Los orígenes geoestratégicos del conflicto: la debilidad rusa y la víctima Ucraniana
Hay que tener en cuenta los propios fracasos y debilidades de Rusia que, hasta ahora, son algunos de los aspectos menos conocidos de todo el conflicto. El cierre en falso de la Guerra Fría, con una transición “democrática” más que deficiente, tuvo una serie de consecuencias sociales, políticas y económicas en Rusia: complicó su democratización, favoreció el regreso de una “nueva” autocracia y el surgimiento de un capitalismo neoliberal salvaje.
Un proceso que se inició con Boris Yeltsin y ha culminado con Vladimir Putin. Fue Yeltsin el que, tras el golpe de estado de 1991, creó el marco institucional actual, basado en un Parlamento meramente consultivo, sin poder de decisión (tras la disolución del primer Parlamento ruso democráticamente elegido de su historia y plenamente decisorio), con el beneplácito de Occidente.
En aquellos momentos, Occidente no se escandalizó por ese proceso, porque era una autocracia “amiga”, pro-occidental, aunque fuese un desastre para su pueblo.
Putin llegó al poder en este contexto como un occidentalista, deseoso de seguir la línea de Yeltsin, que lo consideraba el más indicado, entre otras cosas, porque procedía de una institución como el KGB que había sido la menos corrupta del imperio soviético. Y Putin comenzó en esta línea de trabajo.
Sin embargo, sus gestos pro-occidentales a comienzos de los 2000, no sirvieron para nada y fueron considerados meramente como gestos de debilidad.
Sería un esquema en el que se rompería la supremacía rusa de seguridad nacional, que quedaría en una posición secundaria. De ahí que, en 2014, Rusia respondiese a una potencial crisis de exclusión estratégica que la desposeería de su papel de potencia en la región.
Todo esto llevó a la exacerbación de un nacionalismo, fomentado por el sentimiento de potencia derrota y ninguneada; pero también debido a su propio caos interno.
Otro aspecto importante es el papel de la Unión Europea, una UE dirigida por los estadistas más mediocres en materia de estrategia global, desde la Segunda Guerra Mundial: tras la guerra, Europa perdió todas las nociones de influir en el escenario geoestratégico, en beneficio del “amigo americano”.
Esto ha condenado a la UE a jugar un papel de “títere” en el escenario político global, y ha reforzado el papel americano como “protector” de Europa ante el nuevo papel “duro” de Rusia.
En todo este contexto, Ucrania se ha convertido en una víctima propiciatoria, utilizada por otros para dirimir sus rivalidades, aunque ella misma haya contribuido al proceso. La parte occidental de Ucrania ha sido el núcleo del ideal nacionalista ucraniano, mientras que la parte oriental tiene una numerosa población rusófila. Esta pluralidad ha sido empleada, en repetidas ocasiones, por Rusia y la UE para atraerse a Ucrania a su esfera de influencia.
En 2008 la OTAN planteó el ingreso, a propuesta de los Estados Unidos, de Ucrania y Georgia. Los dirigentes europeos que ya sabían que esa ampliación no era vista con buenos ojos por Rusia y que la situación podía ser peligrosa, se opusieron a esos pasos, especialmente Angela Merkel y Nicolas Sarközy. Pero los Estados Unidos usaron todas sus influencias en la UE para presionar a Alemania y Francia.
La confrontación se hizo evidente tras la revolución contra Yanukóvich. La Euromaidan que se produjo en 2014, la revuelta popular contra el gobierno del presidente ucraniano Víktor Yanukóvich, supuso también el enfrentamiento entre pro-europeístas y pro-rusos. Pero fracasó porque no tenía un programa concreto detrás, y se basaba únicamente en el amplio descontento popular existente.
Al final, lo único que consiguió fue tensionar, aún más, las relaciones entre Ucrania y Rusia, y cambiar un gobierno corrupto por otro, sin ninguna reforma estructural, dejando una administración convertida en un juguete de los intereses occidentales.
También en 2018, tras la Cumbre de Helsinki, Rusia volvió a advertir a la OTAN sobre sus planes de expansión en referencia a Georgia y Ucrania, señalando que tendrían consecuencias, ya que consideraba que ambos países debían quedar fuera de la esfera de influencia de la Alianza.
El papel de Estados Unidos
El interés de Estados Unidos en Ucrania ha tenido siempre un marcado carácter geoestratégico. Por un lado, la administración americana ha considerado la región como un factor de disminución de la influencia rusa en la Europa Central y en los Balcanes.
Por otro, Estados Unidos considera que Rusia sigue siendo una gran potencia que puede alterar el sistema de seguridad “común” occidental. De ahí su empeño en apoyar cualquier propuesta que se enfrente a Moscú a la hora de solucionar los problemas de la vida internacional.
Estados Unidos y Rusia se encuentran en abierto conflicto por el control de la Europa oriental. Como en las tradiciones clásicas de la Guerra Fría, en la actualidad se está produciendo la misma confrontación entre Moscú y Washington. En este nuevo contexto, Rusia quiere volver a ejercer su papel como jugador importante, en ascenso, en el escenario internacional y para mantener su hegemonía en el mundo.