Poder popular como garantía de la transformación progresista de la sociedad
Sin la creación y profundización del poder popular, la izquierda, de llegar al poder no podrá realizar los cambios profundos recogidos en sus programas electorales.
La concepción de izquierda respecto del Estado gestionado por fuerzas conservadoras, lo caracteriza como una relación de dominación para efectos de la explotación de la fuerza de trabajo de hombres y mujeres sobre hombres y mujeres, basada en el uso de la violencia de la clase dominante, amparada en su superestructura.
Ahora bien, no es apropiado concebir de manera general al Estado y la democracia burguesa como un modelo estático y meramente volitivo. Obviamente el mismo es impuesto por un grupo, supuestamente representativo de una mayoría, que ha delegado la responsabilidad de sus actos sobre la base de un criterio de entrega de autoridad a través de un mecanismo electoral.
Es así como la formalidad legal y la acción súper estructural del Estado tienden a neutralizar las instancias de integración de los procesos sociales y, por lo tanto, a desdibujar la democracia como un proceso histórico de creación constante, pretendiendo la eliminación (vía represión directa o indirecta) los intentos de movilización social tendentes a limitar (reforma) y/o derogar (revolución) los abusos de la explotación de la clase dominantes.
Ahora bien, aunque partimos de la lucha de clases como motor de la historia, no podemos obviar que los movimientos sociales, que durante mucho tiempo se homologaron a la movilización de agrupaciones obreras y campesinas, ahora incorporan (en el uso de esta designación) a expresiones públicas vinculadas a las agrupaciones feministas, juveniles, estudiantiles, indigenistas, de minorías sexuales y otras que tienden a dispersar el radio de significación de esta denominación, haciendo más difícil la coordinación de esfuerzos en la lucha de clases a favor de las clases obrera y campesina.
La Primera Ola Bolivariana (y la Segunda) se formó sobre la base del Estado burgués. El socialismo democrático, al que aspiramos, todavía no tiene fundamentos en las clases obrera y campesina como clases dominantes, y debe convivir con las oligarquías criollas y con políticas imperialistas que pretenden deshacer los avances sociales y antiimperialistas por cualquier medio a su disposición, bien sea con traidores como en Ecuador, golpes blandos como en Honduras, Paraguay y Brasil, y no tan blandos como en Bolivia, aprovechando cualquier debilidad y/o error del movimiento civilizatorio.
De esta manera, Zelaya, Rousseff y Lugo fueron expulsados de la Primera Ola Bolivariana merced al empleo de Golpes de Estado ideados desde el imperialismo norteamericano. Esta misma estrategia se ha estado implementando en Bolivia, Ecuador y Venezuela, pero la fuerza de la organización popular manifestada en las calles en los momentos apropiados ha permitido la vigencia y/o recuperación de sus avances en la construcción de una patria más justa, e incluso mantener la opción de subirse a la segunda ola integradora en próximos meses, en el caso de Perú.
Por ello, no es apropiado confiar en los proyectos electorales como única vía para la toma del poder político. Para mantenerse bajo una línea civilizatoria antioligárquica y antiimperialista, se requiere de planes de gobierno adecuados, de una permanente lucha en contra de la corrupción y de un movimiento de base persistentemente aceitado para la movilización en defensa del proceso civilizatorio mediante la democratización de sus espacios asamblearios que respalde y apoye las políticas de gobierno.
En el caso de Honduras, además de desconocerse, hasta ahora, los planes de gobierno detrás de los cuales se gestaría el apoyo popular, se perdió el sistema asambleario en la toma de decisiones. Lo que queda, es el impulso del gobierno de Manuel Zelaya y sus evidentes políticas que favorecieron al pueblo hondureño.
La coyuntura actual en Honduras es complicada. Es casi segura la salida de JOH, pero se presentan situaciones difíciles de pronosticar aludidas a las condiciones del final de la narco dictadura. De esta manera, se gestan dos opciones: la salida por la vía electoral en noviembre (que no garantiza la disolución de su entorno corrupto en el Congreso Nacional), y la salida mediante un gobierno de transición, que genera dudas sobre su integración y la selección de una nueva corte suprema de justicia, fiscal general.
De esta manera, el desgaste de la narco dictadura y del Partido Nacional, que sobrevive sólo en base a la corrupción generalizada, el soborno del zombi político como práctica electorera y el chantaje sistemático a empresarios y sistema mediático, entrega una nueva oportunidad para el pueblo hondureño. Es decir, se abren condiciones para que LIBRE alcance la toma del poder ejecutivo pero, al ausentarse el poder popular en tanto que propuesta para la construcción de una sociedad más justa mediante un modelo de democracia participativa y protagónica, la posibilidad de garantizar reformas profundas es muy limitada.
No obstante, debemos ser claros en que el ímpetu de la primera y segunda olas civilizatorias se encuentra en la República bolivariana de Venezuela, por lo que es tarea de primerísima importancia la solidaridad militante para buscar la pervivencia de la república libre en la que soñaron Simón Bolívar y Hugo Chávez.