Mi Real Madrid
El pasado nueve de marzo se vivió una noche mágica en el Bernabéu, una de esas noches en las que es posible soñar que los milagros existen.
El pasado nueve de marzo se vivió una noche mágica en el Bernabéu, una de esas noches en las que es posible soñar que los milagros existen.
Y es que eso fue realmente lo increíble, lo absolutamente inexplicable que se produjo en Madrid, un milagro laico.
Porque cualquiera que ha practicado algún deporte, ya sea individual o en equipo, sabe y ha sentido en algún momento que el adversario es superior, y que en ese instante no cabe más que esperar el final del tiempo reglamentado o en deportes como el tenis, se alcance el tanteo necesario, para intentar perder de la manera más digna posible, o como dice deportivamente nuestro himno “cuando pierde da la mano”.
Y es que el Paris Saint Germain estaba siendo muy superior; fuerza es reconocer que individualmente en casi todos los emparejamientos son superiores y la verdad, nos estaban dando un baño, durante una hora y media disputada, el resultado de la eliminatoria era de 0-2, reconozcamos que hasta entonces era un resultado corto para sus merecimientos y aquello parecía sentenciado.
Pero enfrente estaba el Real Madrid, el mejor club de la historia y al que nunca, nunca (y menos en Copa de Europa), cabe dar por muerto. Todos sus futbolistas seguían peleando como leones, disputando cada balón hasta el límite de sus fuerzas.
Héteme aquí que a falta solo de media hora Benzemá presiona al portero rival (que ya iba un poco de sobrado), y al sufrir el acoso entrega en un forzado despeje el balón a Vinicius, quien se hallaba dentro del área si bien un poco escorado pero este consigue enviar el balón más o menos hacia el punto de penalti, donde ya se hallaba Benzemá que consigue embocar y anotar el tanto.
Y señores, en ese instante, todos los jugadores del Madrid, los del PSG, y las sesenta mil que nos hallábamos en el campo supimos que el Real Madrid ganaría ese partido y que con toda seguridad pasaría la eliminatoria.
Porque esa es la grandeza de este equipo y el enorme legado que nos dejó Di Stefano, de largo el mejor jugador que ha existido. Y no fue extraordinaria calidad ni su inimitable forma de jugar, sino ese espíritu rebelde de no admitir la derrota, de no darse nunca por vencido y de luchar hasta el último minuto y hasta el último aliento.
El vendaval de juego por parte del Real Madrid que se desencadenó en el Bernabéu a partir de ese instante resultaba incomprensible para los jugadores parisinos, que al recibir el balón se encontraban en cada jugada rodeados de dos o tres camisetas blancas.
El final ya estaba previsto: Benzemá consiguió anotar por segunda vez, y ante la incredulidad de los jugadores parisinos y a buen seguro de la mayoría de los millones de espectadores que seguían el partido por televisión, nada más sacar de centro el PSG, el Madrid les arrebató inmediatamente la pelota y en pocos segundo el ya citado Benzemá (era su noche), consiguió su tercer tanto, el definitivo que sellaba la épica victoria y sentenciaba la eliminatoria.
Ese minuto y los últimos quince pasarán a buen seguro a la pequeña historia del futbol al completar así otra noche mágica europea, otra gesta similar a aquellas otras (Derby Country, Hamburgo, Inter, la inolvidable final de Lisboa) que ya habíamos tenido los más antiguos, ocasión de disfrutar y de vivir, y que como reconocen hasta sus más enconados adversarios, solo están al alcance de este equipo.
No sé si debo solicitar la indulgencia de nuestro querido director (ya le llamaré), por mi atrevimiento y mi arrogancia al usurpar la sección de Cultura de un medio tan afamado y reconocido como elestado.net para glosar un partido de fútbol, pero vaya en mi descargo que, consciente de que el hecho en sí de ser seguidor de un equipo de futbol no resiste el más mínimo análisis intelectual, prefiero, dentro de las incoherencias que todos tenemos y de las propias contradicciones que como imperfecto ser humano he de asumir, sucumbir al impulso atávico de pertenencia a una tribu eligiendo enarbolar la bandera blanca y gloriosa del Real Madrid, que por poner un par de ejemplos, torturar animales o más seriamente, integrarme en las filas de los fieles creyentes de una quimérica religión (un extraterrestre alucinaría al constatar que las tres religiones monoteístas más importantes y que mayor número de guerras, persecuciones y víctimas entre ellas han causado tienen su origen y fundamento en el mismo libro), o peor aún en uno de esos estúpidos e infantiles nacionalismos, étnicos, geográficos o lingüísticos que por desgracia han arraigado en la Humanidad desde el maldito Romanticismo.
Así que lo dicho, como veis, es mucho menos nociva y peligrosa la afición al fútbol pese a todo lo contradictoria que te puede parecer, y permíteme un consejo, si un hijo tuyo manifiesta cierto interés por este espectáculo, procura entonces que se haga seguidor del Real Madrid. Es mucho más gratificante.
¡Hala Madrid!
Salud y trabajo.
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