Por tu corrupción, por tu franquismo, por tu existencia como rey, Juan Carlos
El rey emérito no entiende que deba dar explicaciones. Considerará que sus actuaciones son las propias de un ser superior a la plebe.
Juan Carlos está en Sanxenxo. Y no considera que deba dar explicaciones, de nada. Considerará su majestad que está en un tiempo pasado (me refiero a su figura, no a la monarquía que pertenece a los cuentos de hadas de fantasía medieval), como en cualquier año de los 80.
En ese entonces todo era diferente. Los y las españolas valoraban terriblemente bien a la monarquía y a Juan Carlos. Mitad por miedo al regreso de la dictadura, mitad por ganas irrefrenables de una mayor libertad, se quisieron creer el relato de Juan Carlos terminando con un golpe de estado.
Pero el tiempo pasa. Poca importancia tiene ya su papel en ese momento. Había que ejecutar la orden de Franco y la mayoría social ansiaba república, así que se trazó esa estrategia y se llevó a cabo. Por supuesto que hay dudas sobre el papel del rey emérito en el 23F.
Unas dudas que crecen cada vez que los principales partidos del Régimen del 78, PP y PSOE, votan en el congreso contra las peticiones de desclasificar los documentos que lo revelan. No hace falta: la diplomacia alemana, partícipe de aquella jugada que favoreció la transición lo reveló hace lustros.
Juan Carlos se ha encargado por sí mismo de romper ese relato. Ha estado involucrado en tramas de corrupción que lo han enriquecido en base a cometer delitos fiscales. Los Padres de la Constitución se encargaron de protegerlo para que fuera inviolable.
Las campañas mediáticas que unen a los medios de comunicación del Régimen del 78, revelando que sus posiciones progresistas fingidas son una estrategia para que el voto rupturista quede en los cauces del sistema neoliberal representado en su progresismo por el PSOE, ya no funcionan.
Antes esos negocios eran buenos porque Juan Carlos los hacía por España. La confianza depositada en él por el relato del 23F evitaba preguntas sobre la cantidad de dinero que se movía, los bolsillos a los que iban y en qué se invertía. Que no cambiase la realidad cotidiana de la mayoría social no era problema.
Ahora se sabe que ha incurrido en cinco delitos fiscales, e incluso podría haber cometido cohecho y blanqueamiento. Pero los Padres de la Constitución se encargaron de entregarnos una democracia rota: nuestro jefe de estado ni se presentaría a elecciones periódicas, como la dictadura franquista que lo parió, y tampoco respondería por sus crímenes.
Quizá si la precariedad no hubiera invadido nuestras vidas y el COVID-19 no hubiera puesto de manifiesto que nuestra sanidad pública está en sus momentos más bajos por el continuo proceso de privatización, no nos hubiera importado tanto.
Pero ahora nos importa y nos preguntamos el sentido de una monarquía en 2022. Por eso la Casa Real lo exilió y ni aún así la monarquía deja de caer y la república de crecer. Porque el halo de borbonismo clásico hiede en Felipe VI, que comete el mismo error: existir como rey.
Lo peor (para la monarquía) es que Juan Carlos ha regresado y lo hace en su versión más hardcore, con la chulería que da la impunidad, sin haber entendido ni su posición actual ni que no debería estar aquí, y que su familia pretende seguir viviendo de un cuento que cada vez se lee menos.
Ojalá se quede en España lo máximo posible, la república no tiene mejor aliado.