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Por qué el machismo impide el desarrollo sostenible de los Estados

En casi la totalidad de los territorios, las mujeres se enfrentan a múltiples barreras y a la discriminación por motivos de género en diferentes lugares.

El machismo es el pilar de muchas ideologías y sociedades, que se ha mantenido arraigado no solo en la cultura, sino también en los gobiernos.

A su vez, el patriarcado es una forma de la sociedad en la que el hombre, lo masculino, tiene la supremacía por el simple hecho de serlo. Y relega, de ese modo, a la mujer, a lo femenino, a un segundo plano.

Estos dos roles, el de poder y dominación del hombre y el de servicio y sumisión de la mujer, se sostienen y perpetúan gracias al soporte del conjunto de la sociedad: el Estado, la Justicia, las leyes y normas, las costumbres, las creencias, entre otros.

Por tanto, no solo es discriminatoria con la mitad de su población, sino que está desaprovechando lo que las mujeres pueden aportar a la comunidad, que es mucho más que el cuidado de la familia. 

Hombres y mujeres deberían tener igualdad de oportunidades, sin obviar que son diferentes. Sin embargo, el machismo se refiere al comportamiento y actitud de cada persona (sea hombre o mujer) o grupo social que considera a la mujer inferior al hombre.

Al estar ligado a numerosos pensamientos arcaicos que se remontan a la antigüedad, donde la mujer debe someterse a la voluntad del hombre, es enemigo de la equidad de género.

Por tanto, este factor impide en gran medida el desarrollo sostenible y el avance de los individuos, en ausencia de los valores y la igualdad que son necesarios. La afirmación del machismo pasa por la negación de la realidad que él mismo crea, esa es la forma de hacerse invisible en una sociedad que lo señala en cada uno de sus actos.

Desde el piropo como halago y el maltrato como un tema de pareja, hasta el homicidio por celos o alcohol. Las calles, la política, los medios de comunicación, organismos e instituciones públicas y privadas parecen coincidir.

Estos grupos de presión han logrado posicionar en la agenda internacional, la batalla de la igualdad. 

Se piden mismas oportunidades y mismo trato para la mitad de la masa poblacional, las mujeres: el foco de discursos, iniciativas legislativas, económicas y campañas de publicidad.

A veces, en esa escalada hacia el feminismo, se obvia, u olvida, o minimiza la importancia de que la otra mitad del mundo debe ir al mismo paso. Para conseguir un mundo igualitario hacen falta todas las manos.

Un machismo que lleva a que el 3% de la población de la UE manifieste que la violencia de género está justificada en algunas ocasiones, y que un 1% afirme que lo está en todas las ocasiones. A partir de esas referencias creadas por la cultura, cada agresor desarrolla su estrategia de violencia de manera diferente, aunque todos persiguen lo mismo.

Controlar a las mujeres para que no se salgan del guión establecido, corregirlas cuando consideran que se han desviado de sus dictados, y castigarlas cuando la desviación alcanza cierta gravedad.

La propia dinámica de la violencia muestra claramente que cada agresor reacciona ante el comportamiento y actitud de las mujeres, y frente a las circunstancias que envuelven los hechos.

Los machistas se refuerzan entre ellos a través de las palabras y las conductas, lo cual es visible a diario en la calle y en las redes sociales. Las propuestas que se plantean se basan en el carácter irreductible de los derechos de las mujeres, en la obligación del Estado de protegerlos y garantizarlos.

Y en la convicción de que el respeto de los Derechos Humanos también es una condición esencial para la plena evolución de los países.

Se plantea, asimismo, la necesidad de analizar el tema de los Derechos Humanos y de la violencia de género desde una perspectiva que ofrezca posibilidades.

Todo, con los objetivos fijados en pro de los cambios culturales estructurales que conlleven el respeto de los derechos de las mujeres y cuestionen la inevitabilidad de la violencia en las relaciones de género.

Este tipo de señalamientos aparecen, por desgracia, a edades tempranas: desde la educación que reciben las niñas hasta la clase de trabajo al que son limitadas.

Tanto en la esfera privada como pública, las mujeres se enfrentan a la segregación profesional, los estereotipos y las costumbres, las barreras para ejercer sus derechos sobre la propiedad, falta de acceso a los créditos, los recursos, y la tecnología.

Por ende, va en completa contradicción con los objetivos de desarrollo sostenible que fueron propuestos con la finalidad de mejorar las condiciones de vida de la humanidad.