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El conflicto ucraniano: entre hipócritas, autócratas y destellos de cambios… o no

Sobre el conflicto en Ucrania, los medios han creado un marco mental que descalifica hasta lo más personal todo aquello que huela a ruso.

Eran las 6:00 h de la mañana cuando oí la primera noticia en la radio pública en Catalunya (Catalunya Ràdio): Rusia ataca Ucrania. Eran las primeras noticias de un primer acto bélico que los medios generalistas definen como invasión.

Duele ver imágenes de gente huyendo dejando atrás familias, vidas o simplemente, estabilidad mental. Son un drama humano antes que otra cosa los conflictos bélicos. Mi solidaridad con el pueblo ucraniano, en la totalidad, sin discriminaciones.

Por el contrario, los conflictos armados no es que sean solo el más grande fracaso de la política, más bien, son una transformación de la política para dirigirse a nuevos escenarios; más duros, más agresivos, pero todos los actores siguen siendo políticos, también sus actos.

El hecho de que se hable de invasión no parece ser exactamente lo que pretende llevar a cabo el ejército ruso; en eso hay una intención política de la parte rusa, pues las acciones bélicas, fallidas o no, parecen regirse por un objetivo rápido que sacuda de manera violenta el tablero de juego político hacia la parte rusa, para así, como parece que está ocurriendo, los de Putin fuercen a negociar a los ucranianos en igualdad de condiciones y sin actores que distorsionen el panorama (USA, bombardeos en el Donbass, negociaciones interminables que se ventilan en los medios).

También, desde la parte ucraniana se han ido modificando el discurso y la imagen de su gobierno, forzados por las circunstancias, claro está, pues se hablaba inicialmente de contención de la fuerza militar rusa, y ahora el marco comunicativo habla de resistencia, incluso su presidente Zelensky ha conseguido generar una imagen de resistencia y heroísmo cosa que le ha permitido mantenerse como un actor político clave a la hora de solucionar esta contienda.

Lo mejor que puede pasar no es que las sanciones de la comunidad internacional hacia Rusia ahoguen la ex República soviética -hay muchos analistas que creen que las sanciones a Rusia no van a generar graves problemas a Putin tanto como en Irán, Venezuela o Cuba- es que las negociaciones entre rusos y ucranianos fructifiquen y den punto y final a este acto de guerra por parte de ambas partes.

Es muy mala idea banalizar, ridiculizar y criminalizar no solo a Putin sino a cualquier mandatario, por malo que sea, sin tener en cuenta sus capacidades de centrifugar todo aquello que condensa la historia rusa.

Y lo es porque Putin, que no es precisamente un mandatario modélico, ha sabido aglutinar los deseos de un modelo de estatismo capitalista que amalgama por él mismo todos aquellos traumas y todos aquellos sucesos (Guerra Fría, revuelta de Maidán, su animadversión hacia el formalismo occidentalista) en la retina del cuerpo estatalista ruso, aunque no parece verse de la misma manera en la opinión pública.

Es ahí donde se percibe una debilidad inmensa del sistema político ruso, pero eso no quiere decir que su población se disocie ni comparta ciertos marcos mentales. El rechazo al mundo occidental dominado por Estados Unidos es un factor político que moviliza a los rusos, que los diferencia políticamente de lo que llamamos desde Occidente las “democracias liberales”.

A todo esto, sin olvidar el drama civil y el horror de la guerra, los medios generalistas han creado un marco mental sobre el conflicto en Ucrania que descalifica hasta lo más personal todo aquello que huela a ruso. Es lógico, pero también esconde una gran intencionalidad política que solo favorece a los de siempre: el imperio americano.

Sorprende cómo la izquierda, la de verdad no la que solamente anda por donde huele a poder, se muestra ambivalente incluso condescendiente no con el drama humano o con el horror de la guerra, sino que obvia sorprendentemente que todo esto es una partida de dominó donde Estados Unidos sigue siendo un corredor de fondo trascendental, tanto como Rusia, y Ucrania una pura marioneta que también tiene las manos manchadas de sangre; sino que se lo digan a las 12.000 víctimas del conflicto en el Donbass en estos últimos ocho años, con la connivencia de verdaderos grupos armados neonazis ¿Y de dónde salen todas las armas? Para eso hay que mirar a europeos y americanos.

La lucha, el conflicto, tiene como no, un trasfondo de interés económico; la lucha por el control de la venta del gas. Pero como todo conflicto amaga una mochila de casos mal cerrados que dan tanto miedo como el mismo conflicto que estamos viviendo estos días sobre Ucrania.

Rusia ha movido las piezas del escenario internacional para deslegitimar la hipocresía que amaga el irreal mundo occidental, y desacreditar así el mundo de las democracias occidentales que ya es un sistema escandalosamente desigual, injusto y fallido.

Europa envejece y se ha estancado en un Parloteísmo que no tiene más ideología que el de mantener una cierta conllevancia de tipo económica. Y Biden es la viva imagen de todo aquello que no motiva -lo dicen los bajísimos niveles de aceptación pública hacia el nuevo presidente americano-. Y aunque Putin no está en su mejor momento, sabe de las debilidades de la irrealidad occidental (americana).

No es verdad que la democracia sea el modelo único para vivir en libertad, no digo que Rusia o China sean los referentes, ni mucho menos, pero hay que empezar a pensar que la prioridad es conquistar condiciones de igualdad y no imaginar escenarios hipócritas y falsos de libertad que solo conllevan más burocracia, populismo barato y pobreza, en muchos casos extrema.

Y tanto es así que algunos vaticinan una nueva guerra bipolar, una nueva guerra fría. Como si los actos en Siria o Venezuela no sean suficientes pruebas de que el mundo bipolar vuelve, y Ucrania es una partida más.

¡Ah! Y qué decir de la UE… nada…  solo que Josép Borrell y su cuenta de Twitter son los garantes de la diplomacia europea… o sea nada.

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