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Derrota en Andalucía, hay que unirse

La derrota en Andalucía ha sido resultado de una serie de errores cometidos por la izquierda que ponen en riesgo el estado de bienestar.

Dejemos los análisis sesudos a los politólogos, sociólogos y todólogos tertulianos televisivos. La izquierda prácticamente ha desaparecido del espectro de Andalucía.

Los progres, aunque malheridos, mantienen el tipo; permanecerán en sus sedes, esperando pacientemente que vengan tiempos mejores, sabedores de que tarde o temprano volverán.

Otra vez viendo cómo se regodean en la mayoría absoluta los militantes de un partido que no alcanza ni el 50 % de los votos emitidos en la comunidad autónoma, ni al 25% del censo electoral.

Otra vez viendo cómo los dirigentes del partido que menos diputados ha conseguido lucen sus dentaduras, no para darse dentelladas entre ellos sino por el éxito cosechado; a poco aspiraban.

Los que han decidido no votar sabrán por qué esta actitud negativa, aunque es un colectivo tan heterogéneo que enumerar las posibles razones tal vez llevará a citar tantas como abstencionistas ha habido.

Quizá exagero, debería de admitir que algunos cientos de miles han sido izquierdistas desencantados con las luchas de poder entre la cúpula dirigente o la deriva regional-nacionalista de alguna líder, terreno este derrotado en Andalucía hace varios lustros.

La derecha quiere extrapolar estos resultados en lectura nacional. Parece tener su lógica, las recientes elecciones en otras comunidades autónomas, aunque ciertamente de histórica trayectoria pepera, van marcando el ascenso de las derechas y el descenso de progresistas e izquierdas.

La que está llamada a desviar ese camino de vuelta atrás en la historia debe tomar nota de este fracaso en Andalucía.

Una vez la izquierda fue capaz de unirse en España al calor del rechazo a la OTAN.

Ahora la amenaza es la destrucción definitiva del estado de bienestar; puede que los dirigentes de los partidos de izquierdas barrunten que la unión es apremiante, pero tendrán que esforzarse en desarrollar una labor didáctica que compense los errores cometidos en la alianza de gobierno con la progresía del Régimen del 78, y explicar que el enemigo a batir es formidable y no se detiene ante nada ni ante nadie, que no respeta ni sus propias normas.

Hay que convencer a los desencantados que todos somos necesarios, y si no apuestan por la militancia, que en las urnas de la democracia burguesa depositen el voto que le meta el miedo en el cuerpo a la oligarquía.