Activismo femenino: los rostros de los pueblos indígenas
Las mujeres indígenas hacen una impresionante labor con su activismo y marcan la agenda para lograr resultados en favor de la sociedad.
El activismo femenino es cada vez más visibilizado debido a los constantes esfuerzos que se hacen para conseguir acciones en función a objetivos y exigencias para el desarrollo de las sociedades. Pero en esta oportunidad, nos enfocaremos en las figuras de mujeres indígenas que han salido de sus comunidades para alzar sus voces.
Muchas de ellas perdieron la vida, ya que a otros grupos no les convenía que continuaran haciendo presión para lograr resultados para el beneficio de la sustentabilidad ambiental, la protección de los ecosistemas y la optimización de los recursos.
Pero nadie podrá manchar u olvidar el legado que construyeron para la nueva generación de activistas que se está levantando, luchando por la igualdad e inclusión, sin importar la raza, la etnia, la religión y ese tipo de aspectos que pueden dividirnos.
Bertha Cáceres, del pueblo lenca
Cáceres inspiró a muchas personas a sumarse al activismo ambiental, ya que era una feminista, ecologista, defensora de los pueblos indígenas y guardiana del Río Blanco en Honduras, de donde pertenece el pueblo lenca.
Todas sus labores le hicieron ganar, en 2015, el Premio Medioambiental Goldman por la lucha que lideró junto al Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras para detener los planes de una compañía poderosa de construir una hidroeléctrica en el territorio del pueblo lenca, que lo afectaría completamente.
En su discurso, Bertha dijo unas palabras emblemáticas e inolvidables: “Construyamos entonces sociedades capaces de coexistir de manera justa, digna y por la vida. Juntémonos y sigamos con esperanza defendiendo y cuidando la sangre de la tierra y los espíritus“.
Leydy Pech, del pueblo maya
Leydy Pech es una apicultora perteneciente al pueblo maya que lucha por la preservación de la abeja Melipona beecheii, que es la abeja sagrada para su comunidad, ya que dicho insecto se encarga de la polinización de los bosques que alimentan los pueblos. Su miel, cera y propóleo son conocidos por sus propiedades curativas.
Las abejas, o xunan kab, como las conocen en las comunidades mayas, han compartido territorio con ellos por más de 3000 años, por lo que son consideradas ancestros que forman parte de su cosmovisión y su vida cotidiana. Para los mayas, las abejas son seres muy importantes para el equilibrio de la vida, y se han realizado ceremonias para honrarlas desde tiempos prehispánicos.
Yasnaya Aguilar Gil, del pueblo mixe (ayuujk)
Yasnaya es una mujer que impulsa un patrimonio de la humanidad: las lenguas indígenas, protegiéndolas de su extinción, ya que al menos en México, se hablan sesenta y ocho diferentes idiomas indígenas, cada uno con sus propias variaciones lingüísticas.
Ella es originaria de Ayutla Mixe, en Sierra Norte de Oaxaca, México, y es hablante del idioma ayuujk (mixe). De ahí que, a través de su desempeño como escritora, traductora y activista que se dedica al estudio y la difusión de la diversidad lingüística, así como de las lenguas indígenas en México en riesgo de desaparecer, ha ido transmitiendo esa conciencia con respecto a la preservación de la identidad y la cultura.
El activismo lingüístico y digital de Aguilar Gil ha ayudado a que se empiecen conversaciones en torno a la importancia de proteger las lenguas indígenas. Por ello, es que en el 2019, cuando las Naciones Unidas reconocieron el Año Internacional de las Lenguas Indígenas, ella dio un discurso en el Congreso de la Unión en México donde habló sobre la necesidad de actuar pronto.
Rigoberta Menchú, del pueblo maya quiché
Esta mujer nacida en una comunidad maya quiché, es una importante activista en las luchas reivindicativas de los pueblos indígenas guatemaltecos. Además de ser embajadora de buena voluntad de la UNESCO, ganó el Premio Nobel de la Paz en 1992, convirtiéndola en una de las primeras en comenzar esa línea de acción.
Aunque muchos desconocen sus orígenes, varios miembros de su familia, incluida su madre, fueron torturados y asesinados por los militares o por los “escuadrones de la muerte”.
El 31 de enero de 1980, su padre Vicente, quien también fue activista en pro de los derechos de su pueblo, fue una de las treinta y siete víctimas en la masacre de la Embajada española de Guatemala, donde la Policía Nacional quemó vivos a los activistas con fósforo blanco.