Guatemala Bicentenaria: 200 años de independencia incompleta
La independencia en Guatemala fue antipopular y excluyente que se hizo a espaldas del pueblo, una independencia sin proyecto de nación, un solo pacto entre los poderosos; cambiar para no cambiar, de la élite a la élite.
Han pasado 200 años de ese histórico hecho. Desde entonces, los guatemaltecos han crecido con la idea de que aquel acontecimiento fue un grito de “libertad”, en donde la historia oficial que enseñan en la primaria y secundaria trata aspectos aislados y poco profundos acerca del movimiento independentista de Guatemala, a tal punto de romantizar la verdadera historia de este proceso.
Sin embargo, historiadores coinciden en que la separación política de España se debió a intereses económicos de una élite urbana, que ignoró al resto de la población.
La toma del poder por los criollos solo significó la sustitución de una dictadura de la clase dominante extranjera (la española) por la dictadura de una clase dominante centroamericana.
Luego de aquella firma de acta de independencia en 1821 no se modificó en absoluto la estructura colonial y ni base económica del país con relación al dominio español, la élite criollista de ese entonces continuó obligando al pago de tributo, a vivir en reducciones, al sometimiento religioso, económico y político, y al trabajo forzado a los indígenas y mestizos.
Es a partir de aquí que se construye una falsa historia, ya que no hubo tal independencia, el poder económico únicamente cambió de manos.
En ningún momento existió en este movimiento el interés por mejorar las condiciones de vida de los habitantes de aquella época. Dando paso así al surgimiento de un Estado débil, el poder económico concentrado en los “Próceres de la Independencia” y una población mayoritariamente pobre.
Esta es nuestra herencia, es nuestra procedencia la cual se ha pretendido negar mutilando así el surgimiento de un sentimiento de “patriotismo” ante la ausencia de un asidero común.
Sin dejar a un lado la injerencia extranjera que ha sido predominante a lo largo de la historia del país, reflejada en su máxima expresión con el golpe de Estado de 1954 al gobierno revolucionario y democrático de Jacobo Árbenz.
Guatemala del Bicentenario
Guatemala dos siglos después sigue inmerso en un subdesarrollo, y con una dependencia que como país se ve influenciada o limitada al momento de tomar decisiones sobre aspectos políticos o económicos, pues depende o está sometida a los que otros países opinen o hagan.
El país tiene además la cuarta tasa más alta de desnutrición crónica en el mundo y la más alta en Latinoamérica.
La desnutrición crónica infantil (y retraso en el crecimiento) afecta al 47% de todos los niños menores de cinco años, al 58% de los niños indígenas y al 66% de los niños en el quintil de ingresos más bajos.
Para el cierre del 2020, el 21.8 por ciento de la población guatemalteca vive en situación de pobreza extrema y el 59.9 por ciento está en pobreza. Por su parte el índice de desarrollo humano un indicador utilizado para medir la esperanza de vida (una vida larga y saludable) colocó a Guatemala en el 2020, en el puesto 127 de 189 países.
Con respecto al sistema educativo, el 78 por ciento de los niños y niñas asisten al nivel primario, pero conforme avanzan los niveles educativos el porcentaje se ve reducido catastróficamente, con un 42 por ciento a nivel secundario y un 24 por ciento a nivel diversificado.
Y esta diferencia de indicadores se debe principalmente por la falta de recursos económicos en las familias, lejos de ser un Estado que genera condiciones de igualdad de oportunidades, o de condiciones meritocráticas, tenemos un sistema que divide a la gente: los pobres, abandonados, sin condiciones de desarrollo, frente a quienes tienen capacidad de pagar una carrera educativa.
La crisis sanitaria de la pandemia por el COVID-19 ha significado un momento de endeudamiento desmedido por parte del gobierno de turno de Alejandro Giammattei, que cabe resaltar, es el presidente mejor pagado de Latinoamérica y sexto a nivel mundial.
Una deuda pública que se triplicó al cierre del 2020 con respecto al periodo fiscal anterior, pero que a la misma vez, esos recursos económicos no se ven reflejados a las necesidades de la crisis sanitaria.
El país se encuentra con la mayor tasa de mortalidad por casos de COVID-19 a nivel centroamericano, y es el tercer país con menor cantidad de dosis de vacunas suministradas a la población a nivel latinoamericano.
La Organización para la transparencia Internacional ha colocado a Guatemala como uno de los cinco países más corruptos de la región de América y en el puesto 149 de 180 países a nivel mundial, lo que significa que los guatemaltecos perciben un incremento de la corrupción en el sector público del país.
En estos momentos de esta Guatemala Bicentenaria, los guatemaltecos debemos de comprender que la misión es recuperar el Estado para promover el bien común.
Esta tarea debe ser motivada por la conciencia ciudadana, debe respirar a través de cada instancia organizada de cambio político: pactos entre las corrientes profundas de nuestra sociedad, agendas comunes de los sectores, propuestas partidarias que transmitan demandas ciudadanas.
Vivir bien está al alcance de un pueblo capaz de generar proyectos verdaderamente incluyentes.
También con la idea de enfrentar desafíos como la gran desigualdad socioeconómica, la pobreza extrema que vemos todavía en muchas partes del país con malnutrición y mortalidad infantil, así como la violencia en todos los niveles de la vida, la crisis migratoria y los efectos del cambio climático.
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