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Posicionamiento político del rey (II): entre discursos y amistades peligrosas

Fueron muchos los agentes políticos y sociales que criticaron amargamente (pero también que aplaudieron a rabiar) el posicionamiento del “preparado” en relación con el denominado “conflicto catalán” y la actuación de los cuerpos de seguridad del Estado en 2017. Fue ese, probablemente no el primero, pero sí el caso más evidente de la falta de neutralidad del discurso político del monarca.

El discurso del rey, defendiendo y justificando la violencia ejercida el 1 de octubre, sirvió para asentar su legitimidad entre determinados sectores políticos y sociales. Pero se trata, precisamente, de unos sectores donde su legitimidad no se ha puesto en duda en ningún momento. Se trataba, únicamente, de demostrar que el camino que le habían marcado era el que él había decidido seguir.

El profesor de periodismo Javier del Rey señaló que el discurso respondía a un intento de encontrar un relato similar al que tenía Juan Carlos I en torno al 23F, como salvador de la patria, entre la ciudadanía. Sin embargo, sólo sirvió para que se reforzase la posición de la derecha y extrema derecha hacia el independentismo.

La actitud de la derecha

Decir que la derecha y la extrema derecha española defenderán a muerte la figura de la monarquía es una perogrullada. En el Congreso de los Diputados hay un sector mayoritario de esas derechas que quiere apropiarse de la figura del monarca, meramente por intereses partidistas y electoralistas, igual que se apropian de la bandera, como si fuese la auténtica esencia del país, y no sus gentes. Un juego al que el monarca parece estar dispuesto.

Las “amistades peligrosas” 

La casa real ha estado siempre, y sigue estando, rodeada de “amistades peligrosas”, que están consiguiendo que la figura del monarca se perciba, cada vez más, como una pieza más del sistema que empobrece económicamente, pero también en derechos, a la sociedad española.

La sociedad española es cada vez más desigual. Por un lado, los desheredados, las familias, las PYMES, los autónomos, etc., a los que nos convencieron que éramos clase media, hasta que llegó el gran batacazo, y que financiamos la malversación de caudales públicos, la corrupción política, los pelotazos de todo tipo, etc.

Por otro, una minoría privilegiada y, sobre todo, protegida por el sistema político y económico que ha girado, durante décadas (y que tiene sus raíces en el franquismo) en torno a un sistema bipartidista y la monarquía.

La abdicación no cambió la forma en que el mundo económico se relacionaba con la monarquía. Un ejemplo lo tenemos en la composición del patronato de la Fundación Princesa de Asturias, de la que forman parte 18 de las 35 empresas del IBEX, y en el que encontramos nombres muy conocidos (Urquijo, Villar Mir, Koplowitz, Botín, Florentino Pérez, etc.).

Así, la monarquía se ha convertido en un lugar donde las grandes corporaciones pueden influir en la política. Se pueden trazar hilos de esos grandes nombres hasta las raíces de la dictadura, grandes fortunas que se forjaron a la sombra del genocida y que, gracias a la cercanía con el “preparado” han sabido mantener esas fortunas ilegítimamente conseguidas.

Las promesas rotas

En definitiva, Felipe VI reina en un país con una monarquía a la que sostienen las élites políticas, económicas y sociales que nos han dejado en el Estado en que nos encontramos hoy, y que cada día está más lejos de la ciudadanía.

El posicionamiento político del “preparado” ha dejado por los suelos cualquier ilusión de establecer una nueva forma, un nuevo estilo de monarquía, tal como se había planteado al principio de su reinado: recuperar la credibilidad y la imagen perdida.

Las graves injerencias del rey en las competencias del gobierno de estos días deberían pasarle factura. Pero no será así. Porque nada en política es casual, ni gratuito. Su actuación ha sido impropia de un sistema constitucional, porque ha roto el principio de no intervención de la monarquía en el juego político. Y porque ha decantado el papel de la monarquía, una vez más, hacia la derecha más rancia y retrógrada.

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