España y Venezuela: dos ejemplos de la decadencia global
En 2019 se ha confirmado la decadencia global en la que han entrado las sociedades de nuestro planeta. Desde el aumento de la representación de partidos de ultraderecha en los distintos congresos, hasta el regreso del terrorismo supremacista y los atentados de carácter yihadista. En el presente artículo, se tratarán estos temas, centrando la atención a dos casos de estudio: España y Venezuela.
España y la entrada de la ultraderecha en el Congreso
En las pasadas elecciones generales, celebradas el 28 de abril, VOX entró con fuerza al Congreso de Diputados español, consiguiendo 24 escaños y más de dos millones y medio de votos. Aunque en ElEstado.Net ya se había hablado de la falacia del conocido como <<milagro español>>, los resultados del partido de Santiago Abascal confirmaron los peores presagios. España no es distinta al resto de democracias europeas.
>>El milagro español se ha descubierto como un gran engaño<<
Durante los últimos años se ha producido un aumento de la representación de partidos ultras, algunos de ellos abiertamente fascistas, en los parlamentos de varios países, principalmente en el seno de la Unión Europea. La incapacidad de la unión para hacer frente a esta cuestión, sumada a la crisis de los refugiados, ha debilitado la percepción que de ella tenía la ciudadanía, además de suponer un torpedo a su línea de flotación.
Mientras la ultraderecha se hacía con los gobiernos de Hungría o Polonia y entraba con fuerza en el Reino Unido, Francia, Alemania eItalia, los analistas europeos defendían el caso español, al que felicitaban por su supuesto rechazo a las ideas neofascistas y al sentimiento antieuropeo. Evidentemente, no entendían que estas ideologías encontraban su recorrido electoral en el seno del Partido Popular.
Con la entrada de VOX en el Congreso, Europa ha comprendido su error. Aunque no sea noticia para los españoles, ahora entienden que en el país existen alrededor de dos millones y medio de fascistas; dos millones y medio de personas que ya no quieren esconder quienes son y que se han decantado por un partido abiertamente xenófobo, homófobo y machista, que hace bandera de la confrontación y que pretende, en última instancia, suprimir la propia democracia.
El problema no es solo la existencia de estas ideologías en pleno siglo XXI; el problema de fondo es que se permita a estas ideologías participar del debate público. Es evidente que la democracia debe regirse por la libertad -entre ellas, la libertad de expresión-; no obstante, se debe diferenciar claramente entre dicha libertad y la libertad para difamar minorías. El ataque a otras comunidades nunca debe estar amparada por la libertad de expresión, y es evidente que el fascismo y cualquier tipo de extrema derecha debe ser atacado por todos los medios.
La facilidad con que los medios de comunicación dan voz a organizaciones como VOX; la incapacidad de partidos como Ciudadanos de etiquetarlos como lo que son y como ellos mismos se definen sin ningún tipo de problema; la normalidad con la que se permite que fascistas se presenten a unas elecciones democráticas. Estas son algunas de las cuestiones que no se han solucionado ni en España ni en Europa, y que serán fuente de problemas en el futuro.
Venezuela y el Día de la Marmota
El caso de Venezuela recuerda a la película “Atrapado en el tiempo“; este largometraje narra las aventuras y desventuras de su protagonista, interpretado por Bill Murray, quien se ve atrapado en el tiempo durante el Día de la Marmota, obligado a repetir un mismo día una y otra vez. La actualidad venezolana parece sacada de 1970, cuando los Estados Unidos hacían y deshacían a placer en su patio trasero. La única diferencia es que, ahora, los responsables norteamericanos no esconden su mano.
>>La mano yanqui en Venezuela ya no se esconde<<
Esta semana hemos visto como Juan Guaidó y Leopoldo López, este último sacado de su residencia, donde cumplía condena bajo arresto domiciliario, intentaban levantar parte del ejército en el país latinoamericano y liderar un golpe de estado. Desde el primer momento se vio, detrás, la mano de los Estados Unidos, con apoyos tan significativos como los de Marco Rubio yMike Pompeo.
Es lamentable que la Unión Europea y otras entidades no hayan condenado todavía firmemente la injerencia continuada de Estados Unidos en Venezuela. Los intentos desesperados por echar a Nicolás Maduro recuerdan los peores años del pasado reciente de América Latina, cuando se sucedieron los golpes de estado y el manejo, desde las sombras, de los estados por parte de la CIA y los Estados Unidos.
Donald Trump, otro presidente autoritario, está obsesionado con superar a su antecesor, Barack Obama. Su intención es destruir el legado del expresidente demócrata: una de las primeras medidas que tomó al llegar al poder fue frenar el proceso de deshielo con el gobierno cubano. Para contentar su ego, Trump está decidido a conseguir el Premio Nobel de la Paz. Para lograrlo, ha centrado sus fuerzas en dos puntos: en primer lugar, llegar a un acuerdo en Corea del Norte; si falla esto, no obstante, cree que lo conseguirá si consigue derrotar a Maduro.
Es el problema que conlleva elegir para un cargo tan importante a una persona que solo está preocupada por ella misma. A Trump le da igual lo que pase en Venezuela o cómo viven sus habitantes. No le importa lo más mínimo si Nicolás Maduro ha sido elegido democráticamente o no. Su único objetivo es seguir aumentando su popularidad y, de paso, hacerse un poco más rico.
El otro problema en Venezuela es el de las élites económicas. Desde la llegada de Hugo Chávez al poder, preocupadas por la pérdida de poder político que ello les suponía, no han parado de intentar derrocar su gobierno, aunque ello implicara destruir la propia democracia venezolana. Evidentemente, en ningún momento se han preocupado por la salud de los ciudadanos, a quienes han obligado a sufrir carestía de alimentos y bienes de primera necesidad con tal de ponerlos en contra del sistema chavista.
La decadencia global
Estos dos ejemplos no son anecdóticos. Son solo muestras de unos procesos que se están desarrollando en muchos de los países que, hasta hace poco, eran considerados ejemplos de democracia o avances sociales. La crisis económica jugó un papel muy importante para la reaparición de estas ideologías neofascistas, pero no son la única explicación.
>>La complicidad del gobierno de España con el golpismo de Juan Guaidó<<
El desdén de muchos de los gobiernos europeos ante la amenaza que suponía la extrema derecha ha permitido que esta esté viviendo una nueva etapa dorada. El problema es que, ante el resurgimiento del discurso del odio, se radicalizan posturas que llevan al terrorismo fascista -sea supremacista blanco o yihadista-.
La solución pasa por la sociedad: visto que los gobiernos y las grandes corporaciones, que a la postre son las que monopolizan el poder político desde las sombras, no tienen ningún interés en luchar contra el extremismo, debe ser la sociedad la que ponga el sentido común y se organice para luchar contra la ultraderecha. Si no se pone freno a la situación de decadencia global actual, el camino a que lleva el proceso ya es conocido.