Yo he venido aquí a Fardar de mi artículo: Drogas en Europa
Y de repente… diciembre. La euforia se mezcla con una sensación de aumento de energía, de desinhibición. Son solo algunos efectos de drogas duras como la cocaína.
Y de repente… diciembre. Cómo diría Café Desvelado. La euforia se mezcla con esa sensación de aumento de energía, de desinhibición, esas ganas de abrazar a todo el mundo, el corazón se acelera y por fin parece que no hace tanto frío.
Estos son algunos de los efectos más notorios del alcohol y drogas duras como la cocaína. Y es que hay quienes solo pueden soportar el efecto cegador de las fiestas (el cual, según Abel I El Iluminado, se ve desde la estación espacial internacional) con una blanca, muy muy blanca navidad atravesando el túnel nasal en dirección a su cerebro. Y lo comprendo, por supuesto. No lo comparto. Pero claro que lo entiendo.
Oh, blanca navidad, rezaba el cartel promocional de Narcos en la Puerta del Sol de Madrid, durante la navidad de 2016. Antonia San Juan le cantaba a la Falaz Navidad ese mismo año. Dos años antes, un pueblo entero se pone de acuerdo para engañar a una señora creyendo que le ha tocado el Gordo. Falaz Navidad. No sabes lo que es el espíritu navideño ni la ilusión de la noche del 24 desde el “hola, soy Edu, feliz navidad”. Falaz Navidad. La Puerta del Sol está vacía y una de las presentadoras de las Campanadas parece muy triste. FA-LAZ NA-VI-DAD.
Pero todo lo anterior era la parte optimista. O al menos la emocional, para no tener que trabajarme demasiado el principio de este artículo, como el episodio de Los Simpson en el que Bart y Lisa trabajan en un noticiario con Milhouse, y mientras ella se dedica a dar las noticias con rigor periodístico, el vende azúcar (glace, por supuesto), sentimentalismo a domicilio y lágrimas de usar y tirar.
La verdad es que siempre me ha caído mejor Bart, y como seguramente habréis deducido, no soy Periodista, ni tengo ninguna carrera.
Pero en los CVs hay que venderse, y lo que sí tengo son dos cursos completos del grado en matemáticas, así que aquí llega la lluvia de datos. Cojan sus paraguas para atraparlos todos, como si fueran caramelos en la Cabalgata de Reyes:
- Años 80: En Galicia y, en general, en España, se produce el fenómeno que he apodado como “efecto olla a presión”: para que una olla a presión no reviente, es necesario tener en cuenta cinco factores: Mantener limpia la válvula de salida para dejarla “respirar” cuando es preciso; no llenarla demasiado; bajar el fuego; tener precaución al abrirla y darle un buen mantenimiento.
Desde la posguerra a los años 80, España fue una enorme olla a presión que no dejaba respirar, llena de entre 25 y 38 millones de habitantes asfixiados y de la sangre de unos 600.000 muertos; huesos escondidos; caldeada por el fuego de las armas; con un pésimo mantenimiento tanto en lo “político” como en lo social y que se abrió de golpe tras cuarenta añ…
¡BOOM!
Al igual que en el programa de Antena 3, España quedó manchada, sin que nadie se salvara. Por desgracia, el polvo de hadas que algunos creían que les haría escapar de allí, era mucho más fuerte, peligroso y adictivo que la pintura. En los pueblos de bajos recursos de la Galicia de los 80, puedo sentir aún a mi gente cantando entre línea y línea, antes de que yo naciera, aquella canción de Billy Joel:
“He says: ‘Bill, I believe this is killing me/ as a smile ran away from his face/ well, I’m sure that I could be a movie star/ If I could get out of this place“.
(“Él dice: “Bill, creo que esto me está matando/ mientras la sonrisa huye de su cara/ pero estoy seguro de que podría ser una estrella de cine/ si pudiera dejar este lugar”).
Pero he vuelto a divagar. Ese es un efecto de algunas drogas, y también algo que muchos llevamos de base: la capacidad de abstraernos, de acercarnos peligrosamente a un punto de no retorno. Hay quienes nacemos con esa papeleta.
La droga te pica (en muchos casos) el billete.
- Años 90: un rápido vistazo a Wikipedia me escupe los nombres de Laureano Oubiña y Marcial Dorado. El primero me quiere sonar, al segundo, la verdad, lo conozco por los memes en los que aparecía su imagen con Feijoo (al que llegaron a apodar “narcopresidente”) en un yate.
También dice algo de la Operación Nécora, que me ha recordado a una novela juvenil de cuyo título no puedo acordarme que me hicieron leer en la asignatura de gallego en el instituto (creo que fue en 2º de la ESO) y fue unos pocos que no parecía elegido para tratar de que acabara odiando mi segunda lengua materna.
