¿Qué es libertad?: libertinaje de expresión para el fascismo no lo es
Contrario a lo que se piensa desde el paradigma liberal de la libertad (sobre todo la de expresión), permitir y facilitar el desarrollo de una maquinaria de propaganda al servicio del odio, es contradictorio con esta.
El fascismo no admite opinión. Al contrario, en especial, el fascismo de derecha barre con todo los rastros del adversario, es una especie de pared para la expresión de la mayoría.
Por ello, en el entorno que crea el neoliberalismo, donde todo es admisible sin ningún control, el fascismo de derecha acaba por imponerse utilizando mecanismos de violencia muy sutiles y eficaces.
Todos acaban coreando a los poderosos pensando que lo hacen por gusto propio, y hay que decirlo; se trata de uno de los dramas más terribles de la actualidad, donde las redes sociales uniforman comportamientos trabajándolos individualmente por medio de los algoritmos.
La libertad no es igual para todos: Informe Sean Mac Bride
Desde 1980, se viene advirtiendo sobre las severas desigualdades que cubren al mundo de las comunicaciones y cómo la concentración en pocos de la capacidad de muchos; se traducía en una verdadera dictadura de los medios masivos.
“La libertad de expresión no puede reducirse a la libertad del mercado informativo”, detalla el informe Mac Bride, avalado por la Organización de Naciones Unidas bajo el lema: “Un solo mundo, voces múltiples”.
Una de las estrategias que propuso el informe Mac Bride, era una mayor intervención estatal en el sistema comunicativo internacional para que las potencias con más poder dejaran de intervenir en las naciones del Sur, pertenecientes al denominado “tercer mundo”.
Por supuesto, actualmente cualquier forma de intervención que, inclusive, medie a la participación de la ciudadanía organizada no solo no sucede, sino que es satanizada por completo, quizás peor que en la Guerra Fría.
Ni hablar de quienes pueden posicionar su versión de los hechos. El fascismo de derecha creó fenómenos como el fake news para justificar abominaciones, sobre todo, desde que a partir del 11 de septiembre de 2001, la guerra preventiva llegara a la palestra para jamás retirarse.
El caso de Libia
Como ya hemos visto, la libertad de expresión no opera en favor de todos, pues no estamos en las mismas condiciones para hacer uso de aquello que media entre lo que pensamos, lo que decimos, y lo que otros advierten de lo que logramos decir.
Un caso emblemático fue el antecedente más pesado de fake news orquestado desde EE.UU. contra Libia en el año 2011.
“La jornada de la ira”, fue el título que los medios internacionales le dieron a unas supuestas manifestaciones que habrían comenzado en Bengazi, y se extendieron hasta llegar a una plaza central de Trípoli; desembocando en la caída del entonces presidente Muammar Gadafi, quien terminó siendo degollado en vivo y directo, con transmisión de todos.
Los detalles
Quienes tienen el poder de imponer su relato, y sirvieron de plataforma para la intervención de la OTAN en Libia, tuvieron que acudir a diversos métodos para poder “redondear una matriz que facilitara la aceptación de un hecho tan atroz como el asesinato público de un presidente”.
Libia fue noticia hasta que mataron a Gadafi. Luego los grandes medios han cubierto lateralmente las consecuencias de una maniobra dantesca de injerencia internacional liderizada por EE.UU. y reconocida por su entonces Secretaria de Estado, Hillary Clinton.
“We came, we saw, he died”, (llegamos, vimos, él murió), declaró Clinton en una entrevista de la cual no se habló tanto.
Pero ello no interesa, Libia se mantiene en conflicto entre tribus que reconocían en Gadafi un liderazgo unitario. Hoy por hoy, es realmente un país en guerra y empobrecido, gracias a los servicios informativos de la propaganda fascista.
Un caso reciente, Bolivia
Bolivia, un país que resurgió con el ascenso al poder de Evo Morales y el instrumento político denominado Movimiento Al Socialismo (MAS), ha tenido en la propaganda fascista de derecha y en la manipulación de la llamada “libertad de expresión”, una amenaza casi mortal.
En 2019 se produjo el episodio más dramático donde decenas de bolivianos murieron, un presidente salió ilegalmente y una senadora se auto juramentó presidenta. Pero no fue el único, y sigue sin serlo.
La libertad de expresión, o libertinaje, soporta una plataforma que exprime el odio racista subyacente en las capas altas de la sociedad boliviana, donde la mayoría social es indígena, pero donde siempre mandaron los extranjeros.
El relato que explotan los medios en Bolivia es el de que la mayoría indígena es incapaz para gobernar, y además delincuente, bien por estar atada al narcotráfico, o por querer “robar” lo que consideran las élites es exclusivamente suyo.
No importa que los hechos desmientan toda esa versión, Bolivia es actualmente el país con menor inflación de América Latina. Su crecimiento económico es envidiable, y las empresas públicas, que sacan provecho de los recursos de todos; generan ganancias que se traducen en inversión pública, logrando un círculo virtuoso en favor de la mayoría.
Esos hechos siguen tratando de ser desvirtuados, bajo la mampara de la libertad de expresión, que es más bien una especie de licencia total para expandir el odio.