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Cuestión de desigualdad: la pobreza menstrual

La pobreza menstrual es una problemática que debería ser atendida como prioridad. Sin embargo, los países mantienen el llamado impuesto rosa.

Cada vez son más las brechas que se están cerrando en relación a la desigualdad de género. Sin embargo, no se puede pasar por alto un gran problema que persiste en la actualidad: la pobreza menstrual.

Este tema fue mencionado en alguna de las entradas anteriores. Concretamente, cuando se hablaba sobre la virginidad como constructo social y los mitos que envuelven a algo tan natural como es la menstruación.

De ahí que, es bastante necesario ponerlo sobre la mesa y comprender lo perjudicial que es esta situación, no solo para las mujeres, sino también para todas las sociedades en las que se ven afectadas al no poder satisfacer sus necesidades básicas.

A nivel mundial, 2,3 millones de personas viven sin servicios básicos de saneamiento. En los países en desarrollo, solo el 27% de las personas tienen instalaciones adecuadas para lavarse las manos en sus hogares, según datos de UNICEF.

Es así como se ha fijado un objetivo: que las mujeres puedan manejar sus períodos de manera segura y con dignidad. Esto implica acceder a todos los recursos necesarios para atenderlas.

¿Qué es la pobreza menstrual?

La pobreza menstrual es la falta de acceso a productos de higiene sanitaria por problemas económicos. Sin embargo, este concepto fue evolucionando, al añadirse otras aristas.

Se refiere al hecho de que las mujeres no pueden adquirir productos para la menstruación, entiéndase compresas, tampones, medicamentos, y también incluye si tiene acceso o no a los servicios básicos.

Varios estudios realizados por UNICEF y Amnistía Internacional, entre otros, demostraron que hay una relación entre la pobreza menstrual y factores que no dependen de las limitaciones financieras de la familia, es decir, que estos pueden variar.

Porque al hablar de la falta de acceso al agua potable, puede no contarse con una infraestructura sanitaria adecuada o incluso a información veraz sobre la regla, dificultando aún más el proceso.

Al menos en la Unión Europea (UE), una de cada cinco mujeres no puede permitirse comprar los productos menstruales básicos, según los datos publicados por el movimiento ecologista Break Free From Plastic.

Por otro lado, un estudio de la UNFPA en África, demostró que varias adolescentes en edad escolar se han visto obligadas a tener sexo transaccional por un paquete de compresas sanitarias.

Al no poder acceder a toallas sanitarias, tampones o copas menstruales, se agrava la salud de millones de mujeres que no cuentan con los recursos para adquirirlos, y terminan usando insumos antihigiénicos.

Por supuesto, esto puede provocar consecuencias muy nocivas para la salud. Hablamos de posibles infecciones por hongos o bacterias. Pues, debido a la retención de humedad por no poder cambiar las toallas sanitarias con frecuencia, se genera humedad y acelera el crecimiento de microorganismos nocivos. Con ello se altera el Ph de la región vaginal y la microflora, o bien se generan infecciones en el tracto urinario que muchas veces terminan en complicaciones graves.

La “tasa rosa”

El problema de la pobreza menstrual está muy vinculada con la desigualdad de género. Es debido al exuberante costo de los productos para la higiene menstrual, pues la mayoría de los países cuentan con este impuesto.

En América Latina, el costo de un paquete de diez toallas higiénicas equivale a dos libras de frijoles o a un almuerzo común. Concretamente en Venezuela, el paquete puede tener un precio de 3 dólares, que es un cuarto de lo que cuesta un kilo de carne.

Por ello es que es tan importante la eliminación de la “tasa rosa” —en España es del 10%— de los productos de higiene femenina. Ello permitiría combatir el problema con otras medidas, como políticas públicas que incluyan el reparto gratuito de productos higiénicos y la construcción de instalaciones sanitarias apropiadas.

Mujeres privadas de libertad

En el caso de las mujeres cumpliendo condenas en la cárcel o en espera de juicio, suele ser más complejo. En las cárceles femeninas estatales y condales de Estados Unidos, no se reparten tampones, compresas o bragas menstruales, como sí sucede en los centros de detención federales desde el 2017.

Por tanto, se delega a familiares de las presas que compren estos productos y se los lleven. El problema es que puede haber situaciones en las que no los reciben, dando pie al reciclaje de compresas y tampones dentro de las cárceles.

Esta práctica incrementó los casos de infecciones vaginales, llegando incluso al diagnóstico del síndrome del shock tóxico por usar papel higiénico como un tampón casero improvisado.

El mundo frente a la pobreza menstrual

Escocia es el primer país del mundo en aprobar la gratuidad para los productos de higiene íntima femenina, en la que las mujeres, jóvenes, adolescentes y niñas, puedan obtener estos insumos sin ningún coste.

Mientras que, en el resto del mundo, el 40% de la población no tiene acceso a una infraestructura sanitaria con conexión a agua limpia, ni tampoco puede comprar los productos.

Superar la pobreza menstrual es un reto del presente. Lo positivo es que ya hay iniciativas en marcha para luchar contra el desconocimiento respecto a la higiene femenina. Estas son cruciales para alcanzar la igualdad.