“JOH forever”: desinformación, criminalización y migración
Resumen de los años en los que el mandatario de Honduras, JOH, ha continuado con la dictadura iniciada en 2009.
Juan O. manda a otra gente a hacer mandados. A la primera sesión del novel Consejo Regional de Desarrollo en S.P.S, envió antier a una multitudinaria comitiva, encabezada por sus superministros, para decir que no hay dinero para las represas,[1] acompañada por el Moro Omar, para prometer políticas integrales actualizadas y rematada con su émulo Leonel Ayala, que puso a disposición de las constructoras L.500 millones para reconstruir los bordos, mientras él comparecía ante la Cumbre Iberoamericana en Andorra.[2]
Un mago hipnotizador. Ahí, ante monarcas y honestos gobernantes de esas naciones, suavemente, el mandatario hondureño escenifica ¡la gran impostura! La que aquí a nadie sorprende, pues se despliega a diario, nada sutil, en los medios de manipulación que reeditan notas añejas para aporcar legitimidad, tapan el peor olor con humo y endulzan lo tóxico. Pese a la falta de recursos, porque ¿él tampoco sabe dónde está el dinero? Declara, y pese a las inclemencias de Natura y de la geoestrategia, es el más exitoso de los timoneles, y todo está bien.
Aunque los narcos hablan mal de él, pobre. Esconde que no ha vacunado ni siquiera al 0.3% por ciento de la población y que, puesto que la protección que brinda la vacuna solo dura unos meses, al ritmo que lleva, aún con ayuda ¡Honduras tardaría 11 años para vacunar a la gente que hace falta, con el fin de contener el mortal covid!
Oculta que, bajo su inepta guardia, el país ha perdido el 15% del PIB y no ha conseguido inversión para reactivar la economía quebrada. Calla que quince mil han muerto, y que cientos de miles de hondureños escapan en el éxodo de la desesperanza.
Encubre que los organismos internacionales, NNUU y La Corte Interamericana, han condenado a su régimen por flagrantes violaciones a los derechos humanos y especialmente contra los defensores de los derechos ambientales, de información y derechos sociales.
Disimula que el proceso eleccionario que debía recuperar la institucionalidad derruida, con su reelección ilegal y fraude cínico, se ha descarrilado de nuevo, entre impugnaciones, por falta de las reformas más indispensables. Como que unos veinte senadores y congresistas estadounidenses legislan en ambas cámaras para exigir un castigo ejemplar a su corrupción, mientras La Casa Blanca anuncia una Fuerza de Tarea para empujar a las fiscalías, y los fiscales de Nueva York anuncian haber culminado la investigación por la cual se solicitará su extradición. ¡A la salida!
La cuestión es entender cómo se vinculan -entre sí- la política de desinformación de JOH, la criminalización y la migración caótica. Porque, de ordinario, se presentan estas lacras, aisladas una de otra, y no son analizadas de forma articulada. Pero si das un paso atrás, ahí aparecen concatenadas y a simple vista, explican más de la situación y expresan más de lo que puede, la coyuntura política.
Sorprende conversar con el paisano común y corriente, y aún con el que se dice concernido, y deducir lo poco que entiende. Porque sin educación cívica, la desinformación luego rebalsa del todo el susodicho cerco mediático, e involucra también abuso de los medios alternativos y la instrumentalización de redes sociales y religiosas. Recién estalló el escándalo de la renuncia de una ejecutiva en la organización Facebook, en protesta por la tolerancia por lucro de falsos perfiles y en primer lugar, los miles de inventos de JOH, para aplaudirse a sí mismo con otro nombre.
La desinformación desmoviliza, ese es su fin, y anula el incentivo para convocar. Más allá del ámbito local, la gente no entiende la urgencia o la necesidad de movilizarse, porque a la vez que se le oculta lo esencial, se le atiborra con propaganda e información desorientadora. Y, como consecuencia, no entiende la deriva catastrófica del país, disocia el teórico destino colectivo del propio personal, y rehúye el compromiso de la oposición en la calle.
No solo ni principalmente porque tenga miedo al covid desbordado, sino porque descree de la eficacia de esa acción, única efectiva. Y cuando al fin cae en cuenta de que va para peor, Juan Pueblo se niega a ver a futuro o a recordar. Y se enroca en una especie de trinchera del presente, vacilante y desorientado, que ha perdido por igual la memoria de lo que pudo ser distinto, como la esperanza de hacer y ser otra cosa.
Y opta por la vía electoral, que juega contra él, con dados cargados y boletas selladas, para conseguir o falsificar su voto. Y así, la desinformación termina de imponer el engaño continuado y el fraude, sin mencionar la represión. Es el clima mental -dicen los historiadores- en que prosperó el Tercer Reich, cuando el europeo más educado, el alemán, negaba que ¡se hubiera criminalizado a los obreros o se exterminara a los judíos! ¿Eran rumores?
Desinformando se oculta asimismo la diversidad y profundidad de la criminalización y la represión. La noticia sale. Se la maneja en redes sociales y en medios alternativos. En Tocoa hay protestas como en Tegucigalpa, y en el Valle igual las reprimen. Pero ¿cuántos hondureños sabemos cuántos presos y muertos hay a lo largo y el ancho del país, por proteger sus ambientes inmediatos, luchar contra la destrucción de su bosque, los ríos y fuentes de agua y por oponerse a la corrupción local?
La persecución de la resistencia se disfraza de proceso judicial, y a los atrevidos se los secuestra y mata a oscuras. Eso no trasciende en los medios de masa, como tampoco que la nación se rehúsa a suscribir el nuevo convenio regional para proteger a la naturaleza y a sus defensores.
El problema de la pandemia se ha manejado también para que, en el confinamiento cada uno de nosotros esté preso y solo, y todo desplazamiento parezca suicida o atentatorio, de modo que las llamadas fuerzas del orden para servir y proteger se imponen sin costo. A ti te puede costar un poco entender si no te esfuerzas, lector flojo, haragán, descoyuntado. Pero por supuesto que todo –conjunta, sistémica y holísticamente- se materializa en el éxodo.
La gente se va porque sufre su realidad cotidiana en carne viva, sin importar qué digan los medios y los periodistas vendidos. Sabe que no hay empleo ni con qué, que está expuesta a todo y que nadie le garantiza nada. Se va porque vive sobre las aguas negras que dejó la devastación a flor del piso y bajo techos de plástico y ha perdido la esperanza de que esto se componga.
A razón de 300 personas cada día, ¡diez mil al mes! Y últimamente en forma grotesca, mandan a los güirros por delante, para que los coyotes los vuelquen al otro lado, desde lo alto del muro, para ser enjaulados como símbolos del deshecho, en que nos convertimos los catrachos. Bajo guardia y en el turno del ¿dictador perfecto?
Notas a pie de página [1] Solo hay para los estudios que estaban listos en 2004 y se actualizaron en 2019 pero hay que rehacer. Y sin represas no hay solución. [2] A la cual curiosamente siete importantes países del área ¿se rehúsan a asistir?