Por qué mirar a las mujeres en la calle es acoso
A diario, las mujeres se ven enfrentadas a muchos desafíos (y riesgos) debido a costumbres machistas, sexistas y misóginas que todavía perduran en la actualidad.
Se sabe que la igualdad es un principio básico de la democracia y en la lucha por conseguirla es fundamental la implicación del hombre desde los actos más cotidianos. Por ende, se deben reducir brechas, erradicar las distintas formas de acoso, violencia y todos los demás problemas que tienen enfoque de género.
Pero no se trata de que los hombres alcen la voz, proclamándose líderes como ha sucedido en el pasado, sino ser aliados que apoyen a las protagonistas de este movimiento.
Al mismo tiempo, es preciso acotar que a lo largo de los siglos, el sistema patriarcal machista predominó porque los hombres han sido cómplices.
Aunque no sean acosadores ni violadores, algunos guardan silencio y simplemente se quedan de brazos cruzados bajo la justificación de que el problema “no les afecta“.
Dicen los expertos que mientras las niñas son conscientes desde pequeñas de la complejidad de su género, los niños ignoran por completo qué significa ser hombres y crecen plácidamente acorralados en el modelo masculino de competitividad, agresividad y fuerza.
La lucha contra el acoso y la violencia de género se ha tomado las redes sociales y, en ocasiones, la agenda pública de varios países.
Sin embargo, las opiniones reales de muchas mujeres expresan que se ven expuestas a dichas situaciones en las calles y se puede denominar como un tipo de violencia.
En el amplio espectro de las violencias contra las mujeres, son los feminicidios, el acoso, las agresiones físicas, y las sexuales, las que con mayor frecuencia son visibilizadas y destacadas en la sociedad a través de los medios de comunicación.
Además, aún hay unas formas que pasan desapercibidas y son normalizadas como es el acoso callejero, que puede comenzar con mirar fijamente a una mujer en la vía.
Estas procuran que el varón mantenga su propia posición de género creando una red que sutilmente atrapa a la mujer, atentando contra su autonomía personal si ella no las descubre.
Por supuesto, va moldeando la conducta femenina y reduce la libertad que ella posee, puesto que propicia la sensación de inseguridad, peligro, incomodidad y ansiedad.
A su vez, es considerado un micromachismo encubierto, ya que se caracterizan por ser sutiles y pasar desapercibidos, de ahí su eficacia en la intimidación de la mujer.
Acoso callejero, un problema que no es nuevo
Para nadie es un secreto que estas prácticas anteceden a todos estos movimientos feministas. Desde hace siglos, la mujer se encuentra “expuesta” a ser objeto de miradas masculinas.
Todo esto, implicando una connotación sexual ejercidas por una persona desconocida, en espacios públicos como la calle, el transporte o espacios semipúblicos (centros comerciales, universidades, plazas entre otros); que suelen generar malestar en la víctima.
Estas acciones son unidireccionales, es decir, no son consentidas por la víctima y quien acosa no tiene interés en entablar una comunicación real con la persona agredida.
Las prácticas de acoso sexual callejero son sufridas de manera sistemática, en especial por las mujeres, ocurriendo varias veces al día, lo que genera efectos negativos no solo por hechos de acoso especialmente graves, sino por su recurrencia.
Por tanto, limita la movilidad de las personas, coarta su autonomía y genera miedo a estar en los espacios públicos.
Los efectos del acoso se demuestran en acciones cotidianas de la víctima como:
- Cambiar los recorridos habituales por temor a reencontrarse con el o los agresores.
- Modificar los horarios en que transita por el espacio público.
- Preferir caminar en compañía de otra persona.
- Modificar su modo de vestir buscando desincentivar el acoso.
- Evitar salir a los espacios públicos.
Y se clasifican en miradas lascivas, piropos, silbidos, besos, bocinazos, jadeos y otros ruidos, gestos obscenos, comentarios sexuales, directos o indirectos al cuerpo, fotografías y grabaciones no consentidas y con connotación sexual.
Entre los casos más graves se encuentran los tocamientos y persecuciones.
Todas las personas tienen derecho a transitar libremente y con la confianza de no ser violentados, independiente del contexto, la edad, la hora del día o el vestuario que ocupa la persona.
Los Derechos Humanos no dependen ni se suspenden por detalles del entorno. No hay excusas ni justificaciones para el acoso sexual callejero.
Es violencia de género, pues refleja en el espacio público la desigualdad de poder entre hombres y mujeres, cuando se toma el cuerpo de la mujer como un objeto sobre el que se piensa que se puede opinar o comentar.
A la vez, el acoso callejero se vincula a la “coquetería” y sexualidad. Cada cual tiene derecho a experimentar su sexualidad como estime conveniente, siempre que no atropelle las libertades del resto.
Quienes manifiestan su incomodidad y rechazo tienen derecho a mostrar su sentir. Asimismo, quienes acostumbran a acosar, deben comprender que han confundido la coquetería y galantería con violencia sexual.
En la actualidad, la violencia sexual es penada en otras situaciones y contextos (acoso laboral, estupro, violación), pero está pendiente sancionarla cuando ocurre en los espacios públicos.
Algunas manifestaciones de acoso sexual callejero son aceptadas como “tradicionales”, lo que tampoco debe ser argumento para tolerar esta vulneración.
La violencia no puede ser patrocinada con orgullo por ninguna sociedad.