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Diez años del 15M: +/- 10

El 15M fue contradictorio porque albergó diferentes corrientes de pensamiento, en ocasiones enfrentadas, pero sus integrantes sabían que lo mejor para todos debía guiar sus pasos.

Diez años han pasado y seguimos preguntándonos qué fue el 15M. ¿Fue una revuelta de millenials enfadados por la quiebra de sus expectativas? ¿Fue una enmienda a la totalidad de la transición? ¿Fue la excusa para someter a la izquierda a los dictados del postmodernismo? ¿Fue la decepción de los “jóvenes de Zapatero”?

Como en todo fenómeno de cierta envergadura, había muchos 15M dentro del 15M. El antipolítico y el de la nueva política. El de los que querían impuestos progresivos y el de los que querían insumisión fiscal.

El de los que querían refundar la izquierda y el de los que querían fundar un pueblo. El de los que hablaban en nombre de Martin Luther King y John Fitzgerald Kennedy (JKF)  y el de los que lo hacían en nombre de Malcolm X y el Che Guevara. Y lo más fascinante es que a veces eran las mismas personas las que defendían ambas cosas.

Fue, en definitiva, un momento de cuestionárselo todo, de poner en duda todo. Un momento donde cabía todo y todo era posible.

Al final, cada uno cogió la versión que más le interesaba para después dictar sentencia: “al principio molaba, pero luego se jodió”. A partir de ese punto, vienen las explicaciones de quién, cuándo y cómo.

Las cuestiones abiertas por el 15M no han sido resueltas, tan solo han sido sustituidas por una ristra de afirmaciones categóricas, absolutas, impermeables, en violenta pugna por imponerse unas sobre otras.

La mayoría de la gente no soporta la duda, la indefinición, la incertidumbre. Yo tampoco. En el 15M había más dudas que certezas. De hecho, había muy pocas certezas y las que había, a veces eran contradictorias entre sí. No todos supieron entenderlo y algunos jamás lo perdonaron.

En todo lo que aquello tuvo de fenómeno internacional, ya fuera como consecuencia de una profunda corriente global de fondo o como meme rápidamente viralizado, la pauta se ha repetido: ante la duda incómoda, la vieja verdad reconfortante.

La incertidumbre no se ha ido ni se irá. Estamos en un cambio de época y no sabemos cuánto va a durar ni lo que va a salir de esto. No hay forma de saberlo. Tan solo podemos saber qué es lo que queremos para nuestro futuro y el de los que nos sigan.

Sin haber salido aun de la crisis de 2008 hemos tenido la pandemia y tras ésta vete a saber. La multitud de “quince-emes” que hubo alrededor del mundo fueron una respuesta a las explosiones caóticas de la crisis de 2008 y su neoliberalismo enloquecido.

De momento, la única respuesta que está habiendo a la pandemia es esa delirante amalgama de negacionistas, nostálgicos de un pasado idealizado y oportunistas de derecha radical. Tal vez el “nuevo paradigma” de Joe Biden signifique realmente algo o tal vez sea solo un refrito de Barack Obama.

Pasados diez años cabe preguntarse por los próximos diez. 2031. Da vértigo. Muchos boomers que hoy siguen en primera línea ya no estarán entre nosotros, la Generación X ya no dará más de sí, casi todos los millenials habrán entrado en la cuarentena y el mundo pertenecerá a los zetas. El reggaeton y el trap estarán a punto de entrar en el mercado de la nostalgia y se empezará a idealizar la década de 2010.

Para entonces, quizá el 15M sea un mito a demoler como Mayo del 68 o a exprimir como la caída del Muro del 89.

A finales del siglo XX, el consenso neoliberal dominaba el mundo. Su Promesa era un mundo interconectado, sin fronteras, sin crisis, sin guerras, sin enfermedades, donde la tecnología nos haría definitivamente libres, longevos y saludables.

Ni siquiera el 11S erosionó nuestra fe en la Promesa, pues las Torres cayeron por la envidia y el oscurantismo, por el resentimiento medieval de unos integristas “perdedores de la Globalización”. Hoy, los “perdedores” están por doquier. Están allí, en Oriente, y están aquí, en Occidente. ¿Quién ha “ganado” entonces la Globalización? ¿China? ¿Por cuánto tiempo? ¿Hasta cuándo va a permitirlo Occidente? Tambores de guerra.

No soportamos la incertidumbre, decía, y por eso algunos están dispuestos a cualquier cosa con tal de clarificar su futuro y simplificar su campo mental.

A medida que las pasadas certidumbres se desmoronan, otras vienen a ocupar su lugar. Pero no pueden ocupar todo el espacio que ha quedado vacío. Es imposible mantener la cohesión de un cuerpo que se ha estirado tanto, donde la distancia entre “los de arriba” y “los de abajo” se ha multiplicado exponencialmente.

Ante la certeza de la ruptura, sólo cabe justificarla. Por eso, las nuevas certidumbres sólo se impondrán si, como pretenden algunas, los extremos del cuerpo se aproximan o sí, por el contrario, descuartizan el cuerpo definitivamente.

Por eso, algunos preferirían vivir en The Walking Dead antes que asumir que, o cambiamos las cosas en serio o esto no acabará bien. Antes que comprometerse por un futuro que somos incapaces de imaginar, mejor elegir la barbarie.

Después de todo, las fantasías postapocalípticas son la utopía neoliberal perfecta. Estamos hechos a ellas. Son el triunfo supremo del individuo autosuficiente fieramente determinado en su supervivencia frente a los gregarismos, ya sean autoritarios o participativos.

Una sociedad purgada, libre de toda incómoda mediación, demostraría por fin que sólo los más aptos merecen sobrevivir. Y los flojos, los blanditos, los ambiguos, con sus bellos discursitos engañosos y sus estériles debates, los aspirantes a burocratillas, controladores y mediocres, recibirían por fin lo que se merecen. Las cosas volverían a ser normales y sencillas. Al pan, pan, y al vino, vino.

No, no creo que en diez años estemos así. La cuestión está en si podemos imaginar estar de otra forma. De la descomposición de la utopía tecno-meritocrática emergen detritus ultraliberales o ensoñaciones identitarias .¿Por qué no somos capaces de imaginar un porvenir más modesto y más razonable? ¿Por qué, ante el derrumbe de la Promesa, aparecen delirantes vueltas de tuerca turboliberales, pequeñas utopías reaccionarias o inquietantes amalgamas de ambas?

Necesitamos la pertenencia y la compañía, el contacto y la empatía, el cuidado y la seguridad. Necesitamos repartir lo que hay. Necesitamos ser tenidos en cuenta. Sin embargo, imaginamos futuros donde unos obtendrán todo eso mientras que a otros les será negado, bien sea por no merecerlo o por no pertenecer a la tribu correcta.

Los “nuevos 15M”, las actuales explosiones de indignación pandémica, han incorporado parte de ese ingrediente. Lo bueno sólo para los míos. Con eso, ya se sitúan fuera de lo que fue el 15M. Porque en toda su caótica contradicción, el 15M sabía qué era lo necesario para la nueva época: lo bueno para todos.

Siempre seremos unos hippies.

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