Unidad y liderazgo, claves para la reconquista progresista de Ecuador
La Revolución Ciudadana afronta una Convención Nacional con dos tareas pendientes tras los efectos negativos de la reciente derrota electoral.
La Revolución Ciudadana es la oposición a Guillermo Lasso. Así lo determinó el pueblo de Ecuador en las elecciones celebradas este año (durante febrero la primera vuelta y en abril la segunda).
Los candidatos de la izquierda de Ecuador, Andrés Arauz y Carlos Rabascall, lograron un 47% de apoyo en la segunda vuelta tras alcanzar la primera posición previamente. La lista al poder ejecutivo del movimiento progresista es la primera fuerza en la Asamblea Nacional, aunque lejos de la mayoría simple.
El contexto de la derrota electoral
Sin embargo el resultado de las elecciones supuso un duro golpe para la izquierda, que esperaba ganar las elecciones tal y como llevaba haciendo desde el año 2006. Varios factores impidieron que sus predicciones políticas se cumplieran.
El primero de ellos, y el más importante, fue la aplicación de una medida estratégica por parte del gobierno de Lenín Moreno para quebrar a la misma izquierda que lo llevó al poder. Por una causa aún no determinada, el expresidente nada más con llegar al poder cambió su agenda política hacia la derecha.
Su primer movimiento fue generar una serie de juicios políticos contra Rafael Correa, para que no pudiera regresar al país, y contra Jorge Glas, para que no tuviera la opción ni de parar la deriva neoliberal desde la vicepresidencia, ni sustituir a Correa como líder de la Revolución Ciudadana en Ecuador.
Con ello se pretendía terminar con los liderazgos más asentados de la izquierda en Ecuador. Por un lado, si Rafael Correa no podía estar en el país, su influencia iría disminuyendo poco a poco, ya que sin el contacto directo no existe un entendimiento de lo que allí sucede, dificultando la comprensión del contexto social, y como consecuencia del diagnóstico político, llevando a una peor toma de decisiones.
Por el otro, Jorge Glas está en la cárcel en malas condiciones, sin sentencias en firme y mediante una farsa judicial revelada en exclusiva por elestado.net, rodeado además de un silencio mediático que acerca a Ecuador a los regímenes dictatoriales sudamericanos de las décadas de los 60 y 70.
Una vez terminados con estos liderazgos, y tras quebrar la justicia de Ecuador, se lanzaron a por los nuevos líderes de la izquierda ecuatoriana, para impedir un relevo a tiempo para el siguiente ciclo electoral culminado este año, como evidencia el caso de la exiliada Gabriela Rivadeneira.
El segundo movimiento fue el inicio de una campaña mediática de alta intensidad, un desgaste que se ha mantenido durante los últimos cuatro años. En ella se han repetido dos argumentos que han afectado a la imagen de Rafael Correa y de todo aquel que se identifique políticamente con su proyecto:
- “La culpa de los problemas actuales es de Correa” como justificación de los errores de los gobiernos de Moreno y Lasso.
- “El correísmo es corrupción“, usando los juicios contra los líderes de la Revolución Ciudadana.
El resultado de la estrategia ha sido la victoria de Lasso en las elecciones de este año. La figura de Rafael Correa, pese a seguir siendo la más popular del país, no fue suficiente para impulsar la carrera de Andrés Arauz, prácticamente desconocido antes de la campaña electoral.
Efectos directos
Los resultados electorales han afectado negativamente a la Revolución Ciudadana, que ha visto cómo su candidato a presidente ha regresado a México, y a su compañero de fórmula presentar su candidatura presidencial a parte del movimiento progresista.
La derrota ha producido una desmovilización social, y una disputa en lo interno, por las ilusiones creadas por la dirección del movimiento que expresó en varias ocasiones su seguridad por una victoria que no ha llegado.
Se han producido cuestionamientos hacia la figura de Rafael Correa y su estrategia, respondido con un cierre de filas que podría desembocar en la marcha de varios sectores a otros partidos, e incluso en la creación de otros nuevos, una posibilidad que debilitaría a la izquierda aún más.
Convención Nacional
Montecristi, la cuna constitucional de la Revolución Ciudadana, será la sede del proceso interno con el que el progresismo ecuatoriano espera recomponerse tras el varapalo electoral.
Tiene mimbres para ello. La figura del expresidente sigue fungiendo como un agente movilizador y de unidad, pese a que su protagonismo debería reducirse en favor de un nuevo liderazgo que gane peso e independencia con respecto al expresidente, quién debe seguir acompañando al movimiento desde una posición propositiva más que determinante.
Otro aspecto a favor de la Revolución Ciudadana es que cuenta con un proyecto de país, frente a la derecha, que cuando ha sido oposición su única motivación política era el anticorreísmo, mostrando que cuando llega al poder se limita a aplicar en lo interno las medidas neoliberales del FMI, y en lo externo desarrollar la misma política que la administración norteamericana de turno.
Por lo tanto, en Montecristi los retos para el campo progresista de Ecuador serán dos: la unidad y el liderazgo. La primera debe ser con las fuerzas que integran la Revolución Ciudadana y las que han salido de ella, como la figura de Rabascall, quién sigue sosteniendo una agenda progresista coincidente casi totalmente con la del movimiento alfarista.
La segunda debe ser la conformación de un liderazgo coral que tenga la autonomía suficiente para determinar la estrategia política del movimiento, en vez que venga determinada desde el exterior, por la desconexión con la realidad del país.
Este liderazgo debe ser coral por diferentes razones, la primera es que la viabilidad del proyecto no dependa de una sola persona en un país que ha normalizado la persecución política de los que se oponen al poder establecido; la segunda es la interpelación de la mayoría social para que se vea reflejada en la Revolución Ciudadana; la tercera es la capacidad de movilización, fundamental para la oposición en un contexto de silencio mediático, no solo de cara al siguiente ciclo electoral, sino al cambio de hegemonía cultural necesario para aplicar su propuesta política de vencer en las urnas.
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