- Años 2000: hacía un tiempo que había sentido la llamada de la literatura y mi madre me apuntó a un taller de escritura en el que yo era la única menor de edad y no entendía algunas de las cosas que mis compañeros escribían. Otras las intuía ligeramente. En cualquier caso, el escritor y (creo que ya por entonces) director de la editorial gallega Galaxia, Francisco Castro, me regaló, al final del curso, un ejemplar de la novela que estaba promocionando en ese momento: Xeración Perdida. Aún la guardo con cariño en una estantería de mi nueva casa, fue una de las pocas novelas que pasó la criba: por temática, contenido y por la dedicatoria, evidentemente.
Pero volvamos a la novela: Xeración Perdida habla de un camello, de un grupo de amigos, de la pérdida y la supervivencia. De lo que se construyó en base a la muert… al asesinato de una generación y de si lo que se ganó merecía un precio tan alto. O puede que esto último lo haya añadido yo. Lo cierto es que lo leí con la inocencia de los 11 años, y hay cosas que es mejor dejar en la memoria. Recordarlas, pero no regodearse en ellas.
Como en toda la obra de Francisco Castro, la música está muy presente. Y, a pesar de su devoción por los Beatles, en estas páginas sonaban los Bee Gees, que yo había escuchado miles de veces sin conocerlos, y comencé a traducir sus letras con ayuda de mi padre y de mi diccionario Collins. El conocer las letras de algunos títulos como Stayin’ Alive o Too Much Heaven hizo que me sumergiera más en la historia de esa generación, y también que mientras escribo este artículo esté cantando a pleno pulmón:
Whether you’re a brother or whether you’re a mother
You’re stayin’ alive, stayin’ alive
Feel the city breakin’ and everybody shakin’
And we’re stayin’ alive, stayin’ alive
Ah, ha, ha, ha, stayin’ alive, stayin’ alive
Ah, ha, ha, ha, stayin’ alive…
- Años 2010: estoy en la universidad. Empiezo a estudiar Matemáticas. No me preguntéis por qué, porque lo que yo quería en realidad era ser dramaturga. No voy mucho por la facultad, pero sí acudo a las clases que me interesan. Tengo una pizarra en la pared de la habitación de la residencia universitaria, en la que escribo demostraciones del teorema del sándwich y el algoritmo del símplex. En una de las habitaciones de mi planta se oyen gritos descontrolados, Y risas. Y juerga. Y vida. Demasiada vida. Too Much Heaven. El mundo me asusta a los 18 años y no salgo de mi habitación. No saldré hasta dos años más tarde, sin título universitario y con un paquete de antidepresivos y ansiolíticos bajo el brazo.
Dicen que la diferencia entre la droga, el veneno y el medicamento es la dosis. Yo iba de drogas legales y recetadas hasta las cejas y no podía pensar en nada, aunque eso tampoco me ayudaba a sentirme mejor. Por fin entiendo lo de las drogas, lo de la generación perdida, lo de las letras de Enrique Urquijo, y de Quique González, y de Sabina. Entiendo cómo funciona el Universo y he hackeado el sentido de la vida.
Por fin entiendo lo de la droga, sí. Y puedo escribir este artículo. Pero yo tampoco estoy segura de si el precio ha sido demasiado alto.
- Años 2020 y 2021: Pandemia. Puta Pandemia.
Escribo un monólogo teatral para mi chica. Pensamos en que ella (actriz de teatro) lo interprete. “El 2020 será nuestro año” nos dijimos entre besos con sabor a uva. “Nada nos frenará”.
2020: Challenge Accepted.
Pero nosotras fuimos de las privilegiadas.
Incomunicación, soledad, ansiedad, depresión, angustia, ralentización del sistema sanitario, precariedad laboral entre los profesionales de la salud, agotamiento general, hartazgo, muertes por diagnóstico tardío de enfermedades que nada tienen que ver con el COVID-19. Son solo algunos de los efectos secundarios de la Pandemia, que tienen un nombre específico, pero ya sabéis: medicamentos mañana y noche, estrés, insomnio, pasados los 30… la memoria se resiente.
Y, de repente… Diciembre. Como diría Café Desvelado. Sin chica, pero con proyectos. Sin grandes cambios (todavía), pero con la terapia adecuada. Jodida pero contenta, como diría Buika.
Espera, espera… ¿No falta algo? Narcosubmarinos, toneladas de cocaína en las rías gallegas, orografía y situación más que idóneas para que la ría de Pontevedra sea el mayor punto de entrada de droga a Europa, por delante del Estrecho de Gibraltar. Fariña. El niño.
De todos modos, yonkis o no, nunca me ha gustado tomar a las personas por idiotas. Quién más y quién menos tiene ordenador con internet o forma de acceder a uno. Y yo he venido aquí a hablar de mi libro.
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