Cultura de cancelación: cierra el diálogo
La cultura de cancelación sigue cerrando el diálogo y las oportunidades de consenso, ¿hasta qué punto es bueno?
Aunque la ola ha bajado notablemente, el fenómeno de la cultura de cancelación (o cancel culture) sigue moviéndose en las redes sociales, principalmente en Twitter, donde cualquiera emite una opinión, que tiende a ser impopular, e instantáneamente recibirá una avalancha de comentarios “cancelándolo”.
Esto le sucede a cualquier persona, pero afecta en su mayoría a celebridades, políticos y otras personalidades que necesitan, aunque lo niegan, tener una buena reputación y reconocimiento en las diferentes plataformas.
Lo más curioso es que en varias ocasiones, algún usuario rebusca entre las publicaciones más antiguas de esas figuras públicas y lo filtran nuevamente, haciendo que un montón de internautas vayan a revisar el contenido como moscas a la miel.
Pueden ser desde cosas vergonzosas hasta cuestiones un tanto… ¿fuera de lugar? Comentarios racistas, xenófobos, homofóbicos y así un montón de otro tipo que pudieron haber escrito hace años, y que quizás habían olvidado, pero quien busque “cancelarlos” no.
Es parte de nuestro día a día
Aunque intenten negarlo, la cultura de la cancelación está muy arraigada a nuestra vida cotidiana: querer dejar de ver algo que no nos gusta es un signo de ello, pero la situación sube de nivel cuando queremos eliminarlo a toda costa porque es reprochable.
Algo que ha posibilitado esta dinámica, son las nuevas tecnologías, la transformación digital y las redes sociales. Sin embargo, durante estos últimos años se ha vuelto más frecuente ver ese llamado de anular la acción u opinión de otro, así como sus ideas o posturas ideológicas por más retrógradas que sean.
Creo que todo es cuestionable, más aún cuando este busca limitar la libertad de expresión de otra persona —que ya sabemos cuales son sus márgenes— y también representa un grave riesgo que atenta contra la democracia y el resto de esos valores.
Esta cultura de cancelación se conoce como la acción de quitar apoyo, anular o bloquear a personas, marcas o entidades que emitieron una opinión o postura ideológica que se considera no solo objetable, sino repudiable, o que sea contraria a la que tiene el individuo que tome dicha represalia.
El efecto de ese acto sobre el usuario puede ser tan profundo como inmediato: más allá de su trayectoria, de si lo que hizo fue correctamente interpretado o si se la sacó de contexto.
También, como lo mencioné antes, de que si lo que dijo fue ahora o hace muchos años, cuando los parámetros culturales dominantes eran otros y el “humor” de la época era totalmente diferente… pero el daño puede ser el mismo: una pérdida de apoyo público que puede representar el fin de su carrera.
La manera más sutil
Puede comenzar por dejar de seguir a alguien que no te gusta, borrar un comentario con el cual no estás de acuerdo, bloquear a ese usuario o sacarlo de tu lista de contactos… y si lo hace una gran cantidad de personas, es como anularlo completamente, o borrarlo de la faz de la tierra (virtual).
Al ser consumidores masivos de contenido e información, estamos en constante contacto y dinamismo con diferentes medios y otros internautas, pero lo preocupante es que el límite parece haberse reducido, para hacernos creer que podemos editar (o directamente cancelar) a las personas con un click.
Uno de los mayores problemas de esto, es que no le da el lugar ni la oportunidad a esa persona a que pueda defenderse: explicar su postura, corregir dichos e incluso arrepentirse. Como una pena de muerte virtual, la cancelación lo anula de manera arbitraria y, en muchos casos, es irreversible.
Sin embargo, hay algunos que se señalan que no se trata de censura u odio hacia ellos, sino más bien de “frenar el discurso discriminatorio y de odio”.
Lo que resulta un poco contradictorio, ya que la misma cultura de cancelación cierra cualquier posibilidad de diálogo y cierra la construcción de acuerdos. Así que polariza aún más a las comunidades, porque no nos permite comprender porqué el otro piensa de esa manera y no admite objeción.
Al final para quien es víctima de esta práctica, el costo puede ser devastador para su reputación, e incluso su carrera, enviándolo directo al ataúd de aquellos que emitieron un juicio distinto y fueron arrasados por la marea de los internautas ”pro cancel culture”.