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Historias oscuras: un relato peculiar [Cuento]

Historias oscuras relata la vida de 3 personas contadas de forma peculiar en primera persona por alguien que el lector tendrá que descubrir.

¿Y usted de dónde viene? parece muy destruido. Siempre me pasa lo mismo antes de conocer a alguien aquí. Me llegan a la mente un cúmulo de historias que como ráfaga de viento rápido me inundan. Por eso de repente siento su dolor como mío, me apropio de sus golpes, de sus heridas, de sus huecos.

Me pasa con todos, así que no alardeé de mi empatía para con usted. Dicen que la empatía es algo que se aprende, y yo muy necia sigo pensando que ya nació conmigo, por eso hago lo que hago.

Pero cuénteme señor, ¿Quién le ha hecho daño?, sus zapatos negros están casi nuevos, encuentro solo unas pequeñas, finas y pálidas líneas producto del contacto con la calle. Esa camisa blanca y discreta me revela que usted no le gusta llamar mucho la atención entre los hombres. De bajo perfil les decimos aquí.

No es por ofenderle, pero viéndole ahora, creo que el rojo le queda mejor en la camisa. El rojo entero, por supuesto. ¡Ah y esos pantalones! El color gris no le va mal, solo que hay quienes dicen que el gris trae malos augurios. Yo no soy supersticiosa, pero se lo digo para que lo sepa, nada más.

No puedo concebir que aún hayan hombres que los planchan con esa anticuada raya frontal. ¡Parece un dinosaurio!, ya los pantalones no se planchan así, pero bueno, considero que en usted eso ya no tiene remedio. Mire que se lo dice alguien un poco conservadora.

Y digo poco porque yo ya no uso faldas de monja enclaustrada ni esas blusas que me tapaban hasta el cuello. Mi esposo dice que mi blanco cuello es como el tronco de un árbol cubierto de miel, tan apetecible que provoca comérselo a besos. Según él, fue una de las cosas que más le enamoró de mí. Yo no sé porque le cuento esto a usted.

Me va a perdonar, pero usted es muy guapo. ¡Ah! pícaro, lo he visto cómo se ha sonrojado. Ya decía yo que usted no es ningún santo. Tenemos casi la misma edad. Nos vemos tan jóvenes por fuera y tan viejos por dentro. Sobre todo usted. ¡Hombre! así que le ha gustado fumar. Mi papá también fumaba hasta que un día se cansó y dijo algo así como “Basta, me cansé de estar cansado”. Y fin. Yo no lo podía creer.

Por cierto, ¡usted también tiene esta cicatriz en la cabeza! Sabe, yo cuando era pequeña me golpee con el mesón de la cocina y se me hizo tremendo chichón y me quedó una cicatriz como esa que tiene usted. Pero como soy mujer y tengo el cabello largo, no se me nota. ¡Qué dicha ser mujer!

¡Ya! deje la timidez y hábleme un poquito más de usted. Así que nació en Gutayán y tiene 3 hijos. Mi abuela también nació en aquel lugar. Según estas fotos sus hijos se parecen mucho a usted. ¡Por Dios! aún están tan chiquillos. Pero ya verá que les irá muy bien en la vida. Dicen que la vida enseña a palos, bueno eso decía mi abuela y la verdad es que con lo que yo hago todos los días veo mucho palo y poca vida.

Me voy a tener que despedir de usted esperando que le vaya bien. Como siempre, ha sido un placer.

Hola hermosa, me gusta ese vestidito que traes. Ojalá fuera yo una chiquilla aún para ponerme lo que tú te pones. Estoy entrando a la mediana edad y la verdad es un poco duro. A veces soy como una montaña rusa de emociones. Si mi hija viera tu vestido se enamoraría de él. A ella le gustan tanto los vestidos que casi pantalones no tiene. Fue de ella de quien aprendí a vestirme mejor. ¿Tú de quien aprendiste?

Te voy a decir algo y no quiero herir tus sentimientos. Creo que exageras con el maquillaje. ¡Mujer! ¡Tienes la cara pintada y el cuello oscuro! ¡Como un semáforo! Eso no cuadra por ningún lado. Y no me vas a decir que no te diste cuenta y que a nadie le importa. Yo no soy muy fanática de la cosmética, pero mi sentido común reprueba esto.

Ahora me vas a contar cómo fue que llegaste hasta aquí. Te ves muy triste, pareces incomprendida. Apenas tienes 20 años. ¡Dios! Tantas cosas se pueden hacer a tu edad. Tu nostálgico semblante me está gritando que llevas mucho tiempo con sentimientos que no puedes tolerar. Y claro, cuando algo no se tolera, uno quiere tirarse de un puente.

Sabes, a veces yo tampoco puedo tolerarlo, y cuando eso me pasa me voy a la playa y camino descalza por la arena. Me gusta sentir la arena entre mis dedos y el sol crepitar en mi piel mojada. Cierro los ojos cuando estoy dentro del mar, y el mar me encierra en sus brazos y me abre sus ojos. El ocaso del sol me revive. Es algo mágico.

¿Dónde compraste esos zapatos? Sabes, yo no suelo usar tacones como los tuyos porque me duelen los pies apenas me los pongo. Me da unas iras porque quisiera poder lucirlos así como tú. Y no, no puedo, y me veo como una enana de circo con zapatos llanos. Mi hija se me ríe, me dice que parezco gallina patuleca.

Ahora que veo tu tatuaje en la espalda me acordé que cuando era joven quise hacerme uno. Mi mamá casi me bota de la casa. La muy mala me dijo que si es que yo era una mujerzuela para andar con tatuajes. ¡Habrase visto!

La coalición de la mariposa y la flor están muy bien definidas. Un juego de colores violeta, lila y turquesa adornan tu bella espalda. ¿Te puedo tomar una foto? Disculpa, pero no quiero morir sin haberme hecho uno igualito, o por lo menos muy parecido. Tú, al menos pudiste tenerlo. ¡Uy! es tarde, ya es hora de que te vayas. Me da mucha emoción haberte conocido, he aprendido mucho de ti.

Hola señor, no es común que alguien como usted venga por aquí. He de contarle que hablo mucho, pero usted debe estar acostumbrado a eso. Escucha las tonterías y basuras  que vamos a contarle que no entiendo como no eligió otro oficio. Yo en su lugar ya me hubiera dormido hace rato de tanto oír barbaridades. Y peor si no me dejan hablar mucho.

Oiga, una pregunta con todo respeto, ¿Cómo eligió esto? No sé, no me imagino a nadie un día diciendo: “quiero ser cura, vivir toda la vida sin sexo y escuchar zarandeces de la gente”.

Señor cura, está muy serio, ¡que poco sentido del humor tiene! Tal cual como se ven en las misas, por eso es que la gente se duerme, y se despierta para darse la paz y recibir la bendición. ¿Puedo confesarle algo? Al cabo usted tiene tiempo aún y para eso vivió toda su vida no. Yo sin sexo no podría vivir, mi esposo dice que soy muy fogosa, ¡que atrevido! Una ya no puede andar medio caliente porque ya piensan que soy una estufa.

¿No le hace calor con esa sotana negra? Oiga señor cura, esto está peor que sacarme yo sola el vestido de novia, hasta parece que trajera corsés. Veo que le cambió la cara de un momento a otro. Pues sí, a muchos que vienen aquí les cambia la cara cuando les hablo.

Los que están tristes se van con semblante de alegría. Los amargados se les dibujan media sonrisa como la que usted tiene ahora. Sí, mírese, las comisuras de sus labios se han corrido levemente. Los que están enojados, cuando les hablo, cambian su semblante por un rostro de paz.

Hubo una vez un sujeto que vino y no quería colaborar, como que me decía: “a mí nadie me mueve”, así que me puse bien cariñosa y le hice entender que era mejor para él y su familia colaborar, y pues ¿Qué cree?, funcionó, y desde ahí pues todos se dejan. Los colegas nos pasamos ese dato, no sabe cuánto se ahorra en tiempo.

Sabe algo, aquí suelo sentirme sola, pero cuando llegan a visitarme personas como usted me encanta porque me explayo conversando. Ya sabe que las mujeres somos como muy parlanchinas. He de contarle, que llevo una vida muy feliz junto a mi esposo y mis dos hijos. ¿Le puedo confesar otra cosa? Una vez le fui infiel, y no me arrepiento. El muy astuto también me lo hizo una vez, y yo dije “si él puede, ¿por qué no yo?”. Así que estamos a mano.

No se lo he dicho a nadie, usted es la primera persona en saberlo. Así que cuidado con andar de bocón. Y sabe que siento un peso menos de encima. Señor cura, ¿me va a poner alguna penitencia? Si lo va a hacer que sea algo fácil, mire que ya es suficiente castigo tener que haber accidentado al hombre con el que me acosté y vivir con eso en la conciencia. Lo siento, pero ese secreto tenía que morir conmigo.

¡Santo cielo!, alguien lo odia mucho señor cura. No hallo otra razón para que le hayan dado una torta de chocolate con ingredientes de dudosa procedencia. Usted es muy, pero muy ingenuo. Uno tiene que ir por la vida con los ojos bien abiertos. No puede pensar que hay bondad en todos los corazones humanos. Y me extraña de usted, señor cura, se supone que al diablo hay que conocerlo por dentro y por fuera.

Cuando vuelva a visitarme otro padrecito le hablaré de usted. Ha sido una experiencia inolvidable conocerle. Espero no haberle causado incomodidad con mis confesiones. Desde que le cambió el rostro, usted me inspiró mucha confianza, así que me doy por bien retribuida. ¡Y ya estoy exhausta! Hoy ha sido un largo día aquí en la morgue, así que tengo que decirle Adiós, ¡y qué descanse en paz!