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El tour de Leopoldo López

El filósofo y anarquista estadounidense Henry Thoreaud, a quien, según sus palabras le sentó muy bien “la soledad y la pobreza”, abandonó todo por la naturaleza y optó por el raro oficio de pulir lapiceros en el seno familiar como un negocio delicado, sano y decoroso.

Si viviera en este siglo, seguro se habría vuelto acólito del Cronopio cortaziano que inventó el reloj con hojas y corazón de alcachofas para, al terminar las horas concebidas, degustarlo con vinagreta y vino.

Los valores del capitalismo están intrínsecamente relacionados con el poder del dinero, las guerras. Los del socialismo van en un tren que algún día tendrán que bajarse del vagón para caerse a trompadas con sus contrarios. No podemos dejar este combate únicamente en manos de un mago de chistera, por muy ilusionado que esté con esfumar la barbarie a plena luz del día.

Thoreaud decía que, si la gente ve a un hombre contemplar el bosque, tomar en sus manos las hojas y oler la tierra húmeda, sería tildado seguro de un holgazán o un maníaco depresivo sin remedio. Pero si el hombre es visto talando los árboles, cortando rodajas de cedros o apamates, sería reconocido como un sujeto ávido de ser alguien en la vida, un futuro industrial de la madera.

Que sirvan estos ejemplos para entender los casos del muchacho de los ojos desorbitados, Leopoldo López, el mantuanito formado para las “grandes aspiraciones” bajo la fronda de la “meritocracia” de la PDVSA que apoltronó a su madre, la de los cócteles y torneos de golf y siempre benefactora del fruto de su vientre, cuyo “hobby” preferido era asistir a las fiestas aniversarias del Citibank en el Country Club de Caracas.

Estamos hablando de Tradición, Familia y Propiedad, de abultadas alforjas de dinero, guarimbas, persecuciones y asedios. Estamos retratando a un caballerete de la más fina estampa delincuencial fugado -por vez primera- del líquido placentario embadurnado de petróleo liviano en cuyas retinas nacieron tatuadas las venas del “umbililicus urbis Romae”, que en su caso, son las arterias que lo emparentan con los poderosos “Amos del Valle”, dueños de Caracas y gran parte de Venezuela desde el siglo XVII.

López viene de esa zaga, coleado, camuflado, pariente de sus filiales y, junto a otros de su estirpe, como Capriles Radonsky, María Corina Machado, Julio Borges y otros próceres de la llamada “anti política” venezolana, adefesio basado en el contrafuerte de la gerencia, la decencia, la justicia (sinónimo de la Ley del Embudo: la boca grande para sus privilegios, el piquito final y estrecho para cernir los restos de los pobres y asalariados) y la supremacía.

Hace menos de una década una Corte Interamericana lo habilitó para continuar sus fechorías. No nos extrañó, desde luego. ¿Cómo exigirle a un submarino que vuele (a decir del Maestro Sábato); cómo iba a condenar a uno de los becarios favoritos de Bush, de Obama?

López no es un sujeto chusco que ha debutado en la política para episodios circenses; es un sicario del mal. Hoy se ha “fugado” de una embajada “blindada” por la sacrosanta Convención de Viena y no precisamente a comer chistorras en España, cuya Ministra de Exteriores amenazó con desconocer los resultados electorales del 6D en este país, sino a indisponer aún más el clima político del mundo, hoy amenazado por un temible avispón asiático cuyo aguijón es capaz de atravesar las capas invisibles del universo en plena pandemia letal.

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