A pesar de contar con la bendición de un sol que te llega al alma, las noches de El Tigre, en el estado Anzoátegui son inusualmente frías, así como gélidas son sus madrugadas. Saliendo temprano y montando los hierros en la pickup, el frío resulta estimulante e incómodo, en la camioneta china que salta como un potro. Todo es igual de madrugada. No distingo cables de ideas, ni luces de sonrisas. Nos movemos hacia la Comuna Ezequiel Zamora.
Mi mayor aprendizaje en este viaje es saber reírme de mí mismo. La templanza con que se confronta a la adversidad no está exenta de humor, pero es el signo vital de esta comuna (que son sus mujeres y sus hombres).
El edificio viejo se alza como un recuerdo de niño, en contraluz. Las paredes acusan la ausencia, las decenas de sillas plásticas apuntan a un eje central. Hay una mesa “vestida” con la bandera de Venezuela, un micrófono y una corneta. Solamente al llegar oigo las risas de unas señoras, que susurran “coño este hombre si es flaco, ni para hacer sopa sirve”.
Y es que me toca, junto a Jesús Marchán “avanzar” en la vanguardia de la gira, por tanto, siempre llegamos de primeros con la misión de instalar en el sitio un par de gigantografías (pendones) que lo que hacen es caerse y rodar al menor atisbo de brisa. Mira, que le he puesto piedras y alambres y la cosa sigue igual. Entonces, te imaginarás. Si conoces a algún venezolano o venezolana sabrás de lo que hablo, porque para burlistas nosotros.
Recuerdas que comencé estas crónicas hablando de lo inseguro que me sentía. Pues bien, en la Comuna Ezequiel Zamora del Municipio Simón Rodríguez nadie se siente inseguro. Lo que están es arrechos. Y esa furia tiene unos actores a quien señalar, tiene un caudal de destino clarito.
No hay propaganda en el mundo, ni declaraciones, ni sanciones, ni bloqueos que puedan torcer la voluntad de estos orientales. A la Asamblea Nacional corrupta y pitiyankee le quedan pocos días. A los gritos de “Viva Chávez”, recuperemos nuestra Asamblea.
Saludo solidario se anexan las primeras intervenciones. Un obrero que caminó dos kilómetros para estar allí nos dice: “tenemos veinte años diciendo que no es el momento para criticar, ni para denunciar nuestros errores. Porque los comuneros debatimos las soluciones a nuestros errores en colectivo, pero cuando esos errores incomodan al estado burgués inmediatamente nos descalifican”.
El momento es ahora, grita con toda la fuerza que tiene. Es ahora. Las críticas deben canalizarse, expresarse y debatirse como lo hacen las comunas. Identificando a los culpables, pero avanzando en la solución a la que le ponen el pecho desde la autogestión.
“Queremos que los proyectos caídos, los soñados y nunca cumplidos sean consolidados. Si, consolidados pero manejados por nosotros y nosotras. Estamos preparados. Hay profesionales de todas las áreas. Es nuestra hora.”
Marcano pone en la mesa la respuesta a una de las primeras interrogantes, algo así como la gran expectativa de la asamblea: ¿cómo lo hicieron en Barcelona? ¿Qué método se aplicó para esos logros en los ámbitos de reciclaje, educación, gestión social? ¿Cómo nació la Escuela Comunal de Planificación? ¿Qué son las farmacias comunitarias?
La respuesta es compleja, pero el primer pasito se basa en el respeto. Respeto y reconocimiento a los liderazgos locales, a las formas organizativas, a los contextos. La microfísica del poder acostada en una cama, con las vísceras abiertas y sufriendo una lobotomía.
Una mujer de cabellos grises y arrugas, color sol y miel me toca el hombro con una suave caricia. Me explica que “le provocó tocarme porque me parezco a Gabriel”. Yo me quedé pensando a qué Gabriel se refería, mientras su risa fresca me revelaba que me estaba vacilando.
Pensé en mi madre, diciéndome que en esta vida se muere parao. Pensé en mi hermana, cuidándome o intentándolo con sus consejos. Pensé en mis hijos, a la distancia haciéndose una imagen de su padre. Y me encuentro cantando una vieja canción de Silvio: yo me muero como viví.
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