La unión de las izquierdas es perentoria
Las izquierdas deben aprender a cambiar sus formas de actuar a partir del análisis histórico de sus procesos electorales.
Los cuarteles generales de la izquierda ya habrán hecho los análisis pertinentes del fracaso en las elecciones legislativas andaluzas. La extrema izquierda, al no haber alcanzado desde 1977 ningún puesto institucional, habrá hecho un copia y pega del primer informe que hicieran la ORT o la LCR en aquellas fechas.
Son bastantes los votantes de la izquierda que no comprenden cómo, elección tras elección, siempre es la fuerza menos votada.
Harían bien en indagar por qué los países capitalistas fueron consintiendo el voto a los obreros. Pero la dirigencia de los partidos de los trabajadores debería disponer de suficiente valentía política como para explicar sin rodeos por qué sucede este sinsentido eternamente.
El estudio del motivo por el que un votante opta por una determinada opción; no ha escapado a las universidades anglosajonas.
Y como en toda ciencia social, hay casi tantas explicaciones como universidades se han dedicado al estudio. Es decir, que asesores que estén al tanto de estas tendencias explicativas tendrán los dirigentes de los partidos de los trabajadores, pero conocer las causas no asegura la victoria en unas elecciones.
Recordemos que se trata de una ciencia social, además de que la pretensión de esos estudios no es dar la clave del éxito a toda formación política. Lo mismo que estudiar Economía no convierte en exitosos empresarios a sus licenciados o en indiscutibles líderes políticos a los licenciados en Ciencias Políticas.
Así que los dirigentes de la izquierda no tendrán más remedio que analizar, una vez más, las causas de su derrota electoral. Ciertamente que lo tienen difícil.
Cuentan con algunas certezas: la oligarquía y sus capataces recogemigajas jamás votarán izquierda, creen sin dudar un ápice en la lucha de clases; la derecha posee un electorado fiel, entre ellos trabajadores, por encima de latrocinios y corruptelas, su odio a la izquierda nubla su razón.
Los votantes progresistas, aunque menos que los de derechas, también son fieles al PSOE, por encima de engaños, latrocinios y corruptelas, se sienten en la virtuosidad política, odian a la derecha tanto como desprecian el comunismo.
Los autollamados apolíticos, los que cambian su voto de derecha a progresismo, y viceversa, en casi cada elección como castigo al mal hacer gubernamental de turno; nunca se decantan por el temido comunismo, consienten el latrocinio y la corruptela.
Pero las cúpulas izquierdistas manejan un dato nada despreciable, la abstención. Ciertamente, es un electorado heterogéneo, aunque parece aceptado que es mayoritario el grupo de gente de izquierdas.
Es a ellos, y a los trabajadores progresistas, a los que hay que explicar con valentía por qué se está en un gobierno de coalición con el PSOE; las medidas sociales tomadas desde el primer trimestre de gobierno para contrarrestar la pobreza que habría acarreado la pandemia; de no haber roto la coalición en momentos en los que todos deseábamos que hubieran dado un golpe en la mesa y decir que por ese acto miserable no pasaban; y, sobre todo, no dejar de recordar que el enemigo a batir es poderoso y criminal.
La dirigencia debe ilusionar a su militancia, una ilusión contagiosa al resto de la clase obrera; coger músculo en la toma de la calle reivindicando los derechos perdidos, recuperar los cánticos y consignas del movimiento obrero.
Claro que no es tarea sencilla, tal vez en julio se inicie un proceso de recuperación del espacio de la izquierda, puede que sea el último cartucho. Desde la derecha y el progresismo ya están intentando neutralizarlo, desde la vanguardia infantil ya lo están ridiculizando.
Hay que conseguir un frente común de toda la izquierda para impedir que se vuelva a afianzar el bipartidismo de la segunda restauración borbónica.