La maternidad como desafío al sistema capitalista patriarcal
Según datos del INE, en España las mujeres tenemos nuestro primer hijo más allá de los 32 años, la edad más avanzada de toda Europa. De la misma forma, España es el país en el que la diferencia entre los hijos que se desean y los que realmente se tienen es más elevada, siendo la media de 1,31 bebés por mujer. También es importante destacar que, hoy en día, las madres de 40 años superan en números absolutos a las madres de 25.
¿Es España una sociedad hostil a la maternidad? Bajo mi experiencia personal, sin lugar a dudas, sí.
Ser feminista y madre: historia de una contradicción interna
Mi abuela crió a mi padre con apego, practicando el colecho y amamantándole hasta cumplidos los seis o siete años; mi madre, en cambio, no quiso darnos el pecho ni a mi hermana ni a mí; y yo, por mi parte, he reducido mi jornada laboral y los he amamantado hasta bien pasados los dos años.
Bajo la imagen de unos simples recuerdos de familia, esta breve descripción refleja el desarrollo de unos parámetros y de una forma de vivir la maternidad diferente a lo largo de distintas décadas del siglo XX. Tres generaciones y tres vivencias diferentes de la maternidad y la lactancia, adaptadas a la época que nos tocó vivir, pero con un denominador común: el yugo capitalista y patriarcal.
Mi abuela, nacida en los años veinte, cumplió con su papel de madre abnegada ideado por el patriarcado. Fue la imagen de una maternidad sumisa, una mujer invisible socialmente, relegada a la esfera privada, sacrificada y supeditada al hombre que trabajaba fuera del hogar.
Mi madre, nacida en los 40, mantuvo una relación tensa con la maternidad, quizás haciendo una falsa equivalencia entre la “institución maternal” con la “experiencia materna” que señalaba Adrienne Rich. Su rechazo al modelo patriarcal de abnegación asimilado a la crianza derivó en cierta negación de acciones mal entendidas como propias de una maternidad dependiente: lactancia materna, conciliación… Una contradicción entre sus deseos de ser madre y la independencia social y económica que su generación estaba empezando a conquistar.
Yo, mujer de izquierdas, feminista y nacida en los 70, reivindico la crianza con apego como un desafío al sistema capitalista que subordina toda nuestra vida al mercado. Deseo destinar parte de mi vida a la crianza, desvinculándome en parte o totalmente del mercado laboral, huyendo de una visión neoliberal de la maternidad que me insta a ser una superwoman: madre todoterreno que cumple con las expectativas patriarcales mientras triunfa laboralmente en horarios interminables -y todo ello sin quejarse, como en el último anuncio de El Corte Inglés-.
“¿Una excedencia? ¿Ahora que podrías ser directora? ¿Y tú te denominas feminista?”.
Sí, exacto. Soy feminista. Y quiero cuidar de mis hijos. Y disfrutarlos. La maternidad es un obstáculo dentro de este sistema neoliberal que magnifica a una minoría de mujeres que rompen techos de cristal sin prestar atención a una mayoría que -desde abajo- recogen los restos. Sin lugar a dudas, la clase social de las madres determina cómo de libre puede llegar a ser su maternidad, existiendo un claro sesgo de clase en cuanto a conciliación.
La precarización del mercado laboral conduce a muchos jóvenes a aplazar la maternidad hasta límites exagerados; la falta de conciliación y los horarios poco amables hacen imposible una maternidad en la que no exista una contradicción entre el compromiso laboral y el compromiso de la crianza.
Hacia una maternidad social
¿Existe una solución que ponga fin a esta contradicción? En un mundo organizado entorno a la vida empresarial, ser madre sigue siendo un sacrificio personal en el que no está implicado el colectivo: el contexto social y laboral actual no está adaptado a las necesidades de la crianza. La maternidad debe ser socializada, implicando a la comunidad, y no quedarse solo en el ámbito individual e invisible de las madres.
Una vez las mujeres hemos ganado la batalla de la maternidad como destino, tenemos que librar la siguiente lucha: que tener hijos pase de la esfera privada a la colectiva, conseguir una maternidad feminista, compartida con toda la sociedad.
La maternidad debe ser una responsabilidad colectiva, rompiendo con la lógica capitalista que prima por encima de todo la producción y se olvida de un sistema basado en los cuidados. Hemos de ocupar los espacios públicos, haciendo visible la maternidad, y para ello es necesario contar con unos servicios públicos de calidad, políticas de conciliación efectivas y unos poderes que primen los cuidados por encima de la producción capitalista. La vivencia de la maternidad es tan diversa como madres existen; no dejemos que el patriarcado y el capitalismo nos sigan imponiendo su modelo.