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Entre la maternidad y el cargo político

La maternidad es un aspecto fundamental del género femenino, así que no puede ser un obstáculo para su realización profesional.

Dentro del feminismo y la modernidad la maternidad es un concepto en disputa, debido a que las distintas corrientes teóricas han descrito su relación con el patriarcado en dos sentidos: como la base de la opresión de las mujeres o como una alternativa para su emancipación.

Pero al trasladarlo a un punto de la actualidad, es importante hacer hincapié que la maternidad no es un impedimento para que la mujer pueda conquistar diversos espacios, tener una carrera profesional exitosa y especialmente, trazar una trayectoria política.

Aunque esta arista continúa siendo objeto de debate, porque una gran parte de las sociedades promueven dichas ideas y al momento de manifestar su derecho al voto, esto se ve reflejado en los resultados, puesto que “ser madre y política es imposible“.

Mirándolo desde la óptica del principio feminista de que lo personal es político, el reto consiste en politizar la maternidad en sentido emancipador, y cuando las autoras hablan sobre ello, no se trata de idealizar el hecho de ser madre, sino de reconocer su valor social, político y económico, el cual ha sido sistemáticamente negado.

Además de ser marcado como un obstáculo para la realización personal y profesional de las mujeres, al igual que es vista como sujeto sumiso frente a la dominancia que ejerce el hombre al ser “débil o vulnerable“.

Por ello, ser feminista y ser madre es un equilibrio que se puede conseguir, al enfrentar los dilemas que se presentan. Romper el discurso antimaternal y antirreproductivo es necesario, porque este faceta tan esencial de las mujeres debe ser aceptada y no satanizada como el resto de los aspectos que las caracterizan.

En reiterados puntos de la historia, las madres eran consideradas como objetos pasivos, no sujetos activos con capacidad de decisión, ya que también es su cuerpo durante el embarazo, el parto y la lactancia, periodos que conforman parte de la sexualidad.

De aquí que sea tan importante no solo apelar a una maternidad feminista y a un feminismo que incorpore a la maternidad, sino trabajar para conseguir cambios en el mercado de trabajo, los servicios públicos, en la vida familiar.

 

Entre la maternidad y el cargo 

En el escenario político hay un montón de mujeres que ha logrado superar las barreras, triunfar ante los obstáculos, quebrar estereotipos, y una de ellas es Jacinda Ardern, Primera Ministra de Nueva Zelanda, quien llegó al poder con grandes iniciativas y apuestas para el desarrollo de su país.

Para el 21 de junio de 2018, Jacinda Ardern, dio a luz hoy a su primera hija, con lo que se convirtió también en la primera mandataria mundial en casi tres décadas en tener un bebé mientras sigue en el cargo y esto no significó un impedimiento para que tuviese de las mejores gestiones a nivel mundial.

Si bien es un caso que ya transcurrió hace tiempo, sigue teniendo vigencia y siendo tomado como ejemplo al hablar sobre la maternidad y el ejercicio de un cargo público, porque Ardern anunció el embarazo en enero, lo que desató un debate en su país y en el mundo sobre la situación de las madres trabajadoras.

Antes de su elección, en octubre de 2017, un reportero incluso cuestionó a la Primera Ministra sobre si la maternidad podría interferir con su capacidad de gobernar, a lo que ella respondió que era “inaceptable” hacer tal pregunta.

No es necesario llegar hasta Nueva Zelanda para comprobar que maternidad y política están en perpetua discordia, porque basta con analizar las diferentes perspectivas generales que expresan las sociedades de los Estados.

El terror del sector público y privado

¿Cuántas veces no hemos escuchado que una mujer no es ascendida porque “está en edad reproductiva“? Y eso implica que pueda quedar embarazada, lo cual es un “obstáculo” para su máxima capacidad y competitividad en el cargo que vaya a tener, por ello, permanece casi invisibilizada.

Por otro lado, el tener un hijo también es importante para el padre, quien debería tener acceso a una licencia de paternidad. De ahí que, la protección de la maternidad, desde un punto de vista social y laboral, ha tenido un trato muy distinto al de la paternidad frente al derecho, un trato especial que se explica por razones históricas de género.

Mientras que las mujeres embarazadas no prestan servicios y perciben su salario íntegro, conservan su derecho al empleo y su antigüedad. Para los hombres se da una licencia reducida, que impide que ejerzan lo que comúnmente se llama paternidad responsable.

Esta medida, con finalidad proteccionista, ha causado en la práctica, discriminación hacia las mujeres en edad de procrear: los patrones prefieren contratar y ascender a los hombres, para evitar las licencias de maternidad y demás beneficios previstos para las madres trabajadoras.