Hay que entender algo: la verdad no siempre importa. Esta afirmación es peligrosa sin contexto, así que explicaré lo que quiero decir con ella: no es siempre el fin en sí misma. La condición de transparencia y honestidad intelectual es un hábito que se entrena y una renuncia al interés propio que se desarrolla. Requiere un elevado grado de consciencia y voluntad que solo se logra con entrenamiento y años de práctica.
Los científicos son los que seguramente más han desarrollado la costumbre de decir la verdad. Pero incluso en estos, dedicados a desmitificar las causas de lo menos evidente, hay intereses y conflictos; no es imposible, como han contado diarios a través de los años, que algunos se vean envueltos en escándalos éticos y morales. Es así: la verdad no siempre importa a los seres humanos.
En la economía, ciencia social, particularmente habitan incentivos muy fuertes para que la mentira y la omisión de los hechos se den. Como el bienestar económico y social no solo de las mayorías depende de sus tesis, hay grupos que evitan sus verdades.
Me explicaré con un ejemplo: desde inicios del siglo XX, por décadas la industria de la pintura que dependía del plomo fabricó discursos avalados por científicos -el médico Robert Kehoe, por ejemplo- en defensa de la producción que les traía jugosas ganancias.
No fue hasta muchos años después que quien averiguó la edad de la Tierra, Clairs Paterson -que originalmente también había creído en la no nocividad del plomo en la salud-, tras varios años de meditación, acumulación de datos y pruebas, concluyó que el plomo le quitaba la vida a la gente.
Contrario a lo que nos gusta pensar, incluso sabiendo las consecuencias del plomo presentadas por Paterson al Senado en su tiempo, que ahora son ampliamente aceptadas y evidentes, pasaron 20 años antes de que, después de juicios y costosos abogados de la industria en su contra, la justicia de Estados Unidos fallara a favor de la salud humana.
Esta historia ilustra un punto que quiero dejar en la mente de quien lee: actualmente, como no es novedad en la historia, Ecuador atraviesa una gran batalla contra un grupo banqueros y políticos que ponen frente a la verdad, para taparla, sus propias verdades.
Quienes gastan como mínimo cientos de miles de dólares en campaña para contaminar ya no el cuerpo, sino la mente. Esta corrosión cultural provoca que sus intereses se justifiquen y sus prácticas queden intactas. Por eso, viene bien recordar que la política no siempre se trata de lo ético y moral sino de lo que se pugna y por quién. La verdad económica es irrelevante por eso en este juego.
Afirmaciones como “Arauz nos desdolarizará” y “seremos Venezuela” son flemas de una misma gripe: una clase económica y política indigente de conciencia social. Dispuesta a todo por lo suyo. Nada más que eso.