La huelga de Río Blanco (Veracruz) es uno de los sucesos importantes en el inicio del siglo XX mexicano, antecedente importante de la lucha por mejores condiciones de trabajo en el país. A veces se habla de esta huelga y la de Cananea como precedentes de la Revolución Mexicana, para tratar de darle a esta un origen y carácter obrero.
Sin embargo se ha demostrado que la mexicana no fue una revolución obrera ni campesina -a pesar de que desde luego tuvo participación de ambos sectores-, sino de la clase media, que buscaba desplazar a los ricos del porfiriato.
El presente texto se basa en información de las siguientes obras: “Historia Moderna de México. El Porfiriato. La Vida Política Interior. Parte Segunda” de Daniel Cosío Villegas, y “México Bárbaro” de John Kenneth Turner.
Con Porfirio Díaz como presidente, empezó en México una época de modernización tecnológica buscando el crecimiento económico; se abrieron las puertas principalmente al capital británico, estadounidense y francés, creciendo varios sectores, como el de la industria textil. Para principios del siglo XX este sector tenía presencia en todo el país, empleando a unos 60.000 obreros distribuidos en las fábricas de todo el territorio.
México era un país atractivo para los inversionistas y empresarios ya que, a falta de una legislación laboral, podían obtener grandes ganancias explotando al máximo al proletariado mexicano sin consecuencias legales. Desde finales del siglo XIX los obreros textiles intentaban asociarse en una confederación ante la precariedad de su situación laboral, pero sus intentos eran reprimidos por los empresarios con la ayuda del gobierno.
En su libro “México Bárbaro”, John Kenneth Turner (J.K.T.) relata las condiciones en que laboraban los seis mil trabajadores (hombres, mujeres y niños) de la fábrica de textiles de Río Blanco: jornada de al menos 14 horas, respirando pelusa y aire envenenado por los tintes, así como un olor nauseabundo y ruido ensordecedor de la maquinaria.
Los salarios estaban entre los 20 y 50 centavos por día para los niños, de 3 a 4 pesos por semana para las mujeres y para los hombres 75 centavos por día. Existía una falta de indemnización por accidentes laborales; pago con vales intercambiables solo en la tienda de la compañía, que vendía los artículos a precios inflados hasta un 75%; cobro semanal de 2 pesos por concepto de renta por los diminutos “hogares” que les otorgaba la empresa.
En el primer lustro del siglo XX ya tenía cierta fuerza una confederación obrera llamada el Gran Círculo de Obreros Libres, forjado en la clandestinidad. Sus reuniones eran poco numerosas para pasar desapercibidos ante los dueños de las fábricas.
Con los años habían logrado establecer un pliego de demandas, entre las principales destacan la reducción de la jornada laboral, eliminación de la multa arbitraria por trabajo defectuoso, permitir la lectura de periódicos u otro material en horas de trabajo, suprimir la indemnización por herramientas estropeadas, eliminación de descuentos para fiestas (a las que no acudían) o para un servicio médico inexistente, además de la nivelación de salarios.
Ante la negativa de los dueños a ceder a estas demandas, a finales de 1906 la de Río Blanco y otras fábricas textiles deciden irse a huelga, lo cual resultó contraproducente pues los dueños no tuvieron problema en que la producción se detuviera por algún tiempo; buscaban agotar así a los obreros dejándolos sin trabajo y, por consiguiente, sin ingresos ni alimentación.
Desgastados, después de sobrevivir dos meses en las montañas, los obreros acudieron al presidente Díaz para que fungiera como árbitro en la disputa, pues sabían que dialogando solo con los patrones no lograrían llegar a una solución. Sin embargo, al presidente le convenía más favorecer a los patrones por compatibilidad de intereses, por lo que su fallo es muy poco satisfactorio para los obreros, y tienen que volver a trabajar en prácticamente las mismas condiciones.
Desprovistos de alimentos y dinero, la madrugada del 7 de enero de 1907, los obreros piden una ración de maíz y frijol para poder reiniciar sus actividades mientras esperaban el pago semanal. La respuesta fue descaradamente negativa, por lo que, enardecidos, miles de obreros toman la fábrica, matan a algunos empleados, saquean el lugar y le prenden fuego. Inmediatamente vino la represión por parte de las fuerzas federales, apagándose el motín dos días después de haber iniciado.
Este suceso no fue un hecho aislado, hubo alzamientos en otras fábricas textiles -como la filial de puebla de la misma compañía-, pues las noticias viajaban de ciudad en ciudad despertando el interés y apoyo a lo largo de varias fábricas; sin embargo Río Blanco es recordado por lo violento y sanguinario de la represión.
No hay una cifra exacta del número de muertos, pero los relatos que recoge J.K.T. en su visita a la fábrica casi dos años después del alzamiento hablan de alrededor de 800, además de que encontró a los trabajadores en las mismas condiciones por las cuales se alzaron.
A pesar de que el movimiento fue sofocado rápidamente, parece una muestra importante del descontento por la explotación que imperaba en el país en el sector obrero. Los empresarios sí temían un alzamiento más generalizado y amplio a nivel nacional, por lo que no escatimaron esfuerzos en apagar cualquier intento de rebelión a partir de este momento. Tomaría más tiempo para que México tuviera condiciones de trabajo dignas.
Más que una huelga de Río Blanco, es una red de paros en distintas fábricas textiles de la república. No son alzamientos comunistas ni anarquistas, ni específicamente contra Porfirio Díaz, sino una búsqueda de mejores condiciones laborales en un momento donde el capitalismo se estaba afianzando en el país.