Semana de la hipocresía occidental y papá Biden
De la Tercera Guerra Mundial a la diarrea mental, se transita llamando a papá Biden.
Se nos atragantaba la cena cuando nosotros, “hombres blancos europeítos”, veíamos aparecer delante de nuestras pantallas planas, bien calentitos y sin calefacción gracias a los efectos del cambio climático, el espectro de la muerte y la destrucción: Rusia había atacado a Polonia. El muro del norte había caído, la delgada línea entre nosotros y el horror en forma de señores de edad avanzadita, blancos como el más digno caminante blanco y con olor a vodka ya están aquí, o eso pensábamos…
El misil
Resulta que, de repente, un misil mata a dos ciudadanos polacos y se arma la de Dios. Todos los comensales en esta gran cena llena de cuervos celebrada en Ucrania se levantan, cogen sus móviles 5G y llaman a papá Biden para calmar su pesar o su miedo a que se líe una que no se la esperaban.
Los polacos, lógicamente cabreados, apuntan a Putin con lo que tienen a mano: palillos de madera fabricados en China. Los ucranianos señalan a Putin con sus sables que se guardaban en la entrepierna fabricados en USA.
Y los europeos, ¡ay, los europeos!, se retiran a un reservado con pantallas y ordenadores también de origen chino. Desde ahí llaman a papá Biden, que les asegura que se mirará el tema con detenimiento. Los europeos se preocupan aún más. Esa misma frase la han escuchado de los norteamericanos infinitas veces y sin resultado alguno, con una fecha que recuerdan en su más profundo pesar. Ese día D cuando pidieron explicaciones “por canales diplomáticos” por lo ocurrido en Hiroshima y Nagasaki, y les soltaron un “estamos trabajando en ello, debemos corroborar nuestra posición en la zona”.
Papá Biden
¡Total! Que papá hace la llamada…y papá se duerme. Está cansado hoy. Ha trabajado mucho subiendo y bajando las escaleras de madera que le ayudan a acercarse a la cama donde durmieron Lincoln, Kennedy, Jackson y…Trump. Silencio en el mundo, el mundo acojonado.
Al día siguiente, papá Biden se levanta, se toma sus pastillas dispuestas en orden de colores, puesto que papá ya solo recuerda contar hasta diez y se toma quince pastillas. Doce de las cuales son pastillas fabricadas en China, el resto son medicinas a base de manzanilla elaboradas por su sobrina Collie.
Entonces, llega el momento esperado. Los norteamericanos, de boca de papá, certifican que el misil que ha matado a dos polacos es de origen ucraniano. En todas las esquinas de este mundo, el occidental, el único, el importante, rechinan los suspiros de sus habitantes. Por su parte, Borrell toma la decisión de comprar unos nunchakus para guardar en su cajón derecho de su despacho, junto con su vapeador y su cámara de fotos que usa para solemnizar “sus buenos momentos”.
La “ardua” labor de papá
Y en su retiro matutino para tomar sus Kellogg’s bajos en azúcar, pero eso sí con mucha miel, papá Biden piensa: ¡Joder!, he salvado el mundo solo con un whatsapp, y eso que me he retrasado un poco, pues me he equivocado y en vez de al primer ministro polaco le he mandado el mensaje a mi sobrina Collie.
Y me ha salido todo como muy gratuito. Nadie se ha dado cuenta de que me he pasado por el forro de los “parpados” el protocolo de la OTAN -por cierto, tengo que responder las 256 llamadas de Stoltenberg-, he obviado a los histéricos de los polacos y a los ucranianos -tengo que recordar mandarle un palé de nubes de azúcar a Zelensky que sé que les gustan mucho, a ver si así se calma y entiende que esto no es la Casa del Dragón-, y por más “inri” he quedado como el bueno de la película, ya que la gente se cree que he desempeñado un arduo y eficaz trabajo con los rusos. Y yo el ruso como no lo hablo y mi traductor está de baja por maternidad, lo hemos solucionado a la antigua usanza, vía llamada telefónica con la ayuda de una teleoperadora de origen kazajo, aunque no sé si era Putin mi interlocutor o un chino. No sé, no recuerdo.
PD: por cierto, que los dos fallecidos DEP.