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Europeos en África, africanos en Nueva España

Desde la antigüedad los habitantes del continente europeo estuvieron en contacto con la gente del norte de África, ya fuera por mar o tierra, ya fuera para comerciar, para pelear por territorio (o cualquier otra causa). Sin embargo, el contacto con los habitantes que hoy conocemos como afrodescendientes, al sur del Sahara, y el comercio con éstos, no vendría hasta mucho después.

La expansión de los musulmanes por todo el norte de África y el este del Mediterráneo les permitió tener el monopolio de las rutas de comercio hacia el Próximo y Lejano Oriente, fuente de productos codiciados por los europeos. En su afán de llegar principalmente a la India, los europeos tuvieron que buscar rutas para evadir los territorios bajo control musulmán y evitar así el pago de tributo a éstos.

Desde mediados del siglo XIV los portugueses toman la delantera en la empresa de rodear África por el sur para llegar al destino deseado, lo cual vieron como probable gracias a lo que hablaban árabes y judíos sobre el tema. Poco a poco se van abriendo paso hacia el sur del África rodeando el continente por la costa occidental, donde descubrieron cierta cantidad de marfil y oro.

Para finales del siglo XV los portugueses tenían ya algunas bases en la costa occidental y oriental de África. En estos momentos no les interesaba conquistar ni colonizar los lugares de la costa occidental por donde pasaban, simplemente querían hacerse con bases, escalas en la ruta comercial de la India.

Cabe señalar que los pueblos africanos subsaharianos practicaban la esclavitud al interior de su sociedad, tratándose de un trabajo servil limitado al ámbito familiar. Con el tiempo los portugueses se convirtieron en intermediarios marítimos de esta red local de comercio de esclavos, intercambiando sus armas con los pueblos a cambio de esclavos y llevándolos a vender a otros lugares.

Eventualmente estos esclavos empezarían a llegar a Europa y comienza así el preámbulo de la trata de hombres negros: son vistos como objeto de curiosidad y prestigio. Se volvió incluso una moda en Europa tener esclavos al servicio de casas señoriales como objetos suntuarios, para mostrar la ostentación y lujo de dichas casas, prefiriendo los jóvenes y de piel más oscura por ser considerados más exóticos.

Los primeros ensayos de esclavitud quedaron limitados a un área geográfica estrecha, principalmente las islas Azores, Canarias y Sao Thomé, donde los portugueses esclavizaron a los nativos en ingenios azucareros.

Pierre Bertaux propone que África se convirtiera en la fuente de esclavos en el siglo XVI porque, al ser un continente de clima difícil, suelo prácticamente infértil y con poca producción de oro y otros minerales, lo único que lo hacía rentable (para la Europa en expansión) era el capital humano robusto y resistente, necesario en las recién conquistadas islas del Caribe americano.

Muy pronto los portugueses se dieron cuenta que podían hacerse con fortunas vendiendo esclavos en las Antillas: Cuba, La Española y Nueva Granada, donde había una gran demanda de mano de obra en las plantaciones, como consecuencia de la bajada en la población caribeña por la explotación desenfrenada de los conquistadores a principios del siglo XVI.

Lo que además fue lo que obligó a estos a salir en busca de territorios donde obtener indígenas para llevarlos a dichas islas a trabajar, entrando así en contacto con la península de Yucatán en su búsqueda por los mares.

Se puede dividir a la población afrodescendiente novohispana en dos rubros: los esclavos y los libres. Dentro del primer rubro, estaban por un lado los que trabajaban en las explotaciones agrícolas (llevando la existencia más dura), y por el otro los que estaban al servicio particular de funcionarios españoles en el ámbito urbano, quienes al parecer llevaban una vida más benévola.

Los primeros esclavos que pasaron al nuevo mundo fueron los destinados al trabajo servil particular para conquistadores, funcionarios o pobladores; posteriormente es cuando se da la demanda de mano de obra abundante que ya no podía satisfacer la población indígena de América.

De la explotación portuguesa de corto alcance en sus bases comerciales africanas, se pasó en pocos años a una ilimitada red de comercio de esclavos a nivel mundial cuyo fin era obtener el máximo beneficio del trabajo negro.

La Iglesia no se oponía a la esclavitud de los negros, pues el individuo africano era considerado una mercancía, no tenía alma, no era humano. En este sentido los funcionarios que más compraban esclavos eran los eclesiásticos, pues tenían los medios para costearse varios de ellos; otros funcionarios que tenían esclavos eran gobernadores, contadores y tesoreros, y en general quien tuviera los medios para hacerse de un esclavo lo podía hacer.

La población africana libre la constituían individuos que llegaron al Nuevo Mundo en condición de esclavos, pero de alguna manera obtuvieron su manumisión; esto podía ser de dos maneras: que el esclavo pagara por su libertad, o que fuera liberado por su dueño en recompensa por los servicios prestados.

Los esclavos que arribaron a las nuevas tierras como acompañantes de los soldados españoles fueron beneficiados con su libertad por mandato del rey, al haber servido a la corona en la conquista del Nuevo Mundo.

Esta concesión de libertad también se conoce como alforría; sin embargo, no se trata de una libertad plena, pues el alforrado, forro u horro, si bien queda eximido de la servidumbre, no adquiere plenos derechos, queda en un estatus jurídico intermedio entre esclavo y vasallo. Además queda por el resto de su vida con el estigma de haber sido esclavo, teniendo más bien una existencia marginal, costándole mucho trabajo su asimilación en la sociedad.

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