos tuvieron que restringir su espiritualidad a ciertas manifestaciones, como el Chimbanguele, que terminó anidando en lo profundo de la religiosidad venezolana.
El Chimbanguele se resguardó en la divinidad de San Benito
Proveniente del Reino Dahomey o de Imbangala (hoy República de Benín), el chimbanguele es un ritmo típico del Sur del Lago de Maracaibo, ubicado al occidente de Venezuela, y se enraizó en localidades como Gibraltar, Palmarito, El Batey, San José y Bobures, una costa poblada por esclavos que trabajaban esas tierras desde aquella diáspora forzada por colonizadores españoles y portugueses que los trajo a Latinoamérica.
Queriendo doblegarlos, los esclavos debían ir obligatoriamente a la Iglesia, y fue a este templo donde llegó la imagen de San Benito de Palermo, un santo de Italia traído a estas tierras por un cura español y cuya imagen estaba pintada de marrón, hecho que llamó la atención de estos esclavos.
“Los negros pintaron al santo con una masa negra, una brea que toman del suelo y lo ponen negro”, relata Nestor Gutiérrez alumno de Juan de Dios Martínez, uno de los más destacados estudiosos de la cultura afrovenezolana.
Fue solo adorando a San Benito, que la Iglesia Católica permitió el toque de tambores a los africanos quienes gritaban “Ajé”, una palabra que no invocaba precisamente al santo italiano. “Ajé” servía para adorar a una divinidad del antiguo reino de Dahomey cuyo símbolos eran una tortuga gigante verde, o un pez espada verdeazulado sagrado de esa zona de África Occidental.
“Es aquí como se produce el sincretismo, esa danza conocida como chimbanguele se convierte en un elemento de resistencia cultural que reúne a diferentes etnias del África todos los 27 de diciembre, único día donde se les permitió celebrar su religiosidad escondida en la imposición colonial del santo italiano”, afirma Jesús Morillo, historiador y fundador del Grupo Candela, dedicado a las manifestaciones afrozulianas como el chimbanguele y la gaita tambora.
Hoy día la fiesta religiosa del chimbanguele ya no celebra a la deidad africana “Ajé”, gira en torno a la devoción a San Benito de Palermo, sin embargo, el grito que invoca a este espíritu africano de las aguas, permanece en el canto de las cofradías que recorren los pueblos del Sur del Lago haciendo sonar siete tambores para cumplir las promesas de los devotos al santo negro.
El Gobierno del Chimbanguele
Esta frase, titula una de los textos más importantes que detalla el origen, desarrollo y conformación del Chimbanguele como culto religioso que reúne en un acto de fé, los profundos rasgos de la cultura africana que sobreviven al holocausto de la diáspora colonial.
Esta obra, producto de los estudios realizados por Juan de Dios Martínez, ahonda en el funcionamiento de la Cofradía, una organización social que preserva la manifestación del Chimbanguele y que a lo interno posee una estructura jerárquica a la cual pueden ingresar los devotos desde muy temprana edad, insertándolos en un camino ascendente donde se prueba permanentemente el respeto al Chimbanguele.
La jerarquía de la cofradía chimbangalera incluye la presencia de directores que representan a la cofradía frente a la Iglesia como el Mayordomo y el Primer Capitán y una serie de guardias del ritual como es el caso del Capitán o Director de Brigada, a los cuales se subordinan los demás miembros de esa organización.
El desarrollo de la festividad y/o culto religioso del Chimbanguele está muy lejos de ser una mera catarsis desordenada del pueblo devoto, se ha caracterizado por poseer normas estrictas que obedecen precisamente a aquella antigua necesidad de mantener fuera de peligro el sincretismo que permitió la expresión de la africanía en la época de la colonia.
El Capitán o Director de Brigada, también conocido como Barbua o Taraquero, era “el personaje enmascarado como presencia sagrada invoca el terror reverencial ante el misterio oculto”, de esta forma, Juan de Dios Martínez se refería a una severa disciplina dirigida a preservar el carácter religioso de lo que aparenta ser una festividad disipada llena de hedonismo.
Los Taraqueros son “unos hombres con máscara en sus rostros y unos bastones en sus manos, que vestidos con macoyas de plátanos demarcaban el territorio donde se realizaba el culto. Quien entrara a ese ámbito no le era permitido salir, sino no reposaran los tambores sagrados de honrar con sus cantos mágicos a Ajé. Los seguidores del culto que violaran las normas que exigía el culto, eran castigados por estas Barbúas o Taraqueros”, afirma Martínez describiendo el Gobierno del Chimbanguele.
África resiste en cada golpe de tambor
El Chimbanguele tiene diversas formas de ejecutarse según la intención del encuentro, los golpes más conocidos son el golpe cantica, golpe chocho, golpe ajé, golpe chimbangalero vaya, golpe misericordia y golpe san gorongome vaya.
“En Venezuela no podemos encontrar rezos en lenguas africanas que aún conserven su significado semántico, pero esto no implica que el sentido mágico de los rezos se haya perdido”, afirma Carlos Suárez, autor de una estupenda investigación denominada “Los Chimbangueles de San Benito”.
Encerrada en el misterio del encuentro de los golpes de tambor, como por ejemplo el ajé, el chocho y el misericordia, se aloja con inigualable cadencia una carga emocional indescriptible.
Es así como un concierto de chimbangueles puede ser una fiesta eufórica de la fe o un penoso recorrido fúnebre.