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La brújula y el mapa [Cuento]

Maestros, tesoros y aprendices. Un cuento breve sobre la importancia de la riqueza y su percepción social actual.

El monje llevó a su discípulo hacia el cerro Belmonte, lugar donde acamparían unos días para meditar. Varios minutos antes de llegar, el maestro tropezó con algo, una extraña bolsa que yacía en medio del camino. El discípulo la tomó.

─ ¡Maestro!, ¿qué será lo que hay dentro de esta bolsa? ─preguntó, ojeándola con mucha curiosidad.

─ ¡Hey! hijo, deja eso ahí! ─le increpó, como si fuera su padre─. A veces las cosas deben permanecer en el lugar en el que están, porque moverlas puede ser muy doloroso.

La bolsa estaba sucia, no se podía distinguir entre la suciedad y su color natural marrón. Estaba rasgada como si un animal la hubiera mordido para abrirla. Le habían hecho un nudo con un cordón de zapatos algo más oscuro que la bolsa.

El discípulo parecía extasiado con lo que veía, aún ni llegaban a la cima del cerro y su concentración no se asemejaba en nada a la que solía tener cuando meditaba. Era tal el poder de atención que le generaba la bolsa, que parecía haberlo obnubilado. Cuando al fin la abrió, sacó de ella un raro aparatito y un papel maltrecho que estaba hecho churo.

─ ¡Es un mapa y una brújula! ─dijo, entusiasmado el discípulo.

─Muchacho tenemos que continuar ─manifestó el monje, frunciendo el ceño─. Nos esperan tres días de mucha paz.

─Maestro, según este viejo mapa, hay un tesoro escondido en esa dirección ─señaló con el dedo índice hacia el este.

─ ¡Eres muy ingenuo! ─los tesoros solo existen en los cuentos de piratas, la vida real no tiene tesoros, solo tiene piedras.

─ ¡Ay señor!, perdone usted, pero ¿y si fuera cierto?, ¿acaso los sueños y las aventuras no son humanos? No todo puede ser quietud.

El monje no supo qué responder, una extraña sabiduría doméstica parecía haberse manifestado en boca del aprendiz. Dubitativo el maestro, miraba el mapa en manos del discípulo. Luego bajó la mirada, retrocedió unos pasos, se tocaba la frente con la mano derecha como si estuviera reflexionando.

─Permíteme observar eso muchacho ─le dice, estirando sus manos para recibir el pergamino─. Si lo que dices es cierto, quizá podríamos ir hasta donde está el tesoro, tenemos tres días para hacerlo.

El discípulo no pudo contener su emoción. Pocas veces había tenido la oportunidad de ir en búsqueda de algo. Y ese era el gran día.

Al llegar a la mitad del camino de donde estaba el tesoro, según el mapa, descansaron para beber un poco agua.

─Muchacho, te brillan los ojos como candela.

─Usted también se ve muy animado con la búsqueda ─sonrío con picardía.

─Confieso que tu agitación es contagiosa. Cuando yo era joven no recuerdo haber tenido ese espíritu aventurero.

Retomaron el camino. Unos 100 metros más adelante encontraron una oscura caverna. El mapa y la brújula decían que el tesoro estaba ahí dentro. Ambos tenían cierto temor de entrar.

─Aún podemos regresar, si deseas ─advirtió el monje, mirándolo.

─No, ya estamos aquí, sigamos.

Tres metros adentro de la caverna el aprendiz resbaló y quedó colgado de una mano ante un inmenso y oscuro abismo.

─ ¡Ayúdeme señor, ayúdeme! ─gritaba el joven desesperado.

Rápidamente el maestro se agachó para estirarle la mano y sacarlo. Lo miraba con compasión y benevolencia. Cuando él ya lo tenía agarrado de ambas manos, listo para sacarlo, sorpresivamente le dijo:

─Muchacho, no has superado la prueba del tesoro. No estás preparado para ser un maestro. Los maestros no buscan su tesoro fuera, sino dentro de sí mismos. Sigue tu camino.

Y lo soltó al vacío.