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La fuerza de los trabajadores en Honduras

Honduras afronta el 1 de mayo con una débil organización sindical y política, por lo que se antoja difícil pueda articular una lucha rupturista con el poder del capital.

La lucha por la jornada de 8 horas tuvo su momento culminante cuando activistas obreros en la ciudad de Chicago fueron juzgados y sentenciados a muerte por el gobierno norteamericano, dejando una de las muchas manchas del sistema de justicia de ese país.

La huelga que inició el 1 de mayo de 1886 fue acompañada de protestas que desembocaron en actos de provocación, de los cuales fueron acusados los hoy conocidos como Mártires de Chicago.

Mientras tanto, en Honduras, el Golpe de Estado de 2009 (que representó la profundización de las medidas neoliberales iniciadas por el gobierno de Rafael Leonardo Callejas), asestó un golpe profundo a la democracia burguesa de la cual no se ha podido recuperar, las condiciones de vida y de trabajo de los y las hondureñas se han deteriorado y las perspectivas serán peores si no nos unificamos y movilizamos frente a las políticas neoliberales y los actos represivos del régimen.

Es por lo anterior que estamos viviendo como país y como pueblo una tragedia, agravada por las secuelas de la pandemia, en tanto que los capitalistas (banqueros, empresarios de la comunicación, grandes comerciantes, industriales, terratenientes, etc.) aprovechan la coyuntura de la COVID-19 para incrementar precios, aumentar sus ganancias vía explotación de la fuerza de trabajo, corrupción y la privatización de servicios públicos y bienes comunes.

En Honduras, las movilizaciones del 1 de mayo fueron decayendo en cuanto a cantidad, colorido y contenido hasta que hace algunos años se logró, en la costa norte, la organización de sindicatos de la maquila y su incorporación decidida a las actividades de ese día, y en Tegucigalpa la participación entusiasta alrededor de la coordinación del Partido Libre.

No obstante, las movilizaciones en San Pedro Sula se fueron convirtiendo en actividades potables para la oligarquía, huérfanas de la confrontación de clase, mientras en Tegucigalpa, la incorporación de los anarquistas a las manifestaciones de los últimos dos años ha generado la radicalización de las mismas, y la confrontación con los órganos represivos del estado.

Este año encuentra al movimiento social con luchas aisladas y pequeños plantones que exigen la vacuna contra la COVID-19 (universal y gratuita), la salida de la narco dictadura, el cese a la corrupción, y la defensa de los sistemas previsionales, amenazados por la política neoliberal.

La dirigencia sindical, con dificultades para convencer a sus acólitos para emprender una lucha de calle por las reivindicaciones de sus agremiados, ha encontrado pocas razones para trascender de la movilización a la confrontación directa con el capital.

Ello en el contexto de la acumulación de descontento social, que la narco dictadura ha tratado de paliar, generando un endeudamiento sin precedentes, para sustentar programas de asistencialismo social, adobados de corrupción, también sin precedentes, en la historia de Honduras.

Un ambiente de incertidumbre rodea la conmemoración de este Día Internacional de los Trabajadores, y jornadas subsiguientes por cuánto siempre está latente el descontento generalizado de la población que, en cualquier momento, puede canalizarse contra la narco dictadura en momentos en los que es evidente que el desarrollo de las fuerzas productivas se ve obstaculizado por el modo de producción que ha reproducido pobreza extrema, deuda pública y narcotráfico.

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