Soberanía, Melilla y el poder que esconde el poder
La situación ocurrida en Melilla sigue mostrando la verdadera cara del poder, donde aparece en medio el papel del Estado.
“Las instituciones multilaterales sufren una fuerte contestación que implica tanto el nivel internacional como el doméstico. En lógica intermestic (international-domestic), estamos viviendo una reacción contra la transferencia de la autoridad política a instituciones que están más allá del Estado soberano”. Párrafo del artículo de la catedrática Esther Barbé en Relaciones Internacionales por la UAB (Universitat Autònoma de Barcelona)-IBEI (Institut Barcelona d’EstudisInternacionals) para la revista La Maleta de Portbou.
Barbé, explicaba en este artículo, de las nuevas soberanías y de la erosión que suponen la emergencia de esas nuevas soberanías; muchas de las cuales surgen en los límites de la democracia representativa, o lo que más tememos, que solo sean ejercicios prácticos para acabar de erosionar a estas mismas.
Está claro que los cuarenta muertos en Melilla que no tienen ni nombre ni rostros, son un ejemplo de esa erupción de ese nuevo concepto de la vieja soberanía nacional. Nadie sabe nada, los cadáveres ya están enterrados y los mandatarios se niegan a condenar ese crimen brutal por un solo motivo; mirar atrás es parecer débil.
No es baladí pensar en todo lo que ha sucedido en Melilla desde otro punto de vista puesto que con la fórmula tradicional de “asunción de responsabilidades” nada tiene lógica.
Es miserable, ruin e hipócrita dar la cara de esa manera por parte de las autoridades marroquís y españolas con los cadáveres ahí expuestos y cavando hoyos a destajo para que no rezume a crimen; pero se lo pueden permitir, es así de duro.
A Marruecos un caso como el de Melilla no le molesta ni le conviene, simplemente, hace caso omiso y deja a la suerte el resto de sucesos; el silencio desde el conocimiento de la autoría es un arma cargada de autoritarismo.
Y en España nada se mide igual que en el país magrebí. Aquí lo que importa es el relato y el salir bien o mal parado de la situación, si se juega bien la partida de dar la cara con “seriedad y soberbia”, todo puede ir bien a la larga.
No nos engañemos, esta práctica de mirar hacia otro lado en algunos sucesos cometidos por el Estado, en España, han sido un bonus de vida para los gobernantes (caso Prestige) o un mal mayor (caída de Aznar con el atentado del 11-M).
Ciertamente, la guerra ruso-ucraniana nos ha metido de lleno en la era de las luchas híbridas. En ellas todo es real y nada es real, hay que encontrar el gazapo. Y esas guerras híbridas se desarrollan indistintamente en contiendas bélicas como en espacios al límite de lo que aquí llamamos Occidente.
Melilla, como los refugiados en las islas griegas, son laboratorios donde se impostan esos espacios conceptualmente de guerra; pues coinciden los relatos entre estos modelos con los creados en conflictos como el ucraniano, el yemení o el sirio: hay un amigo aliado y un enemigo acérrimo, se usa una defensa imperativa de la soberanía nacional bajo cualquier forma de uso de la fuerza y la opinión pública no como un objetivo sino como un posible aliado al cual hay que manipular.
Es un nuevo paradigma que no conduce a nada, solo a la afirmación de la soberanía de los Estados. Es un espacio atemporal vacío de contenido, mentiroso en sus motivos reales pero que conviene a los sistemas políticos modernos como respuesta a su debilidad frente a la imposición del modelo de globalización neoliberal.
Y es que así como la Primera Guerra Mundial acabó con la creación de lo que son las fronteras de la Europa de los Estados actuales -recomiendo la lectura del último libro del desaparecido Josep Fontana, “Capitalismo y democracia”– y la Segunda Guerra Mundial abrió las puertas a la consolidación de las democracias liberales y el sistema capitalista de corte americano, ahora, no se vislumbra ningún objetivo más que el de mantener el poder de los Estados aunque sea en el último rincón del mundo.
En el fondo de la cuestión, la lucha por la soberanía alejada del poder central quizá busca erosionar aún más los viejos sistemas políticos.
No es coincidencia que policías, jueces, militares y unos cuantos representantes ultraderechistas icen la bandera nacional en esos lugares como Melilla, puesto que ahí pueden campar a sus anchas; será todo eso casposo, pero para nada es gratuito lo que sucede en Melilla, en Grecia, en México o en Italia; es desvirtuar al poder constituido ejercitando un poder más contundente y visible lo que erosiona a estos sistemas políticos como el español.
¿Recordáis Perejil?, fanfarronismo español del bueno, ¿verdad?. Pues eso era un ejercicio práctico de soberanía que sirvió para tocar tambores de guerra, en este caso, para la guerra de Irak.
Dicho esto, la respuesta es frágil, sesgada y demasiado a la contra por parte de partidos o entidades humanitarias contrarias a lo cometido por la policía española y marroquí.
Y es así porque se delega en algunos actores (ONG’s y activistas humanitarios) la suerte de contiendas donde lo que realmente se pretende es ejercer poder y no solo ayuda y comprensión humanitaria.
Hay un rol político en todo eso y por ese motivo cabe pensar en nuevas formas de organización y movilización más allá de partidos y democracias.
No es la solidaridad el objetivo de lo que definiría estas nuevas expresiones políticas, es la asunción y la legitimación de nuevos roles de poder lo que se debería abordar.
El desarrollo tecnológico y la praxis son los medios, pensados en términos de justicia social si se quiere; no cabe pensar en ideologizarlo todo ni en darle a todo una representatividad, es necesario legitimar nuevos actores para ejercer poder y consecuentemente crear entidades internacionales que graben los movimientos fiscales y de capital en cualquier rincón del mundo, que cree sujetos capaces de generar derechos en cualquier lugar sin la necesidad de mover maquinarias viejas como son las democracias, que busque generar elementos de justicia global capaces de ir ahí donde sea necesario.
Con todo eso la soberanía de los Estados es un valor fundamental. Lo es porque es un poder válido, útil. El problema yace en ser consciente de cómo se ejerce ese poder y si se quiere jugar todas las partidas de este, ahí donde sea, lo importante es el fondo y no solo las formas.