En el texto anterior estuvimos abordando las expresiones de violencia cotidiana hacia la mujer denominadas “micromachismos”; acciones que pasan desapercibidas pero que van impactando en la persona víctima de las mismas afectando el plano psicológico, y que son parte de la cultura impuesta por el sistema patriarcal.
Los micromachismos, según el terapeuta argentino Bodino, se clasifican en cuatro tipos: utilitarios, encubiertos, de crisis y coercitivos.
Esta vez, estaremos abordando los micromachismos coercitivos, una forma de control en la cual, a través de la propiedad u otras formas del poder que es ejercido contra la pareja como forma de presión sobre su autonomía, se intenta imponer la obediencia y dependencia como base de la relación.
Sus manifestaciones son diversas: el control del dinero, mediante la cual se sostiene la idea de que la base económica pertenece exclusivamente al hombre, y se expresa de maneras particulares: falta de información sobre los usos del dinero, control excesivo de los gastos de la pareja, retención del recurso material.
Por otra parte, los micromachismos coercitivos se expresan a través de la sobrecarga en las tareas domésticas con lo cuál la mujer asume una doble jornada de trabajo pues no se valoran las labores del hogar como trabajo, a pesar de las exigencias que este impone.
Frases como “tu no haces nada”, “yo soy el que trabaja”, dirigidas a una mujer que es ama de casa, también son parte de este tipo de violencia.
Además, la posibilidad de contar con tiempo de ocio a partir de esta desvalorización de las labores domésticas, tiende a hacer que el hombre tenga posibilidades mayores de invertir su tiempo libre en actividades de distracción, mientras la mujer víctima de micromachismos coercitivos debe dedicarlos al hogar.
La manera de desarticular este círculo de violencia en el plano individual tiene que ver con su reconocimiento e identificación, como primer paso para superarlo. Sin embargo, hay causas estructurales que permanecen garantizando su reproducción.
La causa última de la violencia contra las mujeres no ha de buscarse en la naturaleza de los vínculos familiares, sino en la discriminación estructural que sufren las mujeres como consecuencia de la ancestral desigualdad en la distribución de roles sociales. La posición subordinada de la mujer respecto del varón no proviene de las características de las relaciones familiares sino de la propia estructura social fundada todavía sobre las bases del dominio patriarcal. David
En esta afirmación de David (2015), se expresa la razón de fuerza que emerge de una realidad estructural. No basta con acciones individuales, la violencia contra la mujer forma parte inherente al sistema patriarcal y sus condiciones de explotación, en las que la mujer es subordinada en el marco de unas relaciones sociales dispuestas para la acumulación de dinero y poder por parte de una clase social privilegiada.