En la Fundación Bancaja (que esperemos sobreviva y no sea próximamente fagocitada por Caixaforum, y si lo es, que al menos continúe con todo su personal y manteniendo su encomiable labor cultural y su espectacular sede).
María Moreno, madrileña de 1933, pintora de mucho mérito como ahora mismo veréis, inició su aprendizaje en la escuela de Bellas Artes de San Fernando, donde tuvo la suerte de coincidir con el que luego sería conocido como Grupo de Madrid, a saber: Antonio López, Isabel Quintanilla, Amalia Avia, Julio López Hernández, Francisco López Hernández y Lucio Muñoz.
Y la de casarse con el primero de ellos, el más importante y representativo de este movimiento que tuvo como seña de identidad el hiperrealismo y la figuración madrileña, con quien ha convivido y trabajado hasta la triste pérdida de esta pintora, acaecida en febrero de este mismo año.
Dada la enorme importancia de Antonio López, hasta en los ambientes artísticos más elevados no pudo nunca desprenderse del aura de ser conocida en primer lugar como “la mujer de…”, lacra que han tenido (y tienen) que soportar infinidad de mujeres, pese a su enorme valía, como en este caso, de nuestra homenajeada.
Es por ello que considero de justicia, pese al tremendo éxito del maestro, iniciar esta serie dedicando esta reseña en primer lugar, y de manera exclusiva, a esta sencilla pintora cuyo indudable atractivo en su pintura recae en su cercanía, espontaneidad, y porque no decirlo, pese a la indisimulada influencia de su compañero, pienso que podemos agradecer en ella esa dulzura femenina en contrapunto con alguna de las obras de Antonio López, que a veces nos impactan precisamente por su excesiva crudeza y rotundidad.
Así que, con el permiso de Antonio López, que tendrá que esperar a nuestra próxima entrega, vamos a ser caballeros y a dedicar integra esta crónica a María Moreno.
Espero os agrade.
Lilas. Colección particular
Azaleas blancas. Colección particular
Pensamientos con sol. Colección particular
Geranios con sol. Colección particular
A partir de aquí, casi todas las vistas están elaboradas con un soporte de lienzo pero encolado a tabla, lo que en directo le da una consistencia y una personalidad muy particular.
Y además, me gustaría hacer notar que si conocéis la obra de Antonio López, podréis comprobar que María, aun prescindiendo igualmente de la figura humana, no tiene en absoluto ese toque de desesperanza, de ruina, incluso de suciedad que en ocasiones se desprende de la obra de Antonio; en María, aun manteniendo esa soledad que impregna las calles desiertas, su Gran Vía es mucho más luminosa, mucho más limpia, en definitiva más… optimista.
Entrada de casa. Colección particular
Jardín de poniente. Colección particular
Un intento diferente en su producción.
Aparador con calabaza y cabeza griega. Colección particular
Gran Vía I. Colección particular
Delenda est Moscardó